La Opinión de Murcia/Ana Lucas.- La Policía explica que la pelea no surge de forma espontánea, sino que los adolescentes se citan a la salida del instituto o acuerdan hora y sitio por Instagram, ya con la idea de inmortalizar la violencia física.
Adolescentes, niños en ocasiones, que quedan para pegarse mientras sus compañeros y amigos los graban con el móvil y lo suben a las redes sociales. Incluso a veces lo emiten en directo. Miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad en la Región indican que esta ‘moda’ ha llegado a la Comunidad murciana y tienen claro que, la mayoría de las veces, estas agresiones son premeditadas y se se organizan con antelación. Los menores quedan no para ir al parque o a dar una vuelta: quedan para pelearse, grabarlo y posteriormente difundirlo.
Coinciden varios policías en que «habitualmente todo empieza con una riña en el instituto o en el colegio y de ahí hacen la quedada para pegarse, ya fuera del centro educativo». Estas discusiones que derivan en agresión física resultan atractivas para los ‘mirones’, compañeros y vecinos de los protagonistas de la agresión que no solo jalean, sino que inmortalizan el momento.
En un momento en el que es raro que un menor no lleve un móvil ‘pegado’ a la mano, otras veces los implicados acuerdan hora y sitio a través de redes como Instagram, ya con la idea de inmortalizar la violencia física.
«Si no pudiesen grabarlo y difundirlo en redes, este tipo de conductas se reduciría»
Juan Pedro Martínez, coordinador del área de psicología educativa del Colegio Oficial de Psicología de la Región de Murcia, subraya que «este tipo de actos constituyen un fenómeno complejo que exige un abordaje multicausal, al entrar en juego variables psicológicas que interaccionan a su vez con el contexto». En este sentido, apunta que «entre los factores que pueden estar describiendo esta problemática tenemos la falta de normas y límites, bajos niveles de empatía, altos niveles de alexitimia (dificultar de sentir y expresar emociones), baja tolerancia a la frustración, dificultades de relación, exposición constante a modelos violentos y el desconocimiento de las consecuencias negativas de sus actos».
A la pregunta de si se está normalizando la violencia cada vez más entre los niños, Martínez afirma que «el hecho de que un suceso se dé frecuentemente lleva a generar tolerancia en la población», a lo que añade que «con la violencia ocurre un mecanismo similar: cuanto más sucede, más se ‘normaliza’, de modo que es preciso aumentar la gravedad de los actos violentos y de sus consecuencias para hacer saltar las señales de alarma».
«Se trata de una normalización de la violencia que hace que esta sea aún más peligrosa si cabe. El Colegio Oficial de Psicología de la Región de Murcia considera primordial realizar actuaciones de detección precoz y de prevención primaria para evitar actuar únicamente cuando la problemática ya se ha consolidado», manifiesta.
«Muchos centros trabajan a diario en la mediación para evitar un momento tenso o un acoso»
El psicólogo reconoce que «la violencia ha existido en generaciones anteriores», aunque «los datos parecen reflejar una tendencia ascendente». A este respecto, comenta que, a raíz de la pandemia de coronavirus, «se han producido una serie de cambios sociales que han hecho de la tecnología un instrumento de primer orden para perpetrar actos agresivos de diversa índole».
«Un peligro real»
«A diferencia de una anterior era analógica, en las generaciones digitales el ciberacoso supone un peligro real que trae consigo el aislamiento de la víctima, la difusión de falsos rumores y un esfuerzo explícito por desvirtuar su imagen, por citar unos ejemplos», hace hincapié el experto.
Por otro lado, Martínez pone el acento en que «uno de los motivos por los que se producen y mantienen los actos violentos en jóvenes son precisamente las consecuencias que siguen a dichos actos».
De esta manera, «si las consecuencias son percibidas como positivas actúan como reforzadores». «Precisamente grabarse y difundir las imágenes son potentes reforzadores para las personas perpetradoras ya que las posiciona, les da visibilidad y en ocasiones hasta fama dentro de sus círculos», explica al respecto.
Desde su punto de vista, «si se elimina el valor reforzante, la conducta violenta pierde parte de su aliciente por lo que es de esperar que, si no pudieran grabarlo y difundirlo en redes o entre otros dispositivos móviles, este tipo de conductas se reduciría».
Educar sobre las consecuencias
Por su parte, el doctor en Derecho y policía local Víctor Javier Navarro pone el acento en que «la adolescencia es una etapa complicada, ya que es el momento donde afloran sentimientos que perfilan a la persona dentro de un entorno explosivo que se caracteriza por la búsqueda de nuevas sensaciones y el descubrimiento». «Por ello los centros educativos se convierten en un entorno cargado de emociones y sentimientos, un ámbito de relaciones sociales que acompañará a los jóvenes el resto de su vida, ya que continuará en el ámbito laboral, familiar y social del futuro», comenta el también criminólogo.
