La Razón.- En «El antisemitismo explicado a los jóvenes» (libros del Zorzal), Michel Wieviorka (París, 1946) define el término como «el odio a un grupo humano considerado como una raza, los judíos». Este intelectual, discípulo de Alain Turaine, recoge en esta pequeña pero ilustrativa guía las respuestas a los grandes interrogantes sobre el antisemitismo en un momento que no puede ser más oportuno. La guerra entre Hamas e Israel ha despertado viejos fantasmas y ha exacerbado los ánimos en todos los frentes. Pero empecemos por el principio.
En una conversación telefónica con este periódico, Wieviorka sitúa el nacimiento del antisemitismo en una época tan remota como la génesis del cristianismo: «Hay historiadores que afirman que el odio a los judíos data de la Antigüedad, hace más de 2500 años. Desde mi punto de vista, el momento más importante es cuando empieza el cristianismo. En países de Europa, principalmente, los judíos aparecen como gente que no acepta convertirse a la nueva religión. La Iglesia cristiana difunde un doble discurso; que no quieren convertirse y que mataron a Jesús. Lo tachan de pueblo deicida, algo muy fuerte desde una perspectiva religiosa».
Esta animadversión seguirá inmutable hasta que, a mediados del siglo XIX, el concepto diferenciador de raza se impone en el mundo intelectual y el problema pasa de ser un asunto religioso a otro de índole política: ha nacido oficialmente el antisemitismo. Este término, ideado por un periodista alemán en torno a 1880, en realidad incluiría a otros pueblos semitas como algunos árabes, pero eso es otra historia.
Con la Segunda Guerra Mundial y el genocidio de seis millones de judíos a manos de los nazis, las tornas se van invirtiendo, aunque no tan rápido como habría cabido esperar por el tamaño de la monstruosidad: «La creación del Estado de Israel en 1948 modifica mucho el paisaje general y la comprensión de lo que fue la destrucción de los judíos. En esta sensibilización, que no fue inmediata, tuvo mucho que ver el papel de la Iglesia católica y el Concilio Vaticano II, que en los años 60 tomó la decisión más importante: terminar con el odio a los judíos y con los prejuicios. Ya en la década de los 70 la imagen de Israel comienza a ser cada vez más positiva y la comprensión de lo que fue el genocidio cala de manera generalizada».
Dado que no se trata de un proceso lineal, la imagen del Estado judío pasa por sus picos y sus valles hasta que el comienzo de la primera Intifada en 1987 y, sobre todo, la matanza de palestinos en 1982 a manos de milicias cristianas en Sabra y Chatila (que custodiaban las Fuerzas Armadas hebreas invasores de Líbano) vuelve a tirar por tierra su reputación ante la opinión pública. De aquella época este sociólogo francés destaca algunas luces; la cumbre de Camp David con Egipto en 1978 y la firma de los Acuerdos de Oslo en 1992, entre otras.
«En países como Francia, el tema del Holocausto también se modifica. Se puede decir que hasta los 90 la compasión manda, pero después hay gente que empieza a quejarse de que no se hable de otros genocidios, que los judíos no tienen el monopolio histórico de este fenómeno, etc. Hay una banalización y una institucionalización de la tragedia, que pierde su fuerza primitiva», prosigue Wieviorka. Pocos días antes de realizarse esta entrevista, la Corte Penal Internacional con sede en La Haya acusó al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, de crímenes de lesa humanidad en Gaza y cursó una orden de detención contra él.
Lo cierto es que a los judíos se los ha acusado históricamente de las cosas más descabelladas. Desde conspiraciones para derrocar gobiernos a traer la peste a Europa o matar a niños para usar su sangre en fiestas religiosas. «Esto es muy antiguo, viene del tiempo del antijudaísmo y fue siempre fuerte tanto en el mundo cristiano como islámico. La visión conspiranoica de los judíos estaba muy extendida, a veces partía del pueblo y otras del poder. Obviamente, todas fueron falsas».
Destaca entre todas ellas una que continúa ganando adeptos a la causa antijudía, los llamados «Protocolos de Sión», un texto elaborado supuestamente para conquistar el mundo. «Fue una pura invención del régimen zarista de Rusia, que al final del siglo XIX inventa la idea de que hay un grupo de judíos que tiene un poder increíble y que se organizan para dirigir de manera secreta y perversa el mundo entero. Los historiadores saben exactamente quién escribe este texto y de dónde viene, pero hay mucha gente que lo considera cierto. Hoy día los judíos son siguen siendo los primeros en ser acusados de secretos, malversaciones, complots, cosas terribles. Por eso el antisemitismo se alimenta de estas viejas tonterías que funcionan bien en las redes sociales y algunas publicaciones. El judío es el culpable ideal a priori». Más tarde también serían señalados por la muerte de Stalin: «Al final de su vida se convirtió en alguien muy antisemita. Antes de morir estaba muy enfermo y le dio por decir que sus médicos, que eran judíos, preparaban una acción para matarlo, algo totalmente falso. Los historiadores lo conocen bien, se llamó “el complot de los médicos”».
El libro, planteado como una entrevista al autor con preguntas y respuestas, trata el tema de los prejuicios históricos y les da un sentido. Es el caso de la usura, por ejemplo: «Si queremos entender de dónde vienen ciertos prejuicios hay que recordar situaciones objetivas. Los cristianos no podían por su religión realizar ciertas actividades relacionadas con el dinero, como prestar a crédito, y los judíos tenían vetados ciertos oficios. Eso propició una tendencia en la que los judíos jugaron un papel importante en las actividades bancarias. Es un fenómeno histórico que se puede explicar muy fácilmente. En cambio, el resultado es la creencia generalizada de que a los judíos le gusta el dinero de manera excesiva y tóxica».
La distinción que hace Wieviorka entre el antiisraelismo y el antisemitismo es la siguiente: «Es que no son la misma cosa. Cuando alguien dice que la política del Gobierno de Israel es inaceptable o criminal me parece totalmente legítimo. Si la misma persona dice que el tema no es únicamente la política, sino la existencia del Estado de Israel, empieza otra cosa distinta. El único caso en el mundo de un Estado de que se dice que no debe existir es el judío».
¿Significa eso entonces que la crítica a la participación israelí en Eurovisión por la invasión de Gaza y la muerte de cerca de 40.000 palestinos es lícita? Sucedió lo mismo cuando Rusia fue expulsada del certamen tras atacar a Ucrania. Responde el sociólogo: «Bueno, yo quiero pensar que sí es legítimo, pero ¿qué hacemos con los atletas y los Juegos Olímpicos si empezamos a decir que tal o cual país no puede ir? Lo que me interesa como intelectual es discutir cuáles son las condiciones de la paz».
Se manifiesta Wieviorka pesimista ante el futuro inmediato. «Hay menos prejuicios que nunca en general pero más actos antijudíos que antes. Así de complejo es el fenómeno. Además, las cosas han cambiado mucho. El antisemitismo hoy se ve a la izquierda de la izquierda. No en la izquierda clásica del Partido Socialista, sino en la más radical. Al mismo tiempo, la extrema derecha clásica, tradicionalmente antisemita, está ahora a favor de los judíos por razones políticas. La idea es que los judíos están bien porque el enemigo son los musulmanes, palestinos, etc».