“Cuando el Estado recula, el fascismo avanza”
JUAN PECES. EL PAÍS.- Han matado a uno de sus compañeros. Han sido perseguidos por la extrema derecha, ignorados u hostigados por la prensa y estigmatizados como meros «grupúsculos de extrema izquierda». Por eso, el entorno de Clément Méric, el estudiante de Sciences Po mortalmente agredido en París por un miembro de un colectivo de extrema derecha el cinco de junio, ha elegido rehuir a la prensa a la hora de afrontar su duelo.
Están en estado de shock, como buena parte de la sociedad francesa, sacudida con una frecuencia cada vez mayor por incidentes racistas, islamófobos, antisemitas y homófobos. Denuncian que el heterogéneo universo de la extrema derecha se hace cada vez más fuerte en la calle. Situados a la izquierda de la izquierda, claman, en definitiva, contra lo que consideran una capitulación del Estado ante ese fenómeno, con la connivencia de algunos políticos conservadores.
La gran manifestación pública de duelo por la muerte de Méric, supuestamente a manos del ciudadano francoespañol Esteban Murillo, tuvo lugar el sábado en París, en un recorrido que culminó en la plaza de Gambetta. Al abordar, en el boulevard Richard Lenoir, a Mélanie, una de las portavoces del sindicato estudiantil Solidaires Étudiant-e-s-Sciences Po –en el que militaba Méric—, la respuesta obtenida mostraba el hastío y la impotencia que sienten sus compañeros.
—Quería hacerle unas preguntas sobre la muerte de Clément Méric y su compromiso político.
—Lo que tenemos que decir lo hemos expresado en el comunicado.
—Diga al menos qué mensaje quieren transmitir a la sociedad.
—Que la gente tiene que despertar. Porque el fascismo mata a las personas.
Sus palabras se unían a las de Olivier, un portavoz de Acción Antifascista París-Periferia (AAPB), en el que también militaba Méric. Durante la concentración, Olivier se refirió a Clément como «una persona que tenía una visión a largo plazo del compromiso político, que luchó por la distribución justa de la riqueza, contra la homofobia…». Y que «no combatía a los integrantes de grupos de extrema derecha, sino sus ideas».
Mélanie y Olivier son pseudónimos. Como lo es el nombre de Sara, una joven perteneciente al mencionado sindicato de estudiantes en la elitista institución académica que ha accedido a comentar el contexto social y político que ha desembocado en el trágico homicidio, y cómo se ha vivido en el entorno de Méric.
Sara evita dar cualquier información personal sobre Méric. Asegura que muchos de sus compañeros han tenido que cambiar de teléfono móvil, y ha sido testigo de cómo algunos medios cultivaban el morbo, presionaban a los jóvenes para obtener detalles íntimos o difundían imágenes de sus rostros tomadas sin autorización en reuniones privadas. Pero admite la necesidad de trasladar un mensaje a la ciudadanía.
«Lo primero que hay que entender es que las agresiones que se están produciendo en París, Toulouse, Lille o Lyon, así como Grecia, Hungría y otros países, no son casos aislados», afirma. «La raíz de este tipo de crímenes es estructural. Por eso decimos que la agresión a Clément es un asesinato político».
«El fascismo está en todas partes», se lamenta. «Hoy día, una persona puede salir a la calle con una camiseta que dice ‘White power’ y otros símbolos fascistas. Es impensable que eso ocurra en Europa, pero ocurre. Las agresiones a inmigrantes –que no tienen a quién acudir cuando son agredidos—, a homosexuales, a militantes de izquierda… forman parte de un clima político y una escalada tremenda del fascismo que se ampara en posiciones defendidas en la esfera pública».
Entender las razones estructurales
Sara cree que los mensajes del tipo «Francia para los franceses», o el acento que ponen los medios en la nacionalidad de una persona que ha cometido un crimen «demuestran una absoluta falta de comprensión de los fenómenos estructurales de la sociedad y avivan el odio hacia el inmigrante, hacia todo el que no entra dentro del patrón de la sociedad burguesa».
Para esta joven, «el sistema capitalista no es capaz de gestionar las tensiones y las críticas que se le formulan; por eso margina o criminaliza la expresión de la disidencia, generando un sentimiento de impotencia y de marginalidad».
¿Cómo opera esa marginalización? «La forma que tiene el capitalismo de gestionar las tensiones es ejercer una violencia indirecta, dejándole ese papel a grupos de extrema derecha», dice Sara. «Esta gente, además, viene a menudo de zonas periféricas, de familias modestas. Son, en definitiva, personas dejadas de la mano del Estado».
Si Francia ha llegado a esta situación no es por casualidad, explica la joven. «La extrema derecha en Francia se ha reclinado sobre dos ejes: el económico y el cultural. Del primero forman parte su discurso de defensa de la clase obrera y su crítica al capitalismo por abandonarla. Pero, a diferencia de la extrema izquierda, la extrema derecha achaca todos los problemas a la inmigración y adopta un discurso basado en el odio y el chauvinismo».
Sara recuerda el susto que supuso para la sociedad francesa los resultados en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002, que obligaron a mucha gente de izquierdas a votar «con lágrimas en los ojos» a Jacques Chirac para evitar la elección de Jean-Marie Le Pen.
«Mira hoy: para la gente que no ve un futuro en el sistema, las promesas del Front National [la formación de ultraderecha de Le Pen y de su hija Marine] resultan más atractivas que las de los partidos institucionales», apunta.
Captación de los marginados por el Estado
¿Por qué se produce esa seducción? «Ésa es una pregunta que aterra a los investigadores», responde. «Lo que sabemos es que el sistema capitalista deja al margen a una cantidad ingente de personas, que luego son captadas por la extrema derecha».
Esta universitaria apela a la responsabilidad de los medios de comunicación «para que no fomenten el morbo y el voyeurismo de la sociedad y se centren en las razones sistémicas de lo que está ocurriendo».
Una de las grandes paradojas políticas de la Historia es que, si en la Segunda Guerra Mundial la lucha contra el fascismo fue considerada legítima y digna de reconocimiento, en el siglo XXI ha perdido ese apoyo mayoritario entre la sociedad, a pesar de los signos evidentes del auge del fascismo en diferentes países de Europa. Sobre esta inconsciencia se interrogó el periodista Manuel Chaves Nogales en su libro ‘La agonía de Francia’, en el que denunció la claudicación de la sociedad ante el fantasma nazi.
Más de 70 años después, la sociedad sigue estando adormecida, según Sara: «El Estado dice que son grupúsculos que se enfrentan entre sí. Pero la lucha antifascista, hoy día, es fundamental. Hay que alertar a Europa de que el pensamiento fascista, xenófobo, homófobo o racista no puede ser legítimamente expresado en la vía pública».
Esta militante termina recordando que la cómica Frigide Barjot, figura emblemática de la reacción de la derecha francesa contra la ley que aprobó el matrimonio gay, llegó a decir: «Habrá sangre». Y advierte: «Cuando el Estado y la sociedad reculan, el fascismo avanza».