DOS MANZANAS.- “Estación Central”, discoteca de ambiente gay de Moscú, fue atacada el pasado sábado con algún tipo de gas irritante cuando se encontraban en su interior unas 500 personas. Varias de ellas tuvieron que recibir asistencia, aunque la inmediata puesta en marcha de un sistema auxiliar de extracción de humos impidió que el incidente tuviera mayores consecuencias. Se trata del cuarto ataque violento contra el local en los últimos meses, y del segundo en pocos días.
Hace poco más de una semana dos desconocidos abrían fuego contra ese mismo local, sin que afortunadamente se registraran víctimas. Los atacantes amenazaron a algunas de las personas que entraban a la discoteca, y cuando el personal de seguridad les impidió a ellos mismos la entrada estos hicieron dos disparos contra la puerta.
Los administradores del local no descartan que los propietarios del edificio estén implicados en el acoso, como una forma de conseguir que la discoteca eche el cierre, pero de lo que no tienen duda es de que los ataques están inmersos en cualquier caso en la ola de odio homófobo que recorre el país, agravada por la reciente aprobación de la ley que prohíbe la “propaganda de las relaciones sexuales no tradicionales” a menores y que en la práctica hace imposible cualquier atisbo de visibilidad LGTB.
Intensa homofobia social
Lo cierto es que los episodios de homofobia social parecen haberse disparado al abrigo de la homofobia de estado que las autoridades rusas propician. En semanas previas ya hemos recogido varios actos de violencia terrible contra personas LGTB, muchas de ellas jóvenes secuestrados, horriblemente torturados y parece que en algún caso asesinados por bandas organizadas sin que las autoridades parezcan muy interesadas en evitarlo. Un escenario de espanto en el que desempeña un papel central Occupy Pedofilyaj, una red de grupúsculos homófobos que dicen “combatir la pederastia”. Su líder es Maxim Martsinkevich (alias Tesak), un famoso neonazi que hace años ya fue el inspirador de Format 18, una organización racista conocida por sus bárbaras agresiones a ciudadanos no rusos (El Confidencial dedicaba un completo artículo a este personaje hace un par de semanas).
Este tipo de grupos atraen generalmente a personas LGTB muy jóvenes con las que contactan a través de internet, grabando el acoso al que los someten y difundiendo después las grabaciones en redes sociales como VKontakte (de formato semejante a Facebook). Cada poco tiempo se conocen nuevos ataques de este tipo. Hace un par de semanas, por ejemplo, el Gobierno de Suazilandia confirmaba la vuelta a su país de un joven estudiante de ese país que realizaba una estancia en Rusia, traumatizado después de haber caído en las manos de uno de estos grupos, que difundieron las imágenes de su tormento en VKontacte.
Y agresiones cada vez más planificadas
Pero más allá de este tipo de ataques más o menos indiscriminados a personas LGTB que tienen la mala suerte de caer en las trampas de estos grupos, lo cierto es que ya desde hace tiempo cualquier acto público de defensa de los derechos LGTB se salda con violentos ataques por parte de contramanifestantes homófobos. Ahora, además, en aplicación de las leyes homófobas, los activistas son detenidos y encausados simplemente por querer hacer respetar sus derechos. Los actos de protesta también se saldan con detenciones.
Incluso las organizaciones LGTB son denunciadas o reciben avisos “preventivos” para que cesen en sus actividades, y todo apunta a que el acoso homófobo actúa de forma cada vez más organizada y programada. A principios de noviembre recogíamos, por ejemplo, como dos encapuchados asaltaban un acto de una organización LGTB en San Petersburgo, armados de bates de béisbol y pistolas neumáticas, y agredieron a varios asistentes, uno de los cuales sufrió graves lesiones en un ojo. “Este ha sido el primer ataque a un evento que no se trataba de una manifestación callejera, ni había sido publicitado como un acto público. Atacar un evento restringido para la comunidad LGBT, es el comienzo de los pogromos contra las personas LGBT”, explicaba entonces la activista Polina Andrianova