CARMEN VALERO. EL MUNDO.- El partido Alternativa para Alemania (AfD) nació en 2013 como reacción a los rescates en la Eurozona y de la mano de académicos, economistas y líderes del mundo empresarial, un perfil que se resquebrajó por el egocentrismo de fundadores y la falta de conexión con el gran público.
Herido de muerte, el partido fue «adquirido» a precio de saldo y pulido por sus nuevos dueños al amparo de la crisis de los refugiados, aprovechando el vacío que existía en Alemania, hasta entonces la excepción en Europa, de formaciones populistas. Declaraciones a favor de usar armas de fuego contra los refugiados que entraran ilegalmente en Alemania, las críticas permanentes a la cultura de «bienvenidos» refugiados del gobierno de Angela Merkel por los efectos negativos que tantos extranjeros y además musulmanes causarían a la identidad alemana y al Estado del bienestar, le hicieron subir como el suflé.
El miedo de parte de la población a perder lo conseguido o a no lograr jamás lo deseado le abrieron primero, en agosto de 2014, las puertas del Parlamento deSajonia. Tras la victoria el domingo en Mecklemburgo-Antepomerania ya suma nueve de los 16 parlamentos regionales.
Se miran en el espejo del Frente Nacional de aunque opinan que su programa económico de Marie Le Pen es demasiado «socialista». Aspiran a gobernar el país, rechazan ser tildados de xenófobos y reivindican como partido legal su espíritu democrático.
Las encuestas le auguran un 10% de votos en las elecciones generales del año próximo aunque su líder, Frauke Petry, asegura que hay nicho para el 20%. Su ‘clientela’, por el momento, está fundamentalmente en el este del país, la extinta RDA. No es de extrañar. Su programa electoral, además del euroescepticismo fundacional y la antimigración, lleva el tufo melancólico de otros tiempos. Bonificaciones para quienes sostengan el sistema y quienes vayan a votar, créditos sin intereses para los jóvenes que procreen. Y el levantamiento de las sanciones a la Rusia de Vladimir Putin.