Tras años relegados a un segundo plano y perdidos en el maremágnum de la tipificación en el Código Penal, este tipo de delito cobran la entidad que merecen con una sección específica de la Fiscalía. Susana Gisbert es quien la comanda en Valencia y advierte de que no será una fiscal al uso ni se quedará en su despacho. Quiera abrir nuevas vías y conectar a todos los agentes implicados para dar todas las respuestas posibles
La fiscal Susana Gisbert lleva algo más de dos meses escarbando en la sección de Delitos de Odio para conectar todas las aristas de un campo que, hasta hace no mucho, era desconocido para el gran público. Hacerlos visibles y darles la entidad que tienen está entre sus cometidos. Hablar de este tipo de delitos era, hace años, como cantarle al viento.
La nula conciencia de su presencia en la sociedad terminaba por diluirlos por lo que los tribunales hacían lo justo. Y no era por falta de ganas; más bien era por falta de sensibilidad. Desconocimiento, tal vez. Por eso y porque su tipificación se perdía en el maremágnum de delitos que integran el Código Penal. No tenían su sitio.
Un insulto racista o el acoso a una pareja gay cuadraba con amenazas o vejaciones. Faltaba, pues, una especialidad que llegó hace cinco años con la creación de la sección. La necesidad de profundizar más en ellos revirtió la situación y emergieron los fiscales de Odio. Gisbert es quien comanda esta sección en Valencia -que compagina con su trabajo como fiscal de Violencia de Género- y advierte de que no sólo se va a quedar en el ámbito penal sino que tiene la intención de explorar otras vías. «En los delitos de odio no todo es odio», reflexiona.
«Es importante transmitir el mensaje de que la Fiscalía está atenta a cualquier ataque a la igualdad aunque al final puede resultar no ser delictivo. Quiero explorar otras vías para dar una respuesta y la ciudadanía no se siente mal». Vayamos ahora al ejemplo práctico de su reflexión. Gisbert tiene sobre la mesa el caso de una pareja homosexual al que se le negó el alquiler de una vivienda. El hecho en sí no es delito pero observa que hay un claro sesgo de discriminación.
Su objetivo: poner a los afectados en contacto con los agentes sociales necesarios para que el asunto prosiga, aunque ya no sea en los tribunales. «Es necesario explorar otros cauces», insiste. Las estadísticas dicen que las denuncias por delitos de odio, en su mayor parte agresiones a homosexuales, aumentan en España.
Sin duda, la homofobia es una trágica realidad. Es más que evidente que el colectivo homosexual lleva años sorteando la discriminación a nivel mundial a causa de su orientación sexual, como si el amor tuviera género, como si se pudiese poner etiquetas a la emoción, a la pasión, al amor.
Sin embargo, el hecho de que hayan aumentado las denuncias significa también que las víctimas se sienten más acompañadas por la opinión pública y se atreven en mayor número a denunciar agresiones que antes se silenciaban. Gisbert es especialmente vigilante en las redes sociales, un universo que tiene doble filo. Bascular entre el delito y la libertad de expresión es difícil.
«Tenemos que ir a los casos concretos», resuelve. «La homofobia existe y en un sentido amplio es y ha sido de los más presentes. El problema es que está tan interiorizado que incluso lo vemos en el lenguaje». Para ella el machismo y la homofobia están, dice, «íntimamente relacionados».
«La idea del hombre muy hombre y la mujer sumisa está presente en la sociedad y todo lo que se sale de ahí molesta al homófobo». Gisbert ve muchos paralelismos entre los delitos de odio y los de la violencia de género. «El maltrato estaba invisibilizado hasta que llegaron los juzgados exclusivos y la sociedad se dio cuenta de su magnitud. Con los delitos de ocio observo que sucede lo mismo. Como la violencia de género, tienen entidad propia».
«Hay una vía de evolución y lo que está claro es que tenemos que ir a la raíz. No hay duda de que vamos dando pasos», explica Susana Gisbert. La fiscal está convencida de que terminará sucediendo como en los malos tratos. Y desde su atalaya va a luchar por ello.
«Ha llegado el momento de que la sociedad reaccione sobre una realidad que es muy preocupante y que, si no tomamos medidas, nos puede estallar en cualquier momento».
Pero, ¿cuál es el contenido de las denuncias que llegan a su mesa? «La mayoría hacen referencia a insultos y vejaciones relacionadas con la nacionalidad, la etnia y la orientación sexual de las víctimas».
Gisbert ya se ha reunido con diferentes colectivos sociales, con ONG’s que tienen algo que decir en el asunto del odio, Con la Policía, con la Guardia Civil… la rueda es inmensa pero ella está dispuesta a seguir haciéndola girar. Y otro aviso: «Podremos abrir diligencias de ofocio sin necesidad de una denuncia».