El Español/María P. Bonmatí.- Un trabajo de investigación publicado en la revista ‘Journal of Interpersonal Violence’ apunta que 2 de cada 10 hombres ha cometido algún abuso.
Un chico insiste e insiste a su novia para que le haga una felación, a pesar de que ella ha dicho no. Dos desconocidos persiguen en moto a una chica que anda sola por la noche. Un hombre agrede sexualmente a su sobrina. Otro señor apoya su mano sobre el muslo de la chica que va sentada a su lado en el metro. Otro viola y mata a una joven que había salido a correr.
Todas esas situaciones, con sus mayores y menores índices de gravedad, forman parte de la misma lacra, la violencia sexual. Para cubrirlas a todas y darles ámbito jurídico, el Congreso de los Diputados aprobó este jueves 26 de mayo la ley ‘Sólo sí es sí‘, que tiene como punto estrella el asentamiento del consentimiento sexual en el centro de las relaciones sexuales.
«Sólo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona«, reza la nueva norma.
El silencio, la pasividad o no mostrar oposición ya no son argumentos válidos en la defensa de un agresor sexual. El consentimiento se presupone así como la capacidad de consentir libremente mantener relaciones sexuales con otras personas y, además, según una nueva investigación publicada en Journal of Interpersonal Violence puede llegar a ser hasta un predictor de futuros agresores sexuales.
El estudio Only «yes» means «yes»: Negotiation of Sex and Its Link With Sexual Violence (Sólo sí es sí: la negociación del sexo y su nexo con la violencia sexual) ha relacionado los datos obtenidos respecto a la importancia que otorgan los hombres al consentimiento y ser un potencial agresor sexual. Sus resultados son claros: los agresores sexuales tenían más probabilidades de considerar menos importante obtener el consentimiento sexual.
Coerción sexual, la clave
Además, esto se producía en aquellos cuyo modus operandi era la coerción sexual, es decir, cuando la agresión se produce bajo una presión, una amenaza que no suele ser física ni repentina, sino que trabaja bajo un modo sibilino, planeado y calculado.
Para entender esto, basta con exponer uno de los últimos casos de esta índole. Se produjo en enero de 2022, cuando la Policía Nacional detuvo a un hombre de 34 años acusado de extorsionar a 21 mujeres para que accedieran a hacer videollamadas sexuales con él a cambio de no difundir imágenes eróticas suyas.
«Gracias a los movimientos feministas como el #MeToo, se están visibilizando los abusos cometidos hacia la mujer. Ello nos está haciendo más conscientes de que el consentimiento desempeña un papel fundamental en las relaciones sexuales y en los abusos, ya que la evidencia científica demuestra que la ausencia de consentimiento sexual se vincula directamente con el riesgo de violencia sexual«, explica Nieves Moyano, profesora del área de Psicología Evolutiva y de la Educación en la Universidad de Jaén y autora principal del estudio.
Efectivamente, con la nueva ley lo que se pretende es evitar polémicas como la que tuvo lugar en el juicio de La Manada, caso en el que la defensa de los condenados argumentó que no hubo un ‘no’ como respuesta por parte de la víctima.
En Estados Unidos sentó precedente, a la inversa, el caso Warren, una ciclista que fue abordada por un hombre superior a ella en peso y altura y que le pidió que le hiciera una felación. Sin el uso de la fuerza y con sólo la frase «no quiero hacerte daño«, logró su objetivo. Fue absuelto y, realmente, él consideraba que no había agredido a nadie.
Más allá de la relación entre consentimiento y agresores, los datos sobre incidencia de agresiones sexuales a los que ha llegado la investigación son muy llamativos. Según sus resultados, el 70,2% de las mujeres entrevistadas había sido víctima sexual, frente al 20,8% de los hombres que relató haber perpetrado violencia sexual.
Para llegar a esta conclusión, los participantes completaron una encuesta en línea que se facilitó a través de las redes sociales y las páginas de las universidades implicadas. En total, se logró una muestra válida de 1.681 personas, aunque el número de mujeres fue muy superior al de hombres, un 78,5% frente al 21,5%.
Además, destaca el hecho de que la mayoría de los participantes fueron jóvenes, algo que puede ser determinante en las conclusiones e impide extrapolar con claridad los resultados a toda la población española.
Los resultados que extrajeron son muy superiores a las que ofrece la Macroencuesta sobre Violencia de la Mujer, la cual, en datos de 2019, cifra en el 40,4% el número de mujeres que, en nuestro país, ha sufrido acoso sexual y en 13,7% violencia sexual.
