CARLOS BERBELL. CONFILEGAL.- Desde el minuto uno a Esteban Ibarra el atentado de Munich, del pasado viernes, en el que Ali David Sonboly, un joven de 18 años, mató a 9 personas e hirió a 27 más, le sonó como un crimen de odio. Se lo decía su intuición y sus muchos años de experiencia.
Los hechos posteriores le han dado la razón: “El atentado de Munich es un crimen de odio de libro”, afirma el presidente de la ONG Movimiento contra la Intolerancia.
Recuerda con precisión los hechos: Anders Behring Breivik, un fanático ultraderechista, explosiono un coche bomba junto a la sede del Ministerio de Petróleo y Energía, y luego desembarcó en la isla de Utoya, donde masacró a 76 jóvenes del Partido Laborista.
El mismo día el asesino, de origen iraní -ario, por lo tanto, como los ‘alemanes de pura cepa’-, pero nacido y educado en Munich, se dio un atracón de crímenes, antes de quitarse la vida.
No fue un “día de furia”, sino que lo premeditó con tiempo, como después pudo comprobar la policía alemana en su casa, donde encontraron recortes de periódicos y archivos de ataques indiscriminados, como el de Breivik y la matanza de Winnenden, en la que un joven mató a 15 personas a tiros en 2009.
“Este joven, Ali David Sonboly, y Breivik tienen una característica común: son dos fanáticos. El de Munich ha atacado a la gente porque son jóvenes, son extranjeros o tienen alguna característica específica”, cuenta Ibarra.
Esteban Ibarra es uno de los activistas y defensor de los derechos humanos más conocidos, experimentados y curtidos de nuestro país. Desde Movimiento contra la Intolerancia ha jugado un papel decisivo en combatir aristas como las que han emergido en Noruega y ahora en Alemania.
Gracias, en gran parte, a la continua actividad en este frente, han contribuido decisivamente a la modificación del Código Penal en este aspecto, se han creado 52 Fiscalías de Delito de Odio, una por cada provincia, y un fiscal de Sala del Supremo, especializado en este tema.
Durante nuestra conversación, que tuvo dos partes, una en el tren Madrid-Jaén, para participar ambos en el curso sobre Libertad de Expresión que organizaba la Fundación Internacional Baltasar Garzon, junto a la Universidad de Jaén, en Torres, y otra telefónica, pocas horas después del atentado de Munich.
Ibarra analiza lo ocurrido y el estado de la cuestión en España.
Es justo decir que, en España, muchas cosas serían diferentes -para mal- si no hubiera existido Movimiento contra la Intolerancia.
¿Existe en España gente de este tipo, fanáticos ultraderechistas como Breivik o como el joven de Munich, suicidado después de la matanza?
Sí, por supuesto. En España hemos tenido cerca de 90 crímenes de odio, asesinatos, homicidios, desde 1992. Desde el asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez. Personas que han sido inmigrantes, transexuales o gente de otra ideología.
El problema que hemos tenido en España, y que tienen en el resto de Europa, es que no se ha reconocido la naturaleza del crimen de odio.
¿Qué argumentos se suelen utilizar?
Que son tribus urbanas, que son jóvenes locos, o personas trastornadas, pero no se ve la verdadera naturaleza, que es el fanatismo extremista y radical que hay detrás de los sujetos que cometen los crímenes de odio.
¿Interpreta usted lo ocurrido en Munich como un aviso para toda Europa?
Un aviso y un recordatorio. Porque estos crímenes de odio vienen sucediendo desde hace tiempo. Hablan como algo sorpresivo en Alemania. Y no es verdad. Hay que recordar los asaltos a los centros de refugiados, con personas asesinadas, desde hace muchos años. Incluso desde los años 90.
Luego, hubo células nazis que se dedicaba a matar emigrantes y que, incluso, acabaron con la vida de un policía. Esa célula se llamaba NSU, National Socialist Underground.
Sin duda, se ha minimizado el problema en Europa. Esa ha sido una constante.
