Sin mascarilla ni guantes, y tosiendo, protagoniza un acto en Brasilia con miles de seguidores en el que piden el cierre del Congreso
ÁNGEL SASTRE. LA RAZÓN.- El presidente brasileño, Jair Bolsonaro, volvió a la carga. Como si el coronavirus le haya terminado por transformar en un líder cada vez más cercano a un dictador y más alejado de un demócrata. Cuando su Gobierno debería plantar cara a la pandemia, le declara la guerra a la cuarentena. El siempre polémico mandatario sigue fiel el “libro de estilo Trump”: “El bolsillo es el que manda”. Sabe que si al final de su mandato es capaz de reflotar la economía, el resto de sus pecados racistas, homófobos, medioambientales e incluso a nivel de salud, serán perdonados y tendrá posibilidades de salir reelegido. En un mundo en crisis la gente se agarra “a clavos ardiendo” y Brasil lleva mucho tiempo a la deriva. El coronavirus podría ser solo “la estocada final”.
Bolsonaro, en un nuevo desafío a las medidas sanitarias para frenar la propagación del coronavirus, salió nuevamente a las calles de Brasilia para acercarse a sus seguidores y apoyar las manifestaciones que se concentraron en la capital política de Brasil con el objetivo de pedir una intervención militar y el cierre del Congreso. Y lo hizo a su manera: sin guantes, sin mascarilla y, encima, tosiendo. Toda una declaración de intenciones, e irresponsabilidad.
Respaldó además a los manifestantes que rompieron el aislamiento y se concentraron frente al Cuartel General del Ejército en Brasilia. “No queremos negociar nada”, gritó el presidente subido encima de una camioneta a los manifestantes que se agolparon en el lugar con pancartas llamando a la “intervención militar ya con Bolsonaro” y a defender el AI-5 (Acta Institucional número 5), que en 1968 cerró el Congreso y suprimió numerosas garantías constitucionales.
«Estoy aquí porque creo en ustedes y ustedes están aquí porque creen en Brasil», exclamó Bolsonaro frente a la aglomeración. La protesta, que reunió a unas 600 personas, juntó a niños y ancianos, algunos de los cuales llevaban máscaras.
Bolsonaro frente al Congreso
Bolsonaro desplegó así una nueva manifestación contra los líderes del Congreso, los gobernadores y alcaldes que defienden las medidas de cuarentena y el distanciamiento social para contener la propagación del coronavirus, que en Brasil ya se ha cobrado 2.462 muertes y 38.654 casos.
El Congreso siempre ha sido el gran escollo de los gobernantes. Está dividido en mil fracciones, entre las cuales históricamente hay que pagar sobornos para que los diputados saquen adelante las leyes. En realidad la Cámara se ha convertido en “un muro” que ha frenado todas las propuestas del mandatario. Es por tanto “su enemigo número uno”.
En su breve discurso, el presidente respaldó las reclamaciones de intervención militar y las consignas a favor del cierre del Congreso. “Todos en Brasil tienen que entender que están sometidos a la voluntad del pueblo brasileño” , expresó Bolsonaro. Y agregó: “Juramos un día dar la vida por la patria y vamos a hacer lo que sea posible para mudar el destino de Brasil”.
“Ustedes tienen la obligación de luchar por su país. Cuenten con su presidente para hacer todo lo que sea necesario para que podamos mantener la democracia y garantizar aquello que es más sagrado para nosotros que es nuestra libertad”, clamó Bolsonaro.
Pero las protestas no solo se llevaron adelante en Brasilia. En Sao Paulo, donde comenzaron a utilizarse excavadoras para abrir fosas en el mayor cementerio del estado, también hubo huelgas contra la cuarentena. Dos caravanas se movilizaron desde el parque de Ibirapuera y algunos barrios de clase alta hasta la céntrica Avenida Paulista, donde cientos de manifestantes protestaron contra el gobernador, Joao Doria, un antiguo aliado del mandatario, que ahora está a favor de la cuarentena. Este estado, con 1.015 muertos y 14.267 casos, es el epicentro de la enfermedad en Brasil.
“La gente se morirá de hambre”
En el acto con sus seguidores, el mandatario brasileño volvió a minimizar la letalidad del coronavirus desde que se desató el brote, al que califica de una “gripecita”, e insistió en que las restricciones de circulación y de actividad comercial instrumentadas contra la pandemia del Covid-19 dañan la economía y que “en definitiva causará más muertes” porque las personas “se morirán de hambre”. Esa consideración del virus le provocó a Bolsonaro un duro enfrentamiento con los gobiernos estatales y municipales, que ante la inacción que percibieron de Brasilia y frente al aumento de los casos, instauraron sus propias cuarentenas y restricciones de actividades.
La postura de Bolsonaro fue condenada por distintos actores de la política brasileña. “Asusta ver manifestaciones por el regreso del régimen militar, después de 30 años de democracia”, dijo Luís Roberto Barrozo, juez del Supremo Tribunal Federal.
Los ataques de Bolsonaro a las medidas de aislamiento también le generaron un fuerte conflicto con su anterior ministro de Salud, el pediatra Luiz Henrique Mandetta, de gran aceptación por la mayoría de personas según las encuestas y que gozaba del apoyo de algunos sectores de la oposición. Sin embargo, a raíz de las diferencias sobre cómo tratar la enfermedad, el presidente lo despidió y lo reemplazó por el oncólogo Nelson Teich. De hecho está ultima decisión levantó ampollas entre sus aliados, incluido los militares que ocupan puestos en su gabinete, pero también en el Congreso. Incluso mediante un comunicado, altos mandos de la Armada amenazaron con una insurrección. La postura de Bolsonaro es por tanto un órdago, una apuesta a todo o nada que le podría costar muy cara.