Las personas sin hogar -3.000 solo en Madrid- no pueden ejercer de héroes para mitigar la expansión de la pandemia del Covid-19, ya que no pueden quedarse en casa y son vulnerables al contagio
MARCOS GARCÍA REY. EL CONFIDENCIAL.- El torso de Antonio Pozo se encorva mientras tose seca y repetitivamente. Sus ojos se ven humedecidos por el esfuerzo cuando retoma la compostura y se apoya en un promontorio de hormigón ubicado en la explanada que da acceso a la estación de tren de Príncipe Pío de Madrid. Este hombre de 67 años, junto a su muleta y una lata de cerveza, no responde el perfil del nuevo superhombre nacido de la pandemia de coronavirus: ni se lava las manos a menudo ni se queda en casa porque, simplemente, no tiene hogar. “Estoy tranquilo, me da igual lo que me pase”, dice este antihéroe contemporáneo ajeno al temor generalizado.
Las autoridades piden que los ciudadanos permanezcan en sus casas para cuidarse ellos mismos y para paliar una rápida y más amplia propagación del coronavirus. El presidente Pedro Sánchez sostenía este viernes, mientras decretaba el estado de alarma, que “el heroísmo” consiste ahora en “lavarse las manos, en quedarse en casa y en protegerse uno mismo para proteger al conjunto de la ciudadanía». Al mismo tiempo, en redes sociales como Twitter e Instagram se han hecho populares las etiquetas #QuédateEnCasa y #Yomequedoencasa que emulan los ‘hashtags’ #rimaneteacasa o #iostoacasa de Italia.
Pero, ¿qué ocurre con las personas que no tienen un hogar? ¿Qué pensarán las decenas de miles de sintecho que como Antonio Pozo recorren las calles de España si les mostramos los tuits de Begoña Villacís, vicealcaldesa de Madrid, de Meritxell Batet, presidenta del Congreso de los Diputados, del resto de políticos, famosos y ciudadanos que teclean este tipo de eslóganes para combatir el Covid-19 en un alarde de bonhomía?
“Señor, dame un poco de dinero que me voy a mi país”. Quien así habla es Vasile, un rumano que junto a su clan familiar de unos veinte miembros pasa unos nueve meses al año en las calles del barrio de Vallehermoso, oeste de la capital. Durante el día, mendigan en los semáforos y a las puertas de iglesias y comercios; también ejercen de gorrillas. Cuando llega la noche, se guarecen entre cartones y mantas para dormir en soportales y cualquier lugar resguardado del frío. No suelen regresar a Rumanía hasta julio, entonces, ¿por qué se marchan ahora de repente? “Tenemos miedo al virus”, confiesa Vasile. Acumulan en un carro de la compra kilos y kilos de legumbre y arroz para llevarlos en autobús hasta su país.
Antonio Pozo es indiferente a contagiarse de coronavirus y Vasile le tiene pánico. Otros sinhogar con los que conversa este diario tienen otra percepción de la pandemia.
Estamos muy preocupados porque estas personas se sitúan en la primera línea de fuego del coronavirus
A las cuatro de la tarde, la antesala del comedor social de Santa Isabel, sito en la calle Galileo de Madrid, está abarrotada de gente necesitada que reposa en sillas y sillones. La distancia de seguridad de un metro que recomiendan las autoridades sanitarias no se cumple. A Gilda Parra, ecuatoriana de 76 años, no le importa lo más mínimo. “Ay, mi hijito, yo soy cristiana evangélica y sé que el Señor me protege”, mientras saca de un bolso de cuero un ejemplar de la Biblia. “Todos los días leo este tesoro y con ello consigo la bendición divina”, sostiene esta señora que llegó hace 22 años a España. Pasa sus días en las calles, comedores sociales e iglesias. Cuenta que uno de sus hijos solo le abre la puerta de su casa por la noche para que duerma en una cama empotrable sin apenas saludarla.
“Estamos muy preocupados porque estas personas están en un situación de vulnerabilidad máxima y se sitúan en la primera línea de fuego del coronavirus, ya que la mayoría sufre patologías previas y ‘Quédate en casa’ es un gran eslogan, pero si no tienes hogar no te puedes aislar y, entonces, ¿qué?”, argumenta Esperanza Vera, miembro de la Asociación Bokatas, una organización compuesta por voluntarios que recorren las calles para hacer acompañamiento y asistir a los indigentes de Madrid. Reparten bocadillos y café caliente, pero es solo la excusa para pasar un rato con ellos y hacerles la vida más liviana.
