EFE. LA VANGUARDIA.- La persecución étnica y religiosa en Birmania, la República Centroafricana o Sudán del Sur muestra una triste vigencia en 2018, cuando una víctima de un genocidio, la yazidí Nadia Murad, fue galardonada con el Nobel de la Paz.
Murad y el médico congoleño Denis Mukwege fueron premiados por su infatigable lucha contra el uso de la violencia sexual «como arma de guerra», una práctica terrible pero habitual de los genocidas contra sus víctimas preferidas: las minorías.
– Birmania
Los rohinyás, minoría musulmana del noroeste de Birmania (Myanmar) perseguida desde tiempos inmemoriales en una zona de mayoría budista, fueron objeto de una brutal ola de violencia en 2017 que causó el éxodo de 725.000 personas y que se mantuvo en 2018.
«Siguen dándose atrocidades hoy. Incluso en este preciso instante la comunidad rohinyá que queda (en el estado birmano de Rakáin) sufre las restricciones y la opresión más severas», dijo el líder de la misión de la ONU que investiga esos crímenes en octubre pasado, más de un año después del inicio del último genocidio reconocido por la ONU.
A falta de datos oficiales, una investigación publicada en agosto por un grupo de académicos, profesionales y organizaciones de Australia, Bangladesh, Canadá, Noruega y Filipinas estimó en unos 25.000 los rohinyás muertos en la campaña del Ejército birmano.
Y unas 19.000 fueron las mujeres violadas.
Se calcula que los «hijos del genocidio», fruto de esas violaciones y del alto nivel de natalidad de esta minoría, nacidos este año en los campamentos de refugiados de Bangladés donde se agolpan los rohinyás pueden llegar a los 50.000, dijeron a Efe fuentes del Unicef.
– República Centroafricana
La violencia también sacude la República Centroafricana, donde la ONU no ha llegado a calificar lo que ocurre de genocidio, pero lo no descarta debido a la crueldad que sacude el país: quema de aldeas, asesinatos extrajudiciales, violaciones de mujeres y niños…
Toda esa brutalidad va dirigida, principalmente, contra personas a causa de su religión o etnia: los exrebeldes Seleka atacan a cristianos y animistas y las milicias anti-Balaka a musulmanes y miembros de la secta Fulani.
En sólo dos días, el 31 de octubre y el 1 de noviembre pasados, más de 10.000 personas huyeron a un hospital de Médicos Sin Fronteras tras la quema de tres campamentos en unos de los últimos episodios de un conflicto que ha causado miles de muertos y más de un millón de desplazados.
Los abusos han sido denunciados por el Gobierno, incapaz de ponerles fin, ante la Corte Penal Internacional, a cuyo centro de detención fue trasladado el pasado 17 de noviembre el líder de los anti-Balaka, el cristiano Alfred Yekatom, acusado de crímenes de guerra y lesa Humanidad.
– Sudán del Sur
La limpieza étnica protagoniza la guerra que estalló en Sudán del Sur en 2013 y que puede tener su final este año tras el acuerdo de paz de agosto pasado, aunque ya se alcanzó uno en 2015 que fracasó.
Niños obligados a ver como violaban y asesinaban a sus madres e incluso a participar en tales atrocidades han sido documentadas por Unicef, mientras los civiles han sido sometidos a todo tipo de barbaridades, como degollarles o castrarles, según la ONU.
El enfrentamiento en 2013 entre el presidente y su antiguo vicepresidente, que lucharon juntos por la independencia, arrastró a la etnia dinka y la tribu nuer a un violento conflicto sectario en el que hace tiempo que se dejaron de contar los muertos.
Lo que sí se sabe es que un millón de personas están al borde de la hambruna y que al menos cuatro millones han huido del país, el más joven del mundo, en el que algunas familias se ven obligadas a vender a uno de sus hijos para sobrevivir, según una ONG local financiada por Unicef que ayuda a los niños abandonados.
«Hay un patrón claro de persecución étnica», afirma Andrew Ckapham, comisionado de la ONU para los Derechos Humanos en el país.
Además de en estos tres países, la persecución por razones de etnia o religión se da en menor medida en otras zonas del mundo, como les ocurre a los yazidíes en Irak y Siria, donde más de 3.000 siguen en manos del grupo terrorista Estado Islámico (EI) cuatro después del genocidio y a pesar de la incansable labor de denuncia de Murad ante la comunidad internacional.
El Nobel a esta antigua esclava sexual quizá pueda ayudar, pero ella insiste en que «un solo premio y una sola persona no pueden acabar con los genocidios». «Necesitamos un esfuerzo internacional, con la ayuda de instituciones, mujeres, jóvenes y víctimas, para devolver la vida a las zonas arrasadas por la guerra», asegura.