ESTEBAN IBARRA.- Presidente de Movimiento Contra la Intolerancia y Secretario General del Consejo de Víctimas de Delitos de Odio
Refugiados e inmigrantes, gentes que huyen de la guerra o de la miseria, que buscan sobrevivir o vivir con esperanza, gentes a quienes se califica de diferente manera según el ordenamiento jurídico internacional, pero siempre y en cualquiera de los casos, personas con dignidad y derechos que no se respetan, a quienes buscan asilo o a quienes buscan salir de la miseria, olvidando obligaciones internacionales con los refugiados o negándose a firmar la Convención Internacional para la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y de sus familiares. Una situación donde la Unión Europea muestra su clamorosa incapacidad e incluso muestra su división social en dos, quienes apuestan por una solidaridad humana y otros, para quienes la xenofobia es la solución y de ella hacen bandera. ¿Pero mientras tanto qué? Aunque desde una perspectiva humanitaria la respuesta no deje lugar a dudas, la dialéctica de salida no será fácil porque encierra enormes conflictos de redistribución de recursos y poderes políticos, también en países sometidos a un duro castigo por la crisis, un terrible pulso que hace emerger las dos Europas que siempre han estado enfrentadas, como en los años 30.
La denominada “crisis de los refugiados” no es sino una expresión mas de la crisis de “desorden global mundial” espoleada por una dinámica voraz de acumulación de riqueza y poder, donde todo está relacionado. Desde la salida de refugiados y los flujos migratorios con la destrucción de los Estados en Irak, Afganistán, Libia y Siria, responsabilidad de occidente, con la presencia sanguinaria del terrorismo yihadista encarnado en el Daesh (ISIS), Al qaeda, o Boko Haram que en África está protagonizando terribles masacres. Y claro la gente huye de la guerra o de la miseria, mientras la verdadera solución está lejos, porque lejos está conseguir un orden mundial democrático basado en los derechos humanos y en la dignidad intrínseca de la persona, tal y como reza en la Declaración Universal. ¿Se puede ser eficaz al abordar este problema sin plantear ir a las causas, entre ellas: las guerras y sus raíces? No podemos obviar la necesidad de un movimiento pacifista mundial que ponga fin a la barbarie. Recordemos los años 80 en la respuesta pacifista a los bloques militares. Pero hay más; es la lucha que se libra en el interior de nuestros países por el reparto de la miseria.
La mundialización, el desarrollo de las comunicaciones (Internet), el mercado económico y laboral planetario, y otros factores globales han generado un marco favorable a la xenofobia, buque insignia de las distintas encarnaciones de la intolerancia que tiene, para determinados escenarios, como referente principal la islamofobia, como muestra el movimiento PEGIDA (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) cuyo efecto perverso es hacer crecer el extremismo yihadista. La dualidad ambivalente de las migraciones, su necesidad y rechazo a la vez, han vuelto atrás la historia alimentando la “cosificación” de las personas; el inmigrante simplemente es mano de obra, un recurso productivo, no es un ser humano con atributos radicados en la dignidad intrínseca de la persona. Sencillamente cuando se necesita se obtiene, ya sea regular o irregularmente, con control de flujos migratorios o sin ellos, con integración o marginación, con apoyo al desarrollo de su país de origen o con su abandono a la miseria. Y cuando no se necesita, pues que se vaya, se le anima o se le expulsa, deporta e incluso se le convierte en criminal, pero que no entren. Ahí están las aguas del Mediterraneo como cementerio de miles de seres humanos, y si no es suficiente, como dijo el ultra Jean Mari Le Pen, “se soluciona el problema de la inmigración en tres meses con el virus del Ebola”.
No obstante, para los que apostamos por la Solidaridad no estaría mal recordar las palabras de Enzensberger cuando sostiene que “los grandes conflictos sociales no pueden ser eliminados por medio de la prédica”, frente a quienes sostienen una política de inmigraciones sin fronteras, sin el menor cálculo de consecuencias, sin mediación política y económica, sin tener en cuenta las posibilidades de su realización por quienes pierden toda credibilidad y capacidad operativa. Hay que obrar desde la prudencia de reclamar una acción humanitaria racional, que no olvide que toda política de inmigración debe descansar en la integración, en el control de flujos migratorios, sin herramientas tipo “valla con cuchillas”, con cooperación al desarrollo y con una buena educación en derechos humanos y una mayor sensibilización preventiva contra la xenofobia.
Mientras a quienes apuestan por “los europeos primero”, habrá que recordarles la corresponsabilidad colectiva de occidente en sus guerras del Mediterráneo, habrá recordarles que los muros “nacionales” ni fueron alternativa, ni lo serán, y que la neoesclavitud, internamiento o bombardeo de las pateras, como alguno plantea abiertamente, solo suponen el agravamiento del problema porque la amenaza real no son los 7.000 millones de seres que pueblan la Tierra, muchos en condiciones extremas, el problema evidente son los 2.000 oligarcas financieros que con su decisiones esquilman recursos, hunden a las gentes en la miseria, desestabilizan países, provocan enfrentamientos y nos lanzan a sus guerras.
El escenario nos muestra la consolidación y avance de la extrema-ultraderecha, a quienes la demagogia sobre esta “crisis migratoria” favorece y mucho. Hay que significar la vergüenza que supone o debería suponer para Europa la presencia de partidos neonazis como el griego Amanecer Dorado con fuerte representación en el Parlamento y con un activismo violento hacia inmigrantes y otras minorías; o el húngaro Jobbik que desfila uniformado por las calles y las milicias que atacan a gitanos, además de defender en el parlamento que todas las personas de origen judío deben ser fichadas y registradas por “razones de seguridad”, y no digamos el NPD que nos recuerda la continuidad de esa Alemania de Hitler, un país donde, en lo que llevamos de año, se han producido más de 360 ataques a centros de refugiados, sin menoscabo de la solidaridad de sus gentes. Y estos no son hechos aislados, obedecen a un patrón de intervención estratégica, alimentado por intereses poderosos, que influye y asusta a partidos democráticos de liderazgo débil que corren a modificar sus políticas aceptando los postulados xenófobos, ahondando el problema en esta Europa que vive una crisis sistémica. Hoy como antaño, el dilema está planteado -Solidaridad o Barbarie- y aunque la respuesta parezca obvia, conlleva apuestas complejas con más democracia, rechazo a la xenofobia y una respuesta internacional por la paz.