A su juicio, «no es nada nuevo que jóvenes resuelvan sus diferencias de forma agresiva: este tipo de conductas han estado presente entre jóvenes por el simple hecho de demostrar su superioridad ante determinados conflictos». En la misma línea, expresa que «es vital que la educación de los jóvenes en la resolución de conflictos se trabaje desde diferentes puntos, a destacar ‘la familia’, ‘grupo de iguales’, ‘escuela’ y ‘cultura’. Son estos los elementos que definen las conductas delictuales de los jóvenes y que la formación de estos en cada campo puede ayudar a fomentar la desaparición de conductas agresivas».
«Se normaliza la sexualización y la violencia por parte de los entornos en los que se mueven»
Navarro precisa que «muchos centros de enseñanza trabajan a diario en el ámbito de la mediación escolar y promueven la creación de grupos de referencia que fomentan la resolución de conflictos antes de llegar a un momento tenso y desagradable que pueden llegar a casos de acoso».
«Lo que resulta realmente preocupante es la inmortalización que este tipo de conductas a través de las redes sociales, ya que puede aumentar de forma considerable los perjuicios en la víctima de una agresión», resalta, al tiempo que subraya que «es vital trabajar en la formación sobre la salud digital en este ámbito, y educar sobre las consecuencias que supone al respecto». Y es que no es solo que un adolescente acabe expulsado del colegio: es que puede acabar en la Fiscalía de Menores por algo que «se tomaba como un simple juego».
‘Derecho penal de menores’
Por otro lado, Rocío Arregui, abogada y profesora asociada de Derecho Penal en la Universidad de Murcia, comenta que «en el llamado ‘derecho penal de menores’ confluyen la psicología, el derecho y la educación, intentando en parte comprender por qué han hecho lo que han hecho, y se valoran los llamados ‘factores de riesgo’ y ‘factores de resistencia’ de cada menor y hasta qué punto un menor puede verse influenciado (o incluso casi obligado) a cometer un delito, según sus circunstancias, o si, por el contrario, tiene más posibilidades de permanecer ajeno al delito.»
«En mi opinión, en estos casos subyace un intento de pertenencia a un grupo (violento, como forma de expresión), de destacar o de reclamar violentamente lo que consideran que les pertenece», detalla la letrada, que ve en la difusión en redes «un afán de notoriedad». «Puesto que su entorno ahora también está en la red, la acción violenta pasa también a la parte de exposición pública en redes», manifiesta.
Arregui especifica que «también habría que pensar por qué ese modo de reclamar ‘lo suyo’, de presumir o de aleccionar, pasa por hacerlo de forma violenta, pero creo , aún no siendo mi profesión, que hay una normalización de la sexualización y de la violencia, tanto por parte de la sociedad y de las familias, como por la televisión y en general de los entornos en los que se mueven los adolescentes».
Una estudiante apaleada se intentó suicidar
En la vecina Comunidad Valenciana, una menor de 14 años que aparecía en uno de los vídeos difundidos a través del canal de Telegram investigado por la Policía Nacional, trató de poner fin a su vida. La adolescente, víctima de acoso escolar por dos compañeras de un instituto de una localidad valenciana, llegó hasta tal punto de desesperación el pasado verano, al ver que el vídeo en el que era agredida estaba circulando por las redes, que incluso intentó suicidarse.
«Se quiso tirar por un balcón y la tuve que agarrar de los pelos», relata todavía con miedo, dolor y rabia contra sus acosadoras la madre de esta niña. «Es muy duro que tu hija te diga: ‘ya no quiero vivir’», confiesa. «Al principio no sabía qué estaba pasando con mi hija, ya no quería estar con nadie», recuerda sobre esos primeros momentos en los que todavía no era consciente de que estaba siendo víctima de acoso escolar.
Fue posteriormente cuando tuvo conocimiento del vídeo que estaba circulando de su hija siendo agredida a la salida del instituto. Además de golpes y tirones de pelo, sus agresoras la someten a actos denigrantes de índole sexual con un bocadillo. Después de evitar que su hija saltara desde un tercer piso, ya nunca más ha vuelto a ver en ella ningún atisbo autolítico, pero ha tenido que cambiarla de centro para alejarla de sus presuntas acosadoras porque, cuando fue a pedir explicaciones a los profesores, éstos dijeron que ya estaba aclarado.