En Cracovia es habitual ver grupos de turistas israelíes escoltados por agentes vestidos de paisano que portan armas. El enfrentamiento verbal entre Israel y Polonia sube de intensidad
MIGUEL A. GAYO MACÍAS. EL CONFIDENCIAL.- El Al, la línea aérea nacional de Israel, describe a Varsovia en su revista de vuelo “Atmosphere” como “un paraíso para las compras”. Sin embargo, pocos de los 250.000 turistas israelíes que cada año visitan Polonia viajan pensando en el ámbar, el vodka o la artesanía polaca. La inmensa mayoría seguirá las advertencias de las autoridades de su país, que les aconseja “visitar exclusivamente los enclaves relacionados con el Holocausto y el legado judío” y les insta a permanecer en grupo siempre que les sea posible. En ciudades como Cracovia, es habitual ver cómo grupos de a veces más de cien turistas israelíes hacen la “ruta judía” escoltados por agentes de seguridad israelíesvestidos de paisano que portan armas de fuego.
Las pasadas declaraciones del ministro de Exteriores israelí, Yisrael Katz, diciendo que “los polacos maman el antisemitismo de la leche de sus madres” y la reacción del Gobierno polaco, negándose a participar en una cumbre diplomática en Israel, han desencadenado una ola de acusaciones mutuas que ha reabierto viejas heridas. El primer ministro polaco calificó las palabras de Katz de “desgraciadas” y “racistas” y pidió una disculpa oficial que todavía no se ha producido. Anteriormente, el premier israelí, Benjamín Netanyahu, había afirmado que “un número no insignificante de polacos colaboró con los nazis” en el Holocausto y el primer ministro Morawiecki admitió que “algunos polacos” habían cometido atrocidades, “como algunos ucranianos, rumanos o judíos”. Desde entonces, y va para un mes, el enfrentamiento verbal entre ambos países no ha hecho más que crecer.
Para muchos, la caja de pandora se abrió el año pasado, cuando el Gobierno polaco aprobó en el mes de mayo una ley que criminaliza afirmar que Polonia participó en el exterminio de judíos, así como llamar “polacos” a los campos nazis. La ley fue interpretada como un intento de lavar la historia polaca y negar la implicación de cualquier polaco en los crímenes de la Segunda Guerra Mundial y en muchos países se desencadenó una campaña que insistía en la participación de polacos en el Holocausto. Desde Varsovia, esta situación se interpretó como una muestra de incomprensión y reconocimiento del papel polaco en la Segunda Guerra Mundial. El pasado verano, la delegación polaca canceló su participación en una feria de turismo internacional en Israel, mientras sus diplomáticos recordaban que Polonia fue el único país invadido por los nazis que jamás tuvo un gobierno colaboracionista, a diferencia de Francia, Holanda o Noruega, por ejemplo.
Siguiendo una retórica que mezcla interpretaciones parciales de la historia con el oportunismo político, el enfrentamiento verbal entre israelíes y polacos ha ido subiendo de intensidad a medida que se ha ido retrocediendo en la tortuosa cronología histórica que ambos pueblos compartieron en el siglo XX.
Uno de los episodios más trágicos y controvertidos del Holocausto, la tragedia de Jedwabne (el pueblo donde unos 1.600 judíos fueron quemados vivos en 1941), ha vuelto a salir a colación como ejemplo de los atroces pogromos que, según algunos, llevaron a cabo los polacos. Sin embargo, la responsabilidad de ese crimen no ha sido demostrada y hasta que no se retomen las excavaciones en aquel lugar -interrumpidas a petición israelí-, resultará imposible establecer con claridad lo que ocurrió. Aun así, varios medios hebreos han publicado estos días imágenes de campos de exterminio nazis en Alemania atribuyéndolas a Jedwabne e incluso JTA, la agencia de noticias israelí, publicó unas fotos de un cementerio judío con lápidas rotas afirmando que se trataba de un ataque producido recientemente. En realidad, se trataba de imágenes de 2015 y tomadas en un lugar diferente al de la noticia.
La espiral de acusaciones en la que ha desembocado la polémica desatada entre ambos gobiernos ha vuelto a desenterrar rencores, a abrir heridas y a sacar a colación cuestiones que tocan la sensibilidad de muchos ciudadanos polacos, independientemente de su orientación política. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Varsovia era la ciudad con más judíos del mundo y su cultura ha formado parte de la identidad nacional polaca durante siglos. Tras la invasión nazi, los alemanes anunciaron que ejecutarían a cualquier polaco que ayudase a un judío a escapar del gueto o a ocultarse, y que fusilarían también a todos sus familiares –una regla que no se aplicó en ningún otro país-. Aun así, miles de polacos arriesgaron o perdieron su vida intentando salvar las de sus compatriotas judíos.
Polonia es el país con más “justos entre las naciones” -un título honorífico que concede Israel a quienes arriesgaron vidas en el Holocausto-. Según el propio Yad Vashem, el centro en memoria del Holocausto en Israel, al menos35.000 judíos salvaron la vida gracias a ciudadanos polacos. La figura de Jan Karski, un polaco que se dejó internar voluntariamente en Auschwitz para recoger pruebas del Holocausto y después consiguió escapar y presentar dichas pruebas a los gobiernos aliados es raramente invocada en los libros de historia, al igual que el hecho de que Polonia fue el único país no invitado a desfilar en el Día de la Victoria de 1945.
El ataque del Gobierno israelí ha despertado incluso el rechazo de la comunidad judía en Polonia. El rabino jefe de este país, Michael Schudrich, ha dicho que las palabras de Katz eran “injustas” y “ofensivas para todos los polacos, judíos o gentiles”. Incluso la embajadora de Estados Unidos en Varsovia ha pedido una disculpa oficial del ministro israelí. Benjamín Netanyahu, que se enfrenta actualmente a acusaciones de corrupción, volvió sin embargo a desmarcarse durante una conferencia sobre Oriente Medio celebrada en febrero en Varsovia afirmando que “los polacos colaboraron con los nazis” y que “nadie ha ido a juicio por decir eso”.
No ha ayudado mucho el nacionalismo a ultranza que el Gobierno polaco ha desplegado desde que llegó al poder, con adoctrinamiento en las escuelas y un discurso torpe que, en vez de presentar la historia de manera imparcial, se ha enrocado en una postura defensiva ante una supuesta ola internacional anti-polaca. La imagen proyectada por algunos elementos pertenecientes al Ejecutivo o cercanos a él, como los grupos ultras y filo fascistas que logran una visibilidad proporcional a la magnitud de sus provocaciones, es un elemento que ha jugado en contra de la imagen de Polonia como país. Sin embargo, en todas las grandes ciudades polacas se celebra y fomenta el legado judío, con museos, festivales culturales y exposiciones.
En Kazimierz, el barrio judío de Cracovia, Janusz Lipa, un vecino de 52 años, se queja de que el patrimonio judío ha sido rehabilitado con dinero público “y luego se alquila a empresarios que la convierten en una discoteca”, dice, señalando un local de copas que ocupa una antigua sinagoga, “o se convierten en una galería comercial, donde se cobra la entrada y las tiendas de recuerdos venden propaganda”.
Cada año, el Ministerio de Educación israelí costea el viaje de decenas de miles de estudiantes a Polonia para que visiten lugares como la Plaza de los Héroes del Gueto, donde unas sillas de metal recuerdan los muebles apilados tras el saqueo de los hogares judíos por parte de los soldados alemanes, o algunos restos del muro del gueto donde se hacinaban 20.000 personas en donde antes sólo vivían 3.000. Recientemente se cumplió el aniversario de la creación del gueto de Cracovia, que fue liquidado en 1943, al enviar a todos sus habitantes a Auschwitz. Se acaba de reestrenar una versión mejorada técnicamente de “La Lista de Schindler”, cuya fábrica está a pocos pasos de estos lugares. A medio camino hay un parque infantil donde aún se pueden ver restos del antiguo muro del gueto, junto a una pared rocosa donde algunos jóvenes practican escalada. Cuando un grupo de turistas judíos entra en el recinto, uno de los agentes de seguridad permanece en la puerta y otro les pide a gritos a los escaladores que bajen del muro hasta que termine la visita del grupo. Cuando gesticula se puede ver que debajo de la americana lleva una pistola.