Desde los años 80 ya lo han venido advirtiendo varios informes del Parlamento europeo. Se estaba fraguando todo esto. Europa ha tardado mucho en reaccionar. Ahora mismo está pagando la falta de medidas.
El objetivo final de esta gente es la destrucción del sistema democrático
Esto tendría que hacer reflexionar a las autoridades, ¿no es así?
Está claro. Esto tiene que hacer reflexionar a las autoridades. Ante esto, en España adquieren una importancia extraordinaria las reivindicaciones que venimos planteando, que son dos: una ley integral contra los delitos de odio, de manera que la sociedad y las víctimas estén más protegidas, y un plan de acción contra los delitos de odio, con medidas preventivas muy concretas, de intervención, con políticas específicas.
Es un delito que fundamentalmente, no exclusivamente, se comete en núcleos urbanos. Y hay mucha desprotección.
En España hemos dado un paso en España con la creación de las Fiscalías de delitos de odio, pero todavía hay mucho camino por recorrer.
En el resto de Europa ni siquiera se ha avanzado como en España, pero eso no quiere decir que en nuestro país estemos bien. La Policía y los jueces no están preparados.
¿Cuál es el objetivo de esta gente?
La destrucción del sistema democrático, ese el objetivo final de esta gente. Y de los yihadistas, los del otro extremo, lo que pasa es que cada uno elige un camino.
Acusan a la democracia de traicionar la identidad étnica de los pueblos. En el caso del atentado de Munich, la del pueblo ario, y en el de Breivick, la del pueblo noruego. O de cualquier otro pueblo.
Buscan la destrucción del sistema a través del ataque a los más débiles. El ataque a los vulnerables, a los inmigrantes, mandándoles un mensaje: ‘no queremos que estéis aquí, os vamos a matar’.
¿Cómo nace el movimiento contra la intolerancia?
Hace 26 años yo estaba en la emisora Onda Verde y me propusieron coordinar dos programas. Uno llevaba por nombre “Jóvenes contra la intolerancia” y el otro “Democracia y desigualdad”.
Por mi sensibilidad contra la desigualdad, contra el racismo, habíamos organizado desde Onda Verde alguna campaña contra Sudáfrica y contra el racismo.
Trabajé con la CEAR y con el MPDL y coordiné una campaña escolar. Estando en eso se produjo el asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez a manos de una célula de Bases Autónomas, de ultraderecha.
En ese momento hubo una conmoción. Hablamos con las instituciones y les dijimos que había brotes de racismo a nivel juvenil, que se veía en campos de fútbol. Nos contestaban que el racismo era parte de Sudáfrica o del Ku Klux Klan, en Estados Unidos. Que eran imaginaciones nuestras.
Un grupo muy pequeño de la emisora tomamos la decisión de crear una organización de lucha contra el racismo, la xenofobia y el antisemitismo.
Ahí encontramos la referencia del Consejo de Europa. Una referencia vital en materia de derechos humanos en la que se hablaba del concepto de la intolerancia como un concepto holístico que permitía llevar a la práctica la Declaración Universal de Naciones Unidas, que habla de la tolerancia y la paz, de defender la tolerancia en el ámbito educativo, que es el artículo 26 de la Declaración.
Llegamos a la conclusión de que el concepto de intolerancia es la actitud que hay detrás de muchas conductas que son criminales y delictivas; de odio, en una palabra.
Entonces se denominaban Jóvenes contra la Intolerancia, ahora Movimiento. ¿Cómo se produjo el cambio?
Poco después. Nuestra personación como acusación popular se produjo en el asesinato de de Ricardo Rodríguez en Costa Polvoranca, en Alcorcón, Madrid. Nuestro abogado era Juan Mari Bandrés. Esto es muy importante, porque influyó de forma decisiva en nuestro destino.
Juan Mari, que era de San Sebastián, me invitó a Donosti. Durante esa visita se produjo uno de los atentados, bárbaros, de ETA, y salimos a la Iglesia del Buen Pastor. Allí participé en un acto de 5 minutos de silencio. Enfrente teníamos un griterío, por parte de Jarrai y de muchos otros, con muchos insultos, que nos tiraban huevos y de todo.
