MILAGROS PÉREZ OLIVA. EL PAÍS.- Para que algo exista en la conciencia colectiva hay que poder nombrarlo. Poner nombre a lo que ocurre y no se ve o no se quiere ver es lo que ha hecho la filósofa Adela Cortina con una realidad que está ahí pero preferimos ignorar: el miedo, la aversión y el rechazo a los pobres. Lo ha denominado aporofobia, un fenómeno que está en el origen de las corrientes de xenofobia y racismo que se extienden por el acomodado mundo occidental. Adela Cortina acuñó este concepto a partir de los términos grietos griego áporos (sin recursos) y fobos (temor, pánico) y lo ha utilizado en trabajos académicos y artículos, hasta imponerlo, pese a las reticencias de los editores a las palabras extrañas, como título de su último libro: Aporofobia, el rechazo al pobre(Paidós, 2017).
El esfuerzo ha tenido recompensa. Hace unas semanas el neologismo fue incorporado al Diccionario de la lengua española y la Fundación del Español Urgente lo ha declarado la palabra del año de 2017, como en años anteriores fueron populismo, refugiado, selfi y escrache. En la palabra aporofobia Fundéu ha encontrado no solo un término muy significativo, sino una rara avis lingüística: “una voz con autor conocido y fecha de nacimiento”.
La aporofobia, como señala Adela Cortina, es lo que alimenta el rechazo a inmigrantes y refugiados. No se les rechaza por extranjeros, sino por pobres. Nadie pone reparos a que un jeque árabe se instale en un país europeo, ni a facilitar la residencia a un futbolista famoso. Los yates atracan sin problemas en la costa rica del Mediterráneo mientras las pateras se hunden tratando de alcanzarlas. A Trump no se le ha ocurrido poner un muro en el norte, en la frontera con Canadá, sino en el sur, en la frontera con México.
El odio al pobre se expresa también con los excluidos del propio país. Según el Observatorio Hatento, una iniciativa de las entidades sociales para denunciar agresiones a las personas sin techo, el 47% de quienes viven en la calle han sido víctimas de delitos de odio. Por su situación de exclusión, son también los más indefensos. La recesión económica ha exacerbado el miedo a la pobreza porque nos ha hecho ver que todos somos vulnerables. Que el mejor empleado de la empresa más segura puede quedarse de repente en la calle sin medios de subsistencia.
Pero para que el miedo se convierta en rechazo es preciso un proceso mental que anule la compasión y la empatía. Ese proceso lo proporciona la ideología y se activa cuando señala a los pobres como culpables de su pobreza. Cuando afirma que la pobreza no es fruto de unas condiciones estructurales que dejan a muchos en la cuneta, sino el resultado de una indolencia, un error individual o una culpa personal. En esa ideología, los pobres son percibidos como una amenaza. Culpabilizarlos anula la empatía y permite que se le ignore y hasta se les persiga. Y todo eso ocurre en un momento de fuerte aumento de las desigualdades.