Medir más dimensiones
«Sin duda los datos son alarmantes», sentencia Moyano sobre sus resultados. «Actualmente, somos más conscientes de que la violencia sexual es un continuo que va desde contactos sexuales no deseados a la violación’ pasando por otras formas de violencia como la coerción sexual. De hecho, en nuestro estudio evaluamos la violencia sexual considerando estas dimensiones, cuando con anterioridad se tenía a confundir violencia sexual sólo con violación», prosigue la experta.
Belén Sanz, científica en el Instituto de Salud Carlos III, cuya línea actual de investigación es el estado de salud y violencia de pareja contra la mujer, también se sorprende con los altos índices obtenidos en el estudio. «Nosotros solemos utilizar como escala de medición la que se usa en la macroencuesta. Puedo entender que aquí son tan elevados porque se habrá utilizado como medidores parámetros como el acoso sexual«, explica.
Considerado por el Ministerio de Igualdad como una forma más de violencia contra la mujer, dentro de acoso sexual, por ejemplo, entraría la definición de un chantaje ejercido desde de una posición de superioridad para que alguien acceda a una petición sexual, como recoge el informe El acoso sexual y el acoso sexual por razón de sexo en el ámbito laboral en España.
«También es probable que la gente que ha sufrido violencia tenga una mayor predisposición a participar en un estudio y a contar lo que ha pasado y que hayan sido jóvenes los que hayan contestado, ya que son los que suelen usar las redes sociales. Por eso, los resultados son distintos a la Macroencuesta», razona Sanz para los altos índices de violencia de la investigación.
Lo cierto es que, cada vez, hay menos silencio respecto a los abusos y agresiones sexuales. Según el último Balance de Criminalidad del Ministerio del Interior, en España se cometieron, en 2020, 17.016 delitos contra la libertad e indemnidad sexual. De todos ellos, 2.143 fueron violaciones con penetración. Si en 2017 se hablaba de una violación cada ocho horas, hemos pasado a una cada cuatro.
La hipótesis de la pérdida del miedo a verbalizar lo ocurrido parece plausible para explicar el aumento de datos. Por ejemplo, con el caso de La Manada, surgieron cientos de relatos en redes con el hashtag #Cuéntalo. Historias que nunca fueron denunciadas y que ahora salen a la luz.
No obstante, hay investigaciones que dicen lo contrario. Según el trabajo Análisis empírico integrado y estimación cuantitativa de los comportamientos sexuales violentos (no consentidos) en España, se estima que sólo se denuncian el 2% de todas ellas.
Las manadas
Si tomamos como ejemplo uno de los últimos casos más mediáticos, el de la supuesta violación grupal de Burjassot (Valencia), fueron los padres los que instaron a las menores a denunciar lo ocurrido.
Con ese suceso, además, entramos en terreno pantanoso. Las violaciones grupales y la edad de los implicados. Según la investigación sobre el consentimiento, el perfil mayoritario del agresor es joven y con estudios universitarios. La epidemióloga del Instituto Carlos III también observa este dato y dirige la atención a uno de los últimos datos del INE que apunta a que es donde más ha aumentado la violencia en el último año. La pregunta es, ¿por qué?
«Una de las causas más importantes es que hay una falta de educación sexual», sentencia Sanz, que también ve un grave problema en el consumo de pornografía: «Esta es cada vez más violenta y tiene más relación con la humillación», esclarece. No obstante, observa que, al final, la sexualización y la cosificación de la mujer está en todas partes, empezando por las redes sociales, el terreno estrella de los jóvenes.
Moyano, por su parte, también apunta a la falta de educación en emociones, relaciones interpersonales y abordaje de las cuestiones afectivo-sexuales. «Sorprende el desconocimiento que aún existe en estas cuestiones», lamenta.
Respecto al tema educacional, Carlota San Julián, enfermera y sexóloga, ve un claro problema, parece que siempre tiene que ser algo que recaiga en la mujer. «¿Quién tiene que decir sí y quién tiene que decir no?», se pregunta, a la par que aporta su respuesta: «Pues, según la sociedad en la que vivimos, la mujer. La cultura del consentimiento responsabiliza a la mujer y esto es peligroso porque en muchas situaciones, ante la agresión, las personas podemos vernos paralizadas por el miedo u otras emociones que nos surgen».
En esta línea, lo que pide esta sexóloga es que haya educación de ambas partes para saber cuando hay consentimiento o, mejor dicho, un consenso, aunque a veces el diálogo sobre estas cuestiones se crea que vaya en contra del mito del amor romántico o que no es fundamental en una relación esporádica. «Esto implica que se pueda hablar con la otra persona de cuidado, respeto, empatía y demás cuestiones que creo que en esta sociedad hipersexualizada brillan por su ausencia».