Público.- La mayoría de las veces no los ves. Si los ves, no te paras a observarlos. Y si te paras a observarlos, nunca acabas de saber muy bien para qué sirven. Pero están ahí. En las plazas, en los parques, en las esquinas. En las avenidas, en los portales, en los centros comerciales. En las calles. No los ves. Pero están ahí. Por un motivo. Reposabrazos metálicos que dividen bancos. Bolas de hormigón clavadas en la acera. Pinchos que emergen en repisas. Rejas en soportales y cobertizos. Picos salientes en escalones. Alféizares inclinados. Barrotes. Para muchos, no son más que elementos insignificantes que deforman el paisaje urbano casi sin que nos demos cuenta. Para algunos, un obstáculo que complica todavía más su subsistencia.
Camilo Méndez Ferrarese posee unas manos huesudas y bellas y una coleta que le cubre media espalda. Viste con gorra estampada, camiseta skater, tejanos. Tiene cincuenta y pocos. Nació en Rosario pero se mudó de pequeño a Barcelona. Su acento argentino se esfumó y ya no ha regresado. Hace unos meses, pasó página a cinco años durmiendo en la calle. «Me desahuciaron, falleció mi madre y lo perdí todo. Como habíamos tenido un comercio en Gràcia, me quedé en el barrio. Al principio pasaba la noche en cajeros. En esa época todavía estaban abiertos de madrugada». Pese a que siempre frecuentaba las mismas zonas, Camilo nunca estuvo instalado en un sitio fijo. «Me iba moviendo», dice la voz grave y calmada. Algunos días, cuando quería acostarse, descubría la puerta del cajero cerrada. En otros, cuando se iba el sol y regresaba al banco en el que había despertado esa mañana, lo encontraba ocupado. En otros, el banco directamente no estaba.
La descripción técnica de la arquitectura hostil o defensiva dice que es un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones con el propósito de desalentar su utilización indebida o impedir actividades incívicas. La descripción más abierta del término dice también que es una tendencia que sirve para repeler a colectivos como el de las personas sin techo de ciertos emplazamientos, para que no conviertan una superficie plana y que esté a la vista, por ejemplo, en un lugar de descanso. En cualquier caso, el concepto, en todas sus acepciones, viene de lejos. Aunque quizá no recibieran el mismo nombre, hay antecedentes que demuestran que esas técnicas no son nuevas, como algunos deflectores de orina que ya se instalaron en Londres a mediados del siglo XIX. Pero, ¿puede decirse que este tipo de construcciones disuasorias han proliferado en los últimos años?
La mayoría de las veces no los ves. Si los ves, no te paras a observarlos. Y si te paras a observarlos, nunca acabas de saber muy bien para qué sirven. Pero están ahí. En las plazas, en los parques, en las esquinas. En las avenidas, en los portales, en los centros comerciales. En las calles. No los ves. Pero están ahí. Por un motivo. Reposabrazos metálicos que dividen bancos. Bolas de hormigón clavadas en la acera. Pinchos que emergen en repisas. Rejas en soportales y cobertizos. Picos salientes en escalones. Alféizares inclinados. Barrotes. Para muchos, no son más que elementos insignificantes que deforman el paisaje urbano casi sin que nos demos cuenta. Para algunos, un obstáculo que complica todavía más su subsistencia.
