Desde Francia hasta Suecia, los partidos xenófobos, que juegan al euroescepticismo, coinciden en un férreo bloqueo a la inmigración, deportaciones, recorte de derechos y aumento de la represión contra los migrantes. Las encuestas y las elecciones confirman su alza mediante un mensaje patriótico que prima a nacionales frente a extranjeros.
JAIRO VARGAS. PÚBLICO.- El drama es tan cotidiano que ayer exasperó a la responsable de la Política Exterior de la Unión Europea (UE), Federica Mogherini. «No podemos continuar como hasta ahora, con un minuto de silencio cada vez que vemos a gente morir», clamó durante la Cumbre de los Balcanes, celebrada en Viena, para tratar de poner una solución a la crisis de los refugiados. De nada ha servido. Como resumió Mogherini, una vez más, la cumbre de jefes de los Estados afectados por el éxodo, sirio sobre todo, acabó como empezó: sin acuerdos y con reproches mutuos mientras 20 millones de refugiados ni siquiera han entrado aún en el viejo continente.
Al mismo tiempo que la canciller alemana, Angela Merkel, pedía un mejor reparto del asilo para los refugiados, aparