El país debe mejorar en 35 capítulos para poder ingresar en la UE. El respeto a las minorías. especialmente homosexuales y gitanos, y la libertad de prensa, los mayores escollos
PABLO LINDE. EL PAÍS.- La película serbia Pored mene (que en castellano se traduciría como Cerca de mí) cuenta lo complicado que resulta ser gay en Serbia. Y, ciertamente, a tenor de lo que sucede en la vida real, no debe de ser nada fácil: de la quincena de jóvenes que pasaron por el casting del director Stevan Filipovic, solo tres se mostraron dispuestos a aceptar el papel, y únicamente tras convencerles de que representar a un homosexual “no tiene nada de malo”, según explica el cineasta. El resto ni se lo planteó. Temían ser estigmatizados, insultados e incluso agredidos.
Los derechos de las minorías —de diferentes nacionalidades, pero principalmente de gitanos y del colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (LGTB)— es uno de los 35 capítulos en los que Serbia está trabajando para ingresar en la Unión Europea. El proceso, que viene de largo, recibió el pasado enero el aval de la UE, con el reconocimiento de la candidatura y las negociaciones oficiales. El respeto por los Derechos Humanos, que también incluye la libertad de prensa, no es el principal escollo del país para pertenecer a la Unión, que exige como condición sine qua non una relación armónica con Kosovo —provincia que declaró unilateralmente su independencia en 2008, pero sí una importante asignatura pendiente. Lo reconoce tanto el Gobierno serbio como la Delegación de la UE encargada de supervisar el proceso de integración.
El Centro de Derechos Humanos de Belgrado formula en su informe de 2013, entre otras, una recomendación al Ejecutivo: “Tomar las medidas apropiadas para una más eficiente prevención y adecuado castigo a la violencia, particularmente la doméstica y contra minorías, tanto étnicas (especialmente con la comunidad gitana) como sexuales”. El documento asegura que aunque la legislación del país es en general adecuada, su puesta en práctica no es siempre satisfactoria, por lo que insta a “una mejor cooperación entre la policía, los fiscales y los jueces, por un lado, y los centros sociales y las escuelas por otro”.
No se diría a primera vista que la capital serbia sea hostil a las minorías. Aunque el aspecto de las ciudades es demasiado superficial para retratar a un pueblo, la impresión es más bien la contraria: la de una ciudad viva, abierta, con barrios que están creciendo al calor de iniciativas culturales, en la que apenas quedan secuelas visibles de un pasado reciente sembrado de conflictos bélicos.
“Tampoco sería correcto decir que hay una violencia sistemática ni nada por el estilo”, matiza Boban Stojanovic, activista de la comunidad LGTB y uno de los organizadores del desfile del orgullo, que lleva cuatro años (tres consecutivos) sin poder celebrarse por riesgo de violencia. La marcha es una reivindicación de normalidad que se topa con un muro de agresiva incomprensión. En 2009 se suspendió para evitar enfrentamientos con los grupos de extrema derecha que anunciaron su boicoteo al acto. Al año siguiente, los disturbios dejaron decenas de heridos y un centenar de detenidos. Los tres años que le siguieron, el Gobierno prohibió la marcha para evitar esos conflictos. Esta primavera, cuando parecía que por fin iba a volver a celebrarse, las inundaciones que han dejado asolados varios municipios serbios provocaron que fuese la propia organización la que decidiera suspender la fiesta. “No considerábamos que fuese adecuada y la hemos aplazado para después del verano”, explica Stojanovic.
Se puede pensar que la marcha del orgullo es solo una anécdota, pero la dificultad para celebrarla simboliza muy bien los problemas que con el colectivo homosexual tiene una pequeña pero ruidosa parte del pueblo serbio. Para el resto, la situación va cobrando normalidad, aunque según Stojanovic, todavía hay mucha gente que ve la homosexualidad como una vergüenza: “Es muy frecuente que la gente no se sienta cómoda si tienen amigos o familiares gays. Todavía existe el pensamiento de que es simplemente una afición sexual, un vicio”.
Es justamente lo que le ocurrió al director de cine Stevan Filipoviccon en su selección: “Fue muy difícil hacer ver que un homosexual no es una persona con un estigma, sino un ser humano en el que se da la circunstancia de que es gay”.
