Con motivo de la fiesta mundial del Orgullo LGTB+ que arranca este viernes presentamos la historia de esta menor, contada por ella misma
BEATRIZ PORTINARI. EL PAÍS.- Ariana es una joven transexual de 15 años a la que se asignó sexo masculino al nacer y empezó su transición hace un año y medio. El acoso que ha sufrido en su propio barrio de la Línea de la Concepción (Cádiz) presenta el problema al que se enfrenta el colectivo transgénero en una etapa tan difícil como la adolescencia. Con motivo de la fiesta mundial del Orgullo LGTB+ que arranca este viernes presentamos la historia de Arianna, contada por ella misma.
El primer recuerdo de mi infancia que me viene a la memoria es cuando iba con mi madre a comprarme ropa y siempre buscaba la ropa de chica. Mi madre me decía “Es que no puedes llevar eso, porque está mal visto”, aunque me encantaba la moda, el maquillaje, los zapatos, las muñecas. Cuando fui algo más mayor preguntaba: “¿Y cuando crezca y sea mujer podré ponerme tacones y vestidos?”. “Sí, por supuesto”, me decía mi madre. Yo esperaba que algún día me crecerían los pechos. Ella cuenta que estaba convencida de que yo era una niña desde el embarazo, llevando la contraria al ginecólogo que aseguraba que yo sería un niño. Al final hoy le decimos a mi madre que tenía razón desde el principio.
Lo he pasado mal, muy mal. Me he sentido muy rara, muy sola. Cuando me insultaban no hacía más que pensar: “¿Pero por qué me pasa esto a mí, si soy igual que ellas?” En el colegio han tardado un poco en adaptarse porque dicen que en 40 años soy el primer caso que han tenido. Al principio hubo dos profesores que me dijeron que yo era un niño y seguirían tratándome como un niño, pero después se han acostumbrado y soy Ariana para todos. Al principio, la dirección no me dejaba entrar en el aseo de chicas porque eso podía molestar a los padres de otras niñas y me ofrecían entrar en el aseo de los profesores. Pero eso me hacía sentir rara y diferente también. A pesar de todo han ido adaptándose y ahora noto más su apoyo.
Por ejemplo, cuando empecé con los bloqueadores hormonales para hacer la transición, en el primer trimestre entré como chico y en el segundo trimestre como chica. Bueno, pues a primera hora del primer día de mi cambio, cuando llegué a clase, un chico me insultó. Aunque ya venía de atrás, del barrio. Yo asumía que los insultos iban a seguir, pasara lo que pasara. Pero el colegio expulsó a ese niño el mismo día y no volvió.
Me siento orgullosa por abrir camino a otros jóvenes que puedan sentirse como yo. Mi familia dice que estoy todo el día hablando de mis derechos y esas cosas, pero si no lo hago yo, ¿quién lo va a hacer por mí? Yo no moveré un mundo, pero sí un trocito. Y si un vecino me apoya, serán dos trocitos. Me siento bien cuando veo que gente que no me aceptaba empieza a aceptarme o gente que no me entendía empieza a entenderme. Pero no ha sido fácil.
Lo más duro fue el año pasado. Siempre que he ido por la calle se han metido conmigo, lo he tenido muy claro, desde pequeña escuchaba lo de “¡maricón, travelo!”. Pero el año pasado dieron un paso más. Volvía de un viaje a Sevilla con mi clase y cuando miré el móvil me encontré un montón de mensajes de un número que no conocía que me decía: “maricón, de una hostia te voy a hacer niño, te tengo que matar, me cago en tus muertos, travelo”. Un montón de mensajes así. Me quedé tan asustada que lo bloqueé.
Pero por esas fechas, era mayo, un sábado por la tarde, me encontré en una plaza a la chica que me los había mandado. Yo estaba hablando con una amiga cuando la escuché gritarme por la espalda: “¡Maricón, ven aquí, travelo, que te voy a matar!” Me quedé paralizada, no sabía ni qué decir. Mi amiga le dijo: “¿Tú has escuchado que ella -por mí- te haya insultado? ¿No? Pues no hay nada más que hablar”. Quise darme la vuelta para irme de allí, pero en ese momento me tiró al suelo y empezó a golpearme y patearme: ella y tres amigas suyas más. Me dejaron sin respiración, me golpearon la columna, me rompieron un dedo. Fue horroroso. Es que además era un sábado por la tarde en una plaza que siempre está muy concurrida e intervino muy poca gente. Los hombres se quedaron mirando. Solo intervino alguna familia para separarnos. Nadie llamó a la policía. Salí de allí como pude, mi amiga llamó a mi madre, me recogieron en el camino y fuimos al hospital y después a poner la denuncia. Ha tardado 11 meses en salir el juicio y me tuvo que abonar una cantidad de dinero. Pero lo que yo le dije al juez y a mi abogada: el daño que me hizo esa chica al agredirme de forma tan brutal, delante de tanta gente, sin que nadie me defendiera no hay dinero que lo cure. Pedí una orden de alejamiento, porque me la sigo encontrando por la calle, pero no me la concedieron porque dijeron que “no era para tanto”.
Me ha costado más de un año recuperarme. Los primeros dos o tres meses no podía siquiera pasar por la plaza porque me moría de miedo; lloraba de miedo. Empece a pasarlo muy mal: me anulaba mentalmente y pensaba que no servía para nada. Llegué a tener pensamientos muy negativos. Pensaba que si me dieron esa paliza allí en medio de todos sin que lo parasen es que no le importaba a nadie. El daño que me hizo esa chica no se puede pagar con dinero. Y sigo teniendo miedo. Hace poco rayaron el coche de mi familia y les rajaron las ruedas: nosotros sabemos y la policía está segura de que han sido ellos otra vez. Pero intento no pensarlo. Si vuelven a por mí bastará con mirarla sin decir nada: que esa mirada signifique “Mira dónde estás tú y mira dónde estoy yo”. Nada más. Yo recomendaría que si alguien está pasando por una situación así, que lo cuente, que se lo diga a alguien en quien confíe, que se desahogue. Porque si te lo quedas dentro es mucho peor. Y lo mismo con los pensamientos malos: si los escribes en un papel, si pones por escrito lo que estás sufriendo y después lo quemas, al menos para mí, es como si doliera un poco menos. Como si ese sufrimiento se hiciera cenizas y vieras cómo se va.
La transición para mí no está siendo fácil, pero pienso que pasar por todo esto será por algo que yo he elegido y que me hará feliz. Los bloqueadores de hormonas son como pasar una regla: me hincho, me duele la zona de la vejiga, tengo unos dolores terribles de cabeza, ataques de ansiedad y cambios de humor muy fuertes. Sufro pero pienso que es para llegar a una meta y entonces es más llevadero el dolor. Este viernes voy a Cádiz para que me receten las hormonas, que combinan con los bloqueadores. Solo espero que sea en pastillas y no tener que seguir con los pinchazos. Después me esperan otros cuatro años de pastillas hasta que me opere. Y después de la operación tendré que seguir tomando otro tipo de pastillas para toda la vida, pero prefiero eso si a cambio puedo ser quien soy de verdad.
Tengo que esperar a ser mayor de edad para operarme y las opciones en Andalucía son: o una lista de espera de cinco años o 13.000 o 14.000 euros por lo privado. Los médicos me han mostrado en qué consiste la operación y durante un mes estuve convencida de que no quería operarme. Que prefería seguir así porque me daba mucho miedo la operación. Pero si lo piensas, yo no me voy a enterar de nada. Vas y cierras los ojos y cuando los abres eres feliz para toda la vida. Si alguien está en mi misma situación y se lo está planteando, yo le diría que no lo piense tanto, que lo haga, que no tenga miedo porque es su felicidad. El mayor miedo que tenemos las transexuales es que después de la operación quizás no podamos “sentir”. Pero creo que la ciencia puede avanzar mucho en eso, que incluso los avances que ya existen no tienen nada que ver con lo que había hace 40 años.
Lo único que tengo como espinita clavada es lo de ser madre, que cuando voy a visitar a alguien que acaba de dar a luz en el hospital se me encoje un poco el corazón. Yo le digo a mi madre: “Mamá, a mí me habría encantado verme en esa situación algún día”. Y mi madre responde: “Ojalá me dé la vida años y regla para que, si es necesario, lleve yo en mi vientre a tu hijo”.