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Camilo Méndez Ferrarese posee unas manos huesudas y bellas y una coleta que le cubre media espalda. Viste con gorra estampada, camiseta skater, tejanos. Tiene cincuenta y pocos. Nació en Rosario pero se mudó de pequeño a Barcelona. Su acento argentino se esfumó y ya no ha regresado. Hace unos meses, pasó página a cinco años durmiendo en la calle. «Me desahuciaron, falleció mi madre y lo perdí todo. Como habíamos tenido un comercio en Gràcia, me quedé en el barrio. Al principio pasaba la noche en cajeros. En esa época todavía estaban abiertos de madrugada». Pese a que siempre frecuentaba las mismas zonas, Camilo nunca estuvo instalado en un sitio fijo. «Me iba moviendo», dice la voz grave y calmada. Algunos días, cuando quería acostarse, descubría la puerta del cajero cerrada. En otros, cuando se iba el sol y regresaba al banco en el que había despertado esa mañana, lo encontraba ocupado. En otros, el banco directamente no estaba.https://d-1142850379195171141.ampproject.net/2106120107000/frame.html
Banco individual. Ronda de Sant Antoni / Calle Sepúlveda, Barcelona. — Marta Font Marsal
La arquitectura hostil es un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones con el propósito de desalentar su utilizaciónIsmael Serrano: «Cuando tienes veinte años todo es urgente y definitivo, pero al madurar descubres que nadie se muere de amor»
La descripción técnica de la arquitectura hostil o defensiva dice que es un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones con el propósito de desalentar su utilización indebida o impedir actividades incívicas. La descripción más abierta del término dice también que es una tendencia que sirve para repeler a colectivos como el de las personas sin techo de ciertos emplazamientos, para que no conviertan una superficie plana y que esté a la vista, por ejemplo, en un lugar de descanso. En cualquier caso, el concepto, en todas sus acepciones, viene de lejos. Aunque quizá no recibieran el mismo nombre, hay antecedentes que demuestran que esas técnicas no son nuevas, como algunos deflectores de orina que ya se instalaron en Londres a mediados del siglo XIX. Pero, ¿puede decirse que este tipo de construcciones disuasorias han proliferado en los últimos años?
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«Desde un punto de vista científico, no podemos determinar cuánto han crecido, pero con los registros que llevamos lo que sí que podemos asegurar es que no se han reducido, lo que ya expone un problema«, explica Ferran Busquets, el director de Arrels, una fundación que se dedica a ofrecer ayuda y acompañamiento a gente sin hogar en la ciudad de Barcelona. Busquets recomienda a todo aquel que quiera que visite la web del colectivo y ojee un mapa interactivo que los distintos usuarios y vecinos han ido componiendo con ejemplos de arquitectura hostil que han encontrado en varias ciudades catalanas. Las muestras, marcadas en punto rojos, azules y amarillos, brotan por todas partes.
Camilo bebe zumo en una taza verde. Sus movimientos son lentos y acompasados. No se inquieta al recordar. Hay cicatrices en la memoria, pero también aplomo y entereza y sinceridad. En su experiencia concreta, él sí que notó que muchas cosas se transformaron de golpe. Al menos en Gràcia. Hará tres, cuatro años. «Fue como una ráfaga». Cambiaron los bancos largos por bancos individuales. Aparecieron pinchos frente a aparadores. Pusieron pilonas bajo algunos porches. «Fue una época… Me dije: ¿Y ahora cómo hago?«. También por aquel entonces un agente le incautó un carrito-cama que había construido con la ayuda de un amigo herrero. El motivo: estaba aparcado en la acera. «Hay gente a la que no le gusta que estés por ahí». Camilo dice que sucede de la siguiente manera: un vecino llama a la Policía para quejarse porque tu presencia le incomoda y ésta procede a desalojarte. «Se ve venir. Hay personas que no tienen cuidado de dejar en buen estado el lugar en el que han dormido, que abandonan la basura o se orinan en la pared, y entonces los vecinos, con razón, se enfadan. Pero también pueden echarte aunque seas tranquilo y no molestes a nadie. Algunos llaman porque directamente no les queda bonito que haya alguien tumbado en el portal de al lado».