El grupo con el que yo tenía relación era Denon Artean, una excisión de Gesto por la Paz. Era gente progresista y pacifista que luchaban a favor de las víctimas que padecían el terrorismo. Les dije que esto no podía quedarse sólo allí y que había que traerlo a Madrid. Y que yo me comprometía a moverlo.
En el siguiente asesinato de ETA convocamos una concentración, como Jóvenes contra la Intolerancia, en la Puerta del Sol de Madrid. Invitamos a los partidos políticos. Alguno vino, muy extrañado.
El lema que pusimos fue ‘No matarás’. Así empezaron las concentraciones en el corazón de la capital de España.
Luego, nos extendimos a otras capitales, como Sevilla. Y siempre hacíamos las concentraciones a las 24 horas de cada atentado. Denon Artean lo hacía en el País Vasco y nosotros en el resto de España.
Fue una iniciativa social. No partidista.
Funcionó.
Funcionó, pero emergió un problema. Venía gente y nos decían, ‘yo no soy joven, pero os apoyo’. Y cambiamos el sustantivo de Jóvenes por el de Movimiento. Movimiento contra la Intolerancia. Era un término inclusivo.
Movimiento contra la Intolerancia cambia rápido y se articula en dos líneas estratégicas. La primera, en el rechazo a la xenofobia, el racismo y la intolerancia, y la segunda, en el rechazo al terrorismo, fuera del signo que fuera. En aquel momento el GRAPO, que era de extrema izquierda, mató a un policía.
Luego apareció un tercer elemento, que fue la violencia juvenil. Se estaban resolviendo las disputas a puñaladas.
Entonces montamos una campaña para la deslegitimación de las armas y de la violencia.
El lema fue “No a las armas blancas”, cosa que le molestó mucho al presidente de Castilla-La Mancha, José Bono. Salió defendiendo la industria de las navajas y dijo barbaridades, como por ejemplo: ‘Todo castellano viejo tiene que llevar una navaja en el bolsillo”.
Yo le contesté, menuda educación para nuestros jóvenes a los que les estamos diciendo que no salgan a la calle ni con navaja ni con puños americanos ni con cosas así.
Nos constituimos como organización no gubernamental en 1992.
Pensamos que Movimiento contra la Intolerancia iba a tener una vida efímera, pero nuestro destino nos ha sorprendido incluso a nosotros. Hemos funcionado bajo la ley de la oferta y la demanda. Nos han demandado mucho los colegios. Cada año visitamos 1.500 centros educativos. Por nuestras manos pasan 30.000 jóvenes. Les enseñamos lo que son los derechos fundamentales, que son la parte central de nuestra Constitución.
¿Cuál es el artículo más importante para usted?
El artículo 10. Porque defiende la dignidad intrínseca de la persona.
En esos años 90 entré en contacto con Violeta Friedman en Madrid. Violeta, que era judía, fue deportada en 1944 al campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Tenía entonces 14 años. Sus padres, sus abuelos y su bisabuela, murieron gaseados. Sólo se salvaron su hermana Eva y ella.
Violeta fue la que finalmente me abrió los ojos, la que le dio todo el sentido a nuestra lucha. Fue mi mentora y mi amiga.
¿Por qué?
En 1985 Leon Degrelle, exjefe de las Waffen SS y fundador de REX, el partido fascista belga, hizo unas declaraciones a la revista Tiempo en las que negó la existencia de los campos de exterminio y las cámaras de gas.
Violeta demandó, por una vulneración al derecho al honor propio y de su pueblo, a Degrelle ante los tribunales españoles. Aquello devino en una larga batalla jurídica que finalmente ganó mi amiga en el Tribunal Constitucional el 11 de noviembre de 1991.
El máximo tribunal de garantías español falló conforme a los artículo 16 y 20 de la Constitución, asentando como principio jurídicos que ni la libertad ideológica ni la libertad de expresión podrán ser utilizadas para difundir ideas racistas y xenófobas. Fue una sentencia histórica.
