Hollywood, una ciudad de Florida, elimina de una vía que cruzaba un área de mayoría negra el apellido de un fundador del grupo racista
PABLO DE LLANO. EL PAÍS.- El ayuntamiento de la ciudad de Hollywood (150.000 habitantes), a media hora al norte de Miami, decidió este miércoles cambiar los nombres de tres calles dedicadas a la memoria de tres generales del Ejército confederado que defendió sin éxito la pervivencia del esclavismo en la Guerra Civil americana (1861-1865): el comandante Robert E. Lee, John Bell Hood y Nathan Bedford Forrest. Las calles, además, pasan por un barrio de mayoría afroamericana. Eso hacía particularmente ultrajante el homenaje simbólico a Bedford Forrest, uno de los fundadores del Ku Klux Klan hace siglo y medio.
Aún no hay fecha para el cambio de nombres ni se han decidido las nuevas denominaciones. “Yo a mi calle le pondría Martin Luther King”, decía ayer en Forrest St. el joven afroamericano de 19 años Denzel Lavine. “Para ser honesto”, añadió, bajo un sol tremendo, “en EE UU sigue habiendo racismo. A mí una vez un cliente me insultó, me llamó nigger”, contó en su barrio, llamado Liberia por la pequeña república del África occidental instituida en el siglo XIX por esclavos negros estadounidenses.
A cuatro kilómetros, a las puertas del ayuntamiento, Taia Weatherall, anglosajona de 40 años, opinaba: “Cambiarle el nombre a las calles es ridículo. Yo creo que en esta ciudad hay cosas mejores en las que gastar el dinero”. Allí, sin embargo, un centenar de manifestantes apoyaba la iniciativa con carteles que decían “En Alemania no le han puesto a las calles nombres de nazis” o “Construyamos un nuevo legado de amor” o “Es de ignorantes esperar dulces frutos de un árbol con odio, miedo y violencia en las raíces”.
Un supremacista de 22 años, Christopher Rey, de origen cubano y vecino de Hialeah –ciudad con un 93% de hispanos– había sido arrestado minutos antes tras lanzarse en solitario contra la concentración con una bandera confederada al grito de “¡El hombre blanco construyó este país!”.
Oponiéndose estaban también David Rosenthal, de 60 años, que mostraba un cartel que acusaba al Islam de practicar el esclavismo y Marylin Sobá, 61, de familia puertorriqueña: “El dinero que gastarán en lo de las calles lo deberían gastar en los desamparados”, consideró. Ambos se definieron como antirracistas. Sobraban los dedos de una mano para contar a los que fueron a reivindicar los nombres de los generales confederados. El antirracista colombiano Carlos Valnera, 33 años, 13 en EE UU y activista del movimiento Black Lives Matter, dijo que el repudio nacional a la extrema derecha después del día de violencia en Charlottesville el 12 de agosto había desmovilizado a los ultras: “Todo el país se ha levantado contra el odio”, dijo. De este a oeste de EE UU desde aquel día se han retirado o están por retirarse símbolos del bando confederado en decenas de ciudades, incluidas varias de Florida.
El entorno de la concentración estuvo vigilado por la policía local, con tres francotiradores situados en el tejado del ayuntamiento. En Charlottesville, donde se concentraron cientos de personas entre ultraderechistas y defensores de los derechos civiles, un radical de extrema derecha mató a una antirracista (Heather D. Heyer, 32 años) atropellándola y hubo una treintena de heridos.
La iniciativa de renombrar las calles de Hollywood la han liderado dos vecinas, Linda Anderson, afroamericana residente en Liberia, y Laurie Schecter, una activista blanca de 68 años.
Schecter ha pagado de su bolsillo los 2.000 dólares que debe ingresar en el ayuntamiento cualquiera que promueva la redenominación de una calle –en su caso tres, por lo tanto 6.000 dólares–. También le tocará pagar otros gastos relacionados con el cambio de señales. Calcula que tendrá que invertir un mínimo de 15.000 dólares y un máximo de 34.000. “Es mucho dinero, pero lo pagaré con gusto”, explicó. “Sin poner el dinero no hubiera salido adelante la iniciativa”.
Schecter, de familia judía, contó que su padre había combatido a los nazis en la II Guerra Mundial y le había inculcado unas fuertes convicciones contra el totalitarismo. En su infancia en Hollywood vio desde el lado de los blancos cómo a los negros se les obligaba a beber de otra fuente o a usar otro baño y desde niña, asegura, el racismo le produjo repulsión. “No podemos seguir honrando en nuestras calles a esclavistas”, aseveró. Junto a ella estaba Beam Furr, vicealcalde del condado de Broward, al que pertenece Hollywood. Miembro del Partido Demócrata, Furr consideró que el presidente Trump, reacio a condenar a los supremacistas tras el caos de Charlottesville, “debería ponerse del lado correcto de la historia” –el antirracismo–. El político miró la concentración y los contados contramanifestantes y dijo: “Yo aquí veo un montón de gente dedicada al amor a un lado y al otro un grupo minúsculo de promotores del odio”.
Por la tarde, antes de que arrancara en el ayuntamiento la sesión en la que se terminó aprobando la eliminación de los nombres de Forrest, Lee y Ball, una fila de vecinos esperaba a la entrada. Ahí abundaban los contrarios al cambio de nombre. “La gente de Hollywood ha estado muchos años en armonía con sus calles y los problemas los han traído agitadores de fuera, gente que odia la historia”, exclamó Brian Turner, de 52 años. “Lo digo como americano y como descendiente de un soldado confederado, mi tatarabuelo Sanford L. Perry, del Noveno de Caballería de Kentucky. Estoy orgulloso de mi pasado y no me considero una persona racista. Es historia. No tengo por qué sentirme culpable”.
Pero la decisión está tomada. En unas semanas, la calle por la que camina todos los días Denzel Lavine dejará de rendir homenaje a un pionero del salvaje Klan.