La campaña denigratoria del Gobierno pesa como una losa sobre el crimen
MACIEJ STASINSKI. LA VANGUARDIA.- Decenas de miles de polacos llenaron el martes por la noche las plazas y calles de decenas de ciudades para manifestar su muda protesta contra el clima de odio y fanatismo ideológico y expresar su homenaje al alcalde de Gdansk asesinado, Pawel Adamowicz.
Salvo portavoces del Gobierno nacionalista, pocos polacos dudan de que el popular alcalde durante 21 años de la ciudad cuna del sindicato Solidarnosc y figura emblemática de la política liberal ha caído víctima no sólo del atentado de un lobo solitario, sino de un ambiente de nacionalismo beligerante, sembrado y alentado por el Gobierno y que ha infectado como un veneno la vida pública.
Los polacos no comprenden cómo el horrendo atentado pudo haberse producido en pleno concierto caritativo de la Orquesta de Socorro Navideño, que desde hace 27 años, con enorme éxito, ha venido recogiendo fondos y donativos para costear equipos médicos para hospitales en toda Polonia.
Un minuto antes de la agresión, Adamowicz subió al estrado para felicitar al público: “¡Gdansk es generoso!, ¡Gdansk comparte el bien!, ¡Gdansk es la ciudad de Solidarnosc! ¡Gracias a todos!”.
Pero la elección de la víctima, del lugar y del momento del atentado difícilmente fueron casuales.
Durante años, organizaciones nacionalistas aliadas del Gobierno y destacadas figuras del mismo, a través de los medios públicos y redes sociales, han agredido a Adamowicz como “mal polaco”, “traidor”, “renegado”, “alemán”, “ladrón”, “mafioso”, “comunista”, “desmoralizador de niños” y “pelele de la UE”.
Varsovia recordó al alcalde de Gdansk en la galería de arte donde los ultras asesinaron al presidente en 1922
Hace un año, la Juventud Nacionalista le expidió un “acta de defunción política” como castigo por haber opinado, en contra de la cerrada oposición del Gobierno, que Polonia debía admitir a refugiados de Siria.
También las campañas de la Orquesta Navideña eran reiteradas veces denigradas desde las filas del nacionalismo, así como por obispos y sacerdotes católicos celosos de su monopolio de acción caritativa, como expresiones de un laicismo nocivo, relativismo y permisividad moral que pervierten a la juventud polaca.
El propio asesino, tras apuñalar a Adamowicz el domingo por la noche en pleno concierto, con el alcalde ya tumbado y sangrando, deambuló por el escenario del crimen durante un minuto, blandiendo la navaja y gritando que él había sido injustamente condenado (por atraco a un banco a mano armada) y “torturado” por el ex gobierno liberal.
Su expresa autodefensa como vengador contra un gobierno liberal sonó como una llamada de justificación o indulto lanzado al gobierno nacionalista, echando por tierra las declaraciones de portavoces del mismo que salieron a afirmar al unísono que se trataba de un arrebato de un criminal mentalmente trastornado y libre de contenido ideológico.
Al mitin en Gdansk acudió el lunes el legendario líder de Solidarnosc, Lech Walesa, y muchos antiguos veteranos del sindicato, así como el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, ex jefe del gobierno liberal, nativo de esta ciudad báltica y amigo de su alcalde asesinado. Tusk lanzó un conmovedor mensaje de consuelo: “Querido Pawel, siempre has estado donde había que enfrentarse al mal. Por ti, y por todos nosotros, defenderemos nuestro Gdansk, nuestra Polonia y nuestra Europa contra los embates de odio, desprecio y violencia. ¡Nos comprometemos!”.
El asesinato de Adamowicz ha traído inmediatos recuerdos del crimen de odio ideológico que acabó con la vida de Gabriel Narutowicza, primer presidente de la Polonia independiente renacida en 1922. En Varsovia, su alcalde liberal, líderes de la oposición y miles de polacos marcharon el lunes por las calles del centro hacia la galería de arte Zacheta para homenajear a Adamowicz y recordar al presidente Narutowicza, tiroteado allí en plena exposición artística por un fanático nacionalista.
Aquel asesinato fue precedido por una auténtica jauría de odio desde la prensa nacionalista, que reclamaba explícitamente la eliminación de un presidente elegido por el Parlamento, no por “verdaderos polacos”, sino con los votos de las minorías judía y ucraniana.