Quedó probado que Degrelle había atentado contra el honor de Violeta y del pueblo judío. Esta doctrina sirvió como precedente para la reforma posterior del Código Penal del 510.
El concepto de crimen de odio es muy sencillo. Es un discurso que pretende humillar, dañar, hostigar a cualquier persona perteneciente a un grupo vulnerable por intolerancia, por negar el respeto, la aceptación y el aprecio a la diversidad
¿Tuvieron ustedes algo que ver en esa reforma del 510 del Código Penal?
[En su cara emerge una enorme sonrisa] Déjeme que le explique antes. Nosotros, desde la irrupción de Internet, participamos en una serie de talleres del Consejo de Europa y ahí se acuña por primera vez en 1997 el concepto del ‘discurso de odio’.
Es un concepto muy sencillo. Es un discurso que pretende humillar, dañar, hostigar a cualquier persona perteneciente a un grupo vulnerable por intolerancia, por negar el respeto, la aceptación y el aprecio a la diversidad.
A partir de ahí ya tuvimos un concepto que nos dio mucha fuerza.
En paralelo fuimos afinando un concepto, de origen anglosajón, que es el ‘hate crime’, que es cualquier infracción motivada por intolerancia.
Esos dos elementos nos dieron la fuerza para plantear su implementación. Hay que recordar que en el año 95 había entrado en vigor un nuevo Código Penal en el que se había introducido bastante de este concepto pero a la hora de aplicarlo, en materia de discurso de odio, no había manera.
Porque había una palabra que nos destrozaba.
¿Cuál?
Provocar. No se hablaba de incitar al odio. El articulado decía: ‘aquellos que provocaren el odio, la discriminación o la violencia’. En cada caso, los jueces nos preguntaban, ¿ha provocado algún hecho? No había manera.
Entonces planteamos que la propaganda precede a la acción. Siempre. De eso Europa sabe mucho. Se crea un clima de hostilidad y luego llegan otros y lo ejecutan.
Por ejemplo, ¿se debe permitir una campaña de pintadas que diga ‘al inmigrante paliza constante?. O, ¿torero muerto, abono pa’ mi huerto?, para actualizarlo.
No existían, entonces, las Fiscalías de Delito de Odio, que existen ahora.
Yo me fui entonces a la Unión Progresista de Fiscales a reivindicar esto. Y pedí el cambio del artículo 510.
Luego, en 2008, salió la Decisión Marco 2008, relativa a la lucha de determinadas formas y manifestaciones de racismo y xenofobia mediante el derecho penal, de donde se habla de la incitación al odio.
De forma específica.
Pero ya hablaba de Incitación, no sólo de provocación. Esa fue nuestra base para provocar el cambio legislativo después. Fue entonces cuando montamos una campaña, sobre diputados y senadores de todos los partidos políticos, pidiendo la reforma del 510, donde planteamos un concepto más amplio. ‘Aquellos que incitaren, provocaren…’, y se mete la palabra hostilidad también.
El nuevo 510, con la reforma del Código Penal de 2015, salió redondo: ‘Quienes públicamente fomenten, promuevan, inciten, directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo, una parte del mismo o una persona determinada por razón de su pertenencia a aquél, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias…’ [lo recita de memoria].
Ahora, nuestro objetivo, lo repito, es que el Parlamento apruebe una Ley Integral contra los delitos de odio, para proteger a las víctimas y a la propia sociedad, y un plan de acción contra esos delitos. En estos delitos los agresores consideran que las vidas de sus víctimas no tienen ningún valor.
¿Afirmaría que los derechos humanos son grandes desconocidos para los ciudadanos?
Lo afirmo. Los ciudadanos no se dan cuenta de que precisamente los derechos humanos son el escudo protector que les permite vivir en libertad. De hecho, la primera parte de nuestra Constitución es una traslación de la Declaración Universal de Derechos Humanos y de la Convención Europea de los Derechos Humanos.
La red ha servido para muchas cosas buenas, pero Internet también ha disparado la maldad
¿Cuál es su balance después de 26 años de andadura?
Hay más conciencia del problema, pero más peligro. Cuando empezamos no existía Internet. La red ha servido para muchas cosas buenas, pero Internet también ha disparado la maldad.
Además, un malentendido anonimato está posibilitando el vale todo. Y se ha impuesto una especie de cultura que establece que el fin justifica los medios. Tenemos un crecimiento de las actitudes intolerantes. Eso se nota mucho en redes sociales. Hay un momento en el que cuando no compartes una posición, te estigmatizan y se mueven todos los prejuicios contra uno. Se forman jaurías contra personas. Yo soy un ejemplo. Una víctima.
¿Cuál es la red social más peligrosa, en este sentido?
Twitter. Nosotros formamos parte de INACH [International Network Against Cyber Hate, Red Internacional contra el Ciber Odio], que ha logrado que haya muchas resoluciones contra el discurso del odio en muchos países. Facebook, por el contrario, es muy receptivo en este tema.
Twitter no lo es. Con Twitter tenemos un problema muy grave con el planteamiento constitucional de Estados Unidos, y su primera enmienda, que defiende la libertad de expresión sin límites. ¿Y qué sucede? Que Twitter lo aplica taxativamente. Y cuando yo, por ejemplo, que he sido hostigado por 16.700 nazis a través de Twitter, pongo una denuncia -son 28 grupos organizados- el juez pide una comisión rogatoria a Estados Unidos para que les de datos de los responsables de esos tuits, pues se encuentra con la negativa.
No hacen caso. Sólo cuando es terrorismo o una situación extrema de violencia.
Lo que nos deja inermes.
Y sí hay jaurías, contra políticos, contra artistas o contra activistas y defensores de los derechos humanos, como yo. Se señala a uno. Se dice, a por este.
Sin embargo, la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo están pronunciándose de forma clara contra esa ‘barra libre’.
Sí, y también se ha modificado el Código Penal. Pero siempre que esté identificado el autor. Hay identificaciones, para la Policía, que son fáciles, pero otras no. Yo tengo siete procedimientos abiertos. En algunos ya ha habido sentencias de dos años de cárcel por incitación al odio.
Supongo que habrá ayudado en algo la creación de la Fiscalía de Delitos de Odio, ¿no es así?
Sí, claro. En 2014 se crearon 52 Fiscalías de Delitos de Odio, una por provincia, y la figura del Fiscal de Sala del Tribunal Supremo.
Desde 2014 aquí ha habido un cambio radical, para bien. Se ha creado la Comisión de Víctimas, se ha aprobado también el Estatuto de la Víctima.
¿Quién odia más al Movimiento contra la Intolerancia, la extrema derecha o la extrema izquierda?
Los nazis, o los neonazis, sin duda. Hay una extrema derecha que va modificando sus pautas. Que se incorpora a Alianza Popular, que luego se convierte en derecha más o menos radical. Lo que queda fuerte, muy cohesionado ideológicamente, es el nazismo o con conexiones tardo-franquistas, con conexiones neonazistas.
Movimiento contra la Intolerancia les pone de los nervios porque tenemos un discurso anti-nazi.
Por otra parte, hay una ultraizquierda que no ha hecho ascos a lo que ha hecho ETA. Esa ultraizquierda no nos perdona que hayamos movilizado a la sociedad contra los atentados terroristas de ETA.
¿Cuál ha sido su última actuación legal contra alguien por un crimen de odio en España?
Precisamente el pasado 22 de julio, el mismo día que se produjo el atentado de Munich. Presentamos una querella contra el librero Pedro Varela y otros responsables de la Librería Europa, de Barcelona, y de la Editorial Ojeda, por la difusión de libros y materiales nazis, antisemitas, racistas y de negación del Holocausto. Específicamente, por incitación al odio antisemita y racista y por asociación ilícita.
La pusimos ese día para que fuera simbólico, recordando los crímenes de Breivik. Lo mismo que Ali David Sonboly, el asesino de Munich. Una paradoja.