Artistas de cuatro países reflexionan con expatriados que relatan en primera persona su peripecia vital en Casa San Cristóbal
ALBA MORALEDA. EL PAÍS.- Un parque del barrio de San Cristóbal es la estampa que Lin, un camerunés de 25 años, captura con su smartphone para dar forma a la experiencia que más cambió su vida: el viaje a España. La naturaleza fue hace un tiempo su casa, cuando sobrevivía y esperaba en un bosque marroquí el momento para saltar la valla. Antes también dormitó al raso en Nigeria, Niger, Mali y Argelia. “Todos los que estamos aquí hemos pasado por eso”, explica su compañero Youssef, un maliense que llegó hace cuatro años, cuando tenía 19. A través de la fotografía, la poesía y la ilustración estos jóvenes inmigrantes construyen junto a ocho artistas su relato sobre la inmigración. Pero esta vez desde el lado de los protagonistas, los migrantes y refugiados. Ellos cuentan y elaboran la historia que ha cambiado sus vidas en este proyecto que organiza esta semana la Casa San Cristobal de la Fundación Montemadrid.
“Nuestra historia personal cambia cuando, en lugar de narrarla nosotros mismos, lo hacen otros”, explica la creativa, Belén Soto, en referencia a los medios de comunicación. Ella es una de las artistas seleccionadas en este proyecto de residencias y exposiciones que financia la Unión Europea y que ha pasado ya por Croacia, Bosnia e Italia. España es la última de las localizaciones y aterriza en el corazón de San Cristóbal de los Ángeles para reflexionar sobre la construcción de la identidad de los que se han visto obligados a dejar su hogar. Este barrio es el más pobre de Madrid, suma una tasa del 51% de desempleo juvenil y es la zona de la ciudad con más volumen de extranjeros, de sus 15.500 habitantes el 30% son de fuera. “Al cambiar de país, estas personas a veces tienen que mentir para adaptarse. Lo que buscamos aquí es que ellos digan quiénes son ante los estereotipos. La integración no pasa por rechazar lo que se es en origen”, explica Montse Piñeiro, otra de las involucradas en la actividad.
El material gráfico que resulte de estos días de trabajo en grupo se expondrá en mayo en el Festivalito de Autoedición de Villaverde. Aunque lo importante, según reconocen los organizadores, no es el producto final sino las relaciones personales que se han tejido. Y no es para menos. La multiculturalidad se apodera de estas jornadas. Mueez, un paquistaní de 28 años toma café junto a Said Cherki, de origen marroquí, mientras discuten sobre comida española. Los saltos a un lado y al otro del mapa se extienden también entre los conductores del proyecto, trascienden África y Oriente Medio para posarse en Europa. La imagen la sirven, entre otros, la fotógrafa croata Katarina Zlatec y su compañero bosnio Armin Durgut, cuyos países vivieron enfrentados en los noventa. “Juntos es mejor y no es tan complicado. Aquí lo estamos viendo y eso es lo que hemos querido plasmar con la actividad”, explican desde la entidad organizadora.
Las fotografías que hace Lin en el parque le recuerdan el camino desde su casa a España, donde reside desde hace casi dos años. No consiguió cruza el muro, recorrió el tramo final del periplo en patera, ni encontró al otro lado lo que esperaba. Está “bien” en el piso que CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado) le facilita en el barrio San Fermín, pero cuando habla de su familia fija la mirada y se queda en silencio. “La madre, la familia, la lucha por la vida son las palabras que más escogen ellos para hablar de sí mismos. Es importante que lo cuenten. No son los delincuentes y vándalos que, a veces, nos quieren hacer creer”, cuenta Emmanuel Di Tommaso, poeta encargado de la parte del proyecto que trabaja sobre identidad a través del lenguaje. El joven camerunés sigue perfeccionando su nivel de castellano, no sabe si le ayudará a sentirme mejor entre los madrileños, pero espera que, al menos, le sirva para conseguir trabajo. “Me gustaría estudiar para ser peluquero. Quiero hacer mi vida, pero tengo que esperar a la documentación. Sin eso no puedo hacer nada”, asevera.