Esperanza Vera se muestra inquieta porque van a tener que suspender las rutas de reparto y acompañamiento a partir del lunes 16. Y, además de la salud, le preocupa que los hábitos diurnos que hacen más llevadera la existencia de los sintecho se ven alterados o suprimidos por la pandemia del Covid-19. “Se están los recursos como bibliotecas y comedores sociales, lugares donde ellos pasan el día”, cuenta Vera. Añade que su experiencia le dice que tras este tipo de crisis siempre hay un impacto económico importante y esto va a causar que en unas semanas el número de gente durmiendo en la calle va a aumentar.
Desde 2006, diversas universidades, el Ayuntamiento de Madrid y varias ONG como Cruz Roja, vienen haciendo recuentos bianuales de personas sin hogar. Los datos que arroja el último recuento realizado en diciembre de 2018 es que hay unos 3.000 sintecho en la ciudad de Madrid y 650 que pernoctan en sus calles, principalmente en el distrito Centro, donde duermen al raso el 42%. Otros pasan la noche en centros de acogida públicos y religiosos, o viven temporalmente en viviendas y espacios habilitados por asociaciones civiles y la Iglesia.
En el conjunto de España, las personas que sufren el problema del sinhogarismo se acercan a las 35.000, según el último informe de la ‘Estrategia Nacional Integral para Personas sin Hogar 2015-2020’ elaborado por el Ministerio de Sanidad. Cáritas cifra el número en 40.000 sintecho.
Medidas excepcionales
El comedor social de la ecuatoriana Gilda Parra, dependiente de la Comunidad de Madrid, cerrará sus puertas a los sintecho a partir del lunes debido al estado de alarma decretado por el Gobierno que preside Pedro Sánchez. Pero muchos de esos centros dependientes de instituciones municipales y autonómicas y de oenegés seguirán distribuyendo comida empaquetada a los necesitados. Aunque muchos de ellos echarán de menos las relaciones sociales que se establecen en esos lugares.
El Área de Familias, Igualdad y Bienestar Social del Ayuntamiento de Madrid ya adoptó el martes 10 una serie de medidas para no dejar desasistidas y proteger mejor a las personas sin hogar, medidas que se irán adaptando a la situación de emergencia. Un portavoz municipal relata que esas actuaciones consisten básicamente en eliminar las visitas en los centros de acogida, suspender las actividades grupales como cursos y talleres, hacer un seguimiento especial a las personas más frágiles de salud y aislar en cuarentena a las personas que se contagien de coronavirus. Pero el portavoz insiste en que “se mantendrán todos los servicios de atención a necesidades básicas” de las personas que acuden a los centros de día y de noche habilitados por el Ayuntamiento.
Además, Pepe Aniorte, delegado de esa área de gobierno municipal, anunció ayer por Twitter que la campaña de frío se amplía dos meses, hasta el 31 de mayo, ante la situación de emergencia causada por el coronavirus. Esa campaña del Ayuntamiento se compromete a que todas las personas sin hogar tengan la oportunidad de dormir bajo techo y a que reciban una atención social.
Las oenegés que tienen como misión paliar o erradicar el sinhogarismo también se adaptan al reto que supone esta pandemia. La organización HOGAR SÍ cree que la mejor política para atacar todos los problemas que están en torno a la indigencia es primero dotar una vivienda adecuada y digna a los sintecho. Luego, desde ese refugio, afrontar el resto de dificultades (desempleo, salud, soledad).
Su director general, José Manuel Caballol, sabe que en el actual escenario estas personas con muy vulnerables al coronavirus. “Tenemos unos centros para quienes tienen enfermedades crónicas o terminales. Sentimos una gran preocupación por este colectivo porque su estado de salud es mayoritariamente muy precario”, cuenta Caballol. Por esta razón, explica que están restringiendo las visitas a sus centros y ha paralizado las salidas, además de proteger al máximo a sus trabajadores y voluntarios. “Las autoridades exigen que los enfermos se aíslen en sus casas, pero estas personas no tienen casa, así que lo que les procuramos nosotros es una cuarentena con garantías para cuidarles a ellos y proteger a los demás”, concluye el director de HOGAR SÍ. Para esta organización, «el modelo mayoritario de ayuda en alojamientos y comedores colectivos no solo es insuficiente e ineficaz, sino que aumenta las probabilidades de contagio».