Las dificultades del colectivo LGTB no son solamente un problema del que se quejan activistas y asociaciones de Derechos Humanos. Michael Davenport, el delegado de la Unión Europea en Serbia, uno de los responsables de evaluar que el país cumple las condiciones para integrarse en el club, explicó a un grupo de periodistas invitados por la Comisión a Serbia (entre los que figuraba el redactor que firma estas líneas) que el punto 33 de los 35 que el país debe cumplir se refiere precisamente a mejorar en estos aspectos. “Se están haciendo avances, la legislación en general es la adecuada, pero sucesos como los de los desfiles del orgullo nos muestran que todavía no se están implementando de la forma más adecuada”, señaló. Incluso la responsable del Gobierno serbio en esta negociación, Tanja Mislevic, asume el problema: “Por un lado hay que resolver el asunto del matrimonio homosexual [que no contempla la legislación] y por otro debemos asumir que no es un problema de un día al año, va más allá del día del orgullo. No podemos decir que es algo menor. Lo que los miembros del colectivo han hecho aplazando el desfile por las inundaciones, donando dinero e incluso prestándose como voluntarios para ayudar a las víctimas les ha hecho ganar un millón de puntos ante la sociedad”.
Mislevic que tiene un discurso directo y sin los rodeos a los que acostumbran los políticos, reconoce otro de los grandes problemas de Serbia en cuanto a Derechos Humanos: la forma de vida de la comunidad romaní en el país. Según las estimaciones, supone algo más del 2% de los 7,2 millones de habitantes del país balcánico, pero parten con una dificultad de partida que enuncia la propia Mislevic: “Es frecuente que no empadronen a sus hijos, por lo que están fuera del sistema”. Toparse con una chabola gitana en esta ciudad viva y dinámica descrita anteriormente es relativamente sencillo, junto a un puente a escasos metros de un hotel de lujo, en las laderas de una turística colina con vistas al Danubio…
El modo de vida de muchos de ellos les hace padecer una situación de alegalidad, según explica Boris Zerjav, encargado en Serbia de la asistencia técnica para la inclusión gitana de la Organización para la Seguridad y Cooperación de Europa (OSCE). Según los datos que aporta, esto se traduce en falta de acceso a la educación (sólo un 20% del colectivo tiene terminados los estudios primarios, obligatorios en el país); a sanidad (su esperanza de vida es entre 10 y 12 años menor que el del resto de la población); y al mercado laboral (únicamente una cuarta parte es económicamente activa).
El Gobierno puso en marcha en 2010 la Estrategia para la mejora del pueblo gitano en la República de Serbia, que se centra en los problemas de hogar, educación, salud y empleo. En 40 municipios, miembros del pueblo gitano han sido empleados por los ayuntamientos para servir de nexo entre la comunidad y la Administración. También hay mediadores en el sistema público de salud para acercarlo a la población gitana. La Unión Europea, por su parte, financia un programa desde 2012 e implementado por la OSCE, que ayuda a la escolarización de niños, a la creación de empresas, y facilita el acceso a documentación y a una vivienda digna.
Otras muchas minorías pueblan el país (ver cuadro) con problemas que tienen más que ver con su integración lingüística. El Gobierno trata de paliarlos con programas educativos que faciliten la enseñanza en sus idiomas, pero todavía no están completamente generalizados por la dificultad de llegar a todos, según explica Davenport.
Y junto a los derechos de las minorías, la otra gran deficiencia del país en materia de Derechos Humanos es la libertad de prensa. Formalmente la hay, pero está fuertemente mediatizada por el Gobierno. Lo reconoce el propio ministro de Cultura y Medios, Ivan Tasovac, que asegura que su departamento trabaja en una ley que aporte más transparencia al sector. El problema lo resume la periodista Liubica Gojgic, una popular presentadora de la que era una de las televisiones más contestatarias del país con el Gobierno (B92) y cuya labor en la cadena ahora se reduce a la que podría “hacer un becario”, según sus propias palabras. “Si somos muy críticos, las grandes empresas dejan de poner publicidad en nuestros medios. Hay presiones directas o indirectas del Gobierno para que lo hagan. Y lo cierto es que les funciona bastante bien”.
Pese a todos estos condicionantes, Serbia está decidida a entrar en la Unión Europea. En su Parlamento, todos los partidos abogan por ello. El Gobierno conservador, refrendado este mismo año con más de la mitad de los votos, asegura que hará todo lo que esté en su mano para superar estos escollos. ¿Sucederá en esta década? “No lo creo”, responde Tanja Mislevic, la propia negociadora del Estado.