¿Pero a dónde va a ir? «Una vez, un policía me dijo que por qué no me iba a dormir a un parque, donde no me viese nadie, y yo le dije que porque tenía miedo», recuerda Camilo. «Si estoy solo en un parque y pasan cuatro skins o cuatro mamados, me pueden matar. En cambio, si estoy en medio de la calle, puede aparecer alguien que me ayude. Una noche, en Travessera de Gràcia, tuve un problema con unos chavales y me sacaron una navaja. Por suerte, en ese momento apareció una patrulla de los Mossos d’Esquadra. Me puse a gritar y los tipos se fueron corriendo». Camilo también descartaba los albergues para pernoctar. «Son sitios peligrosos. Hay peleas. Te pueden violar, robar… No hay seguridad. Es muy fácil decirle a alguien que se vaya a un albergue cuando tú no has estado en ninguno«.
En mayo, la Xarxa d’Atenció a Persones sense Llar hizo un recuento para saber cuántas personas duermen ahora mismo al raso en Barcelona: localizaron a casi 900. Probablemente sean unas cuantas decenas más. Busquets hace una llamada a la sensibilización: «A alguien que está en una situación de calle, si llamas para que la echen o haces construir una traba para que no pueda acostarse, le estás poniendo la vida todavía más difícil». Según su postura, la arquitectura hostil es un ataque contra un grupo ya de por sí muy vulnerable, cuando precisamente de lo que se trataría es de ponerle las cosas más fáciles para que pudiera salir adelante. Es cierto que, legalmente, cualquier comercio o edificio privado no tiene impedimentos para instalar una barrera o un poste en su propiedad. «Pero otra cosa es que éticamente sea razonable«, apunta el director. Camilo también señala la falta de empatía de una parte de la ciudadanía: «Cuesta escapar de la calle, remontar todo eso. Y ya solo falta que, después de cargar con la chatarra todo el día, te quieras sentar en alguna parte porque estás cansado y veas que han puesto unos hierros para que no puedas hacerlo. Qué mala leche, tío. Si sentado ahí no perjudicas a nadie».
Además de impedir la comodidad de los afectados por el sinhogarismo, la aparición de estos elementos también tiene otros efectos adversos para el colectivo. Uno de ellos, la pérdida de contacto con los equipos de apoyo. Cuando alguien se ve obligado a cambiar su ubicación habitual en la calle, se expone también a perder el vínculo con los trabajadores sociales que hasta ese momento lo atendían. Hasta que lo localicen de nuevo, puede pasar bastante tiempo, teniendo en cuenta la falta de vías de comunicación.
La mayoría de las veces no los ves. Si los ves, no te paras a observarlos. Y si te paras a observarlos, nunca acabas de saber muy bien para qué sirven. Pero están ahí. En las plazas, en los parques, en las esquinas. En las avenidas, en los portales, en los centros comerciales. En las calles. No los ves. Pero están ahí. Por un motivo. Reposabrazos metálicos que dividen bancos. Bolas de hormigón clavadas en la acera. Pinchos que emergen en repisas. Rejas en soportales y cobertizos. Picos salientes en escalones. Alféizares inclinados. Barrotes. Para muchos, no son más que elementos insignificantes que deforman el paisaje urbano casi sin que nos demos cuenta. Para algunos, un obstáculo que complica todavía más su subsistencia.
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Camilo Méndez Ferrarese posee unas manos huesudas y bellas y una coleta que le cubre media espalda. Viste con gorra estampada, camiseta skater, tejanos. Tiene cincuenta y pocos. Nació en Rosario pero se mudó de pequeño a Barcelona. Su acento argentino se esfumó y ya no ha regresado. Hace unos meses, pasó página a cinco años durmiendo en la calle. «Me desahuciaron, falleció mi madre y lo perdí todo. Como habíamos tenido un comercio en Gràcia, me quedé en el barrio. Al principio pasaba la noche en cajeros. En esa época todavía estaban abiertos de madrugada». Pese a que siempre frecuentaba las mismas zonas, Camilo nunca estuvo instalado en un sitio fijo. «Me iba moviendo», dice la voz grave y calmada. Algunos días, cuando quería acostarse, descubría la puerta del cajero cerrada. En otros, cuando se iba el sol y regresaba al banco en el que había despertado esa mañana, lo encontraba ocupado. En otros, el banco directamente no estaba.https://d-1142850379195171141.ampproject.net/2106120107000/frame.html
Banco individual. Ronda de Sant Antoni / Calle Sepúlveda, Barcelona. — Marta Font Marsal
La arquitectura hostil es un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones con el propósito de desalentar su utilizaciónIsmael Serrano: «Cuando tienes veinte años todo es urgente y definitivo, pero al madurar descubres que nadie se muere de amor»
La descripción técnica de la arquitectura hostil o defensiva dice que es un recurso del diseño de espacios públicos en el que se aplican una serie de modificaciones con el propósito de desalentar su utilización indebida o impedir actividades incívicas. La descripción más abierta del término dice también que es una tendencia que sirve para repeler a colectivos como el de las personas sin techo de ciertos emplazamientos, para que no conviertan una superficie plana y que esté a la vista, por ejemplo, en un lugar de descanso. En cualquier caso, el concepto, en todas sus acepciones, viene de lejos. Aunque quizá no recibieran el mismo nombre, hay antecedentes que demuestran que esas técnicas no son nuevas, como algunos deflectores de orina que ya se instalaron en Londres a mediados del siglo XIX. Pero, ¿puede decirse que este tipo de construcciones disuasorias han proliferado en los últimos años?
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«Desde un punto de vista científico, no podemos determinar cuánto han crecido, pero con los registros que llevamos lo que sí que podemos asegurar es que no se han reducido, lo que ya expone un problema«, explica Ferran Busquets, el director de Arrels, una fundación que se dedica a ofrecer ayuda y acompañamiento a gente sin hogar en la ciudad de Barcelona. Busquets recomienda a todo aquel que quiera que visite la web del colectivo y ojee un mapa interactivo que los distintos usuarios y vecinos han ido componiendo con ejemplos de arquitectura hostil que han encontrado en varias ciudades catalanas. Las muestras, marcadas en punto rojos, azules y amarillos, brotan por todas partes.
«Algunos llaman porque directamente no les queda bonito que haya alguien tumbado en el portal de al lado»
PUBLICIDADhttps://8e11ac8a44bf391ff9e72ab0cae21bac.safeframe.googlesyndication.com/safeframe/1-0-38/html/container.html?n=0Así se gestó el reportaje que desenmascaró a EEUU y su bomba nuclear en Hiroshima
Camilo bebe zumo en una taza verde. Sus movimientos son lentos y acompasados. No se inquieta al recordar. Hay cicatrices en la memoria, pero también aplomo y entereza y sinceridad. En su experiencia concreta, él sí que notó que muchas cosas se transformaron de golpe. Al menos en Gràcia. Hará tres, cuatro años. «Fue como una ráfaga». Cambiaron los bancos largos por bancos individuales. Aparecieron pinchos frente a aparadores. Pusieron pilonas bajo algunos porches. «Fue una época… Me dije: ¿Y ahora cómo hago?«. También por aquel entonces un agente le incautó un carrito-cama que había construido con la ayuda de un amigo herrero. El motivo: estaba aparcado en la acera. «Hay gente a la que no le gusta que estés por ahí». Camilo dice que sucede de la siguiente manera: un vecino llama a la Policía para quejarse porque tu presencia le incomoda y ésta procede a desalojarte. «Se ve venir. Hay personas que no tienen cuidado de dejar en buen estado el lugar en el que han dormido, que abandonan la basura o se orinan en la pared, y entonces los vecinos, con razón, se enfadan. Pero también pueden echarte aunque seas tranquilo y no molestes a nadie. Algunos llaman porque directamente no les queda bonito que haya alguien tumbado en el portal de al lado».
¿Pero a dónde va a ir? «Una vez, un policía me dijo que por qué no me iba a dormir a un parque, donde no me viese nadie, y yo le dije que porque tenía miedo», recuerda Camilo. «Si estoy solo en un parque y pasan cuatro skins o cuatro mamados, me pueden matar. En cambio, si estoy en medio de la calle, puede aparecer alguien que me ayude. Una noche, en Travessera de Gràcia, tuve un problema con unos chavales y me sacaron una navaja. Por suerte, en ese momento apareció una patrulla de los Mossos d’Esquadra. Me puse a gritar y los tipos se fueron corriendo». Camilo también descartaba los albergues para pernoctar. «Son sitios peligrosos. Hay peleas. Te pueden violar, robar… No hay seguridad. Es muy fácil decirle a alguien que se vaya a un albergue cuando tú no has estado en ninguno«.
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Doble barrera de pinchos. Rambla de Catalunya 39, Barcelona. — Marta Font Marsal
En mayo, la Xarxa d’Atenció a Persones sense Llar hizo un recuento para saber cuántas personas duermen ahora mismo al raso en Barcelona: localizaron a casi 900. Probablemente sean unas cuantas decenas más. Busquets hace una llamada a la sensibilización: «A alguien que está en una situación de calle, si llamas para que la echen o haces construir una traba para que no pueda acostarse, le estás poniendo la vida todavía más difícil». Según su postura, la arquitectura hostil es un ataque contra un grupo ya de por sí muy vulnerable, cuando precisamente de lo que se trataría es de ponerle las cosas más fáciles para que pudiera salir adelante. Es cierto que, legalmente, cualquier comercio o edificio privado no tiene impedimentos para instalar una barrera o un poste en su propiedad. «Pero otra cosa es que éticamente sea razonable«, apunta el director. Camilo también señala la falta de empatía de una parte de la ciudadanía: «Cuesta escapar de la calle, remontar todo eso. Y ya solo falta que, después de cargar con la chatarra todo el día, te quieras sentar en alguna parte porque estás cansado y veas que han puesto unos hierros para que no puedas hacerlo. Qué mala leche, tío. Si sentado ahí no perjudicas a nadie».
Además de impedir la comodidad de los afectados por el sinhogarismo, la aparición de estos elementos también tiene otros efectos adversos para el colectivo. Uno de ellos, la pérdida de contacto con los equipos de apoyo. Cuando alguien se ve obligado a cambiar su ubicación habitual en la calle, se expone también a perder el vínculo con los trabajadores sociales que hasta ese momento lo atendían. Hasta que lo localicen de nuevo, puede pasar bastante tiempo, teniendo en cuenta la falta de vías de comunicación.
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Aunque Busquets reconoce que la mayor parte de construcciones son responsabilidad de particulares o del sector privado, hay casos, como los de los bancos, que demuestran que la administración pública también fomenta este proceso de obstaculización urbana. No solo en ciudades como Barcelona. En el resto de España o en el extranjero es fácil tropezar con ejemplos parecidos. Uno de los más polémicos se encuentra en la capital del Reino Unido; hablamos de los bancos de Camden, un modelo particular que el ayuntamiento británico colocó en el conocido barrio londinense y que incluso llegó a ser galardonado por su estética futurista. Se trata de una mole de hormigón ovalada y abrupta que, cuestiones decorativas al margen, parece literalmente diseñada para que nadie pueda tenderse sobre ella.
«Todo esto lo hacen porque la gente que duerme en la calle sobra». Camilo vierte un poco más de zumo en la taza. Sorbe, respira. Este invierno ya no tuvo que hacer la ronda para recoger cartón antes de acostarse. Vive en un piso pequeño de L’Hospitalet, cobra una paga mínima que nunca percibió cuando no disponía de techo, y muchas mañanas las pasa en el taller que Arrels tiene en el Raval, colaborando con la fundación. Sus ojos, sin embargo, siguen siendo los de alguien que está ahí fuera. Las vallas. Los pinchos. Los reposabrazos. Puede verlos, observarlos, saber para qué sirven. Tener una opinión sobre ellos: «Es un tema de imagen. No quieren que se vea a tanta gente tirada en la calle. Queda feo. ¿Pero qué hacemos? ¿Dónde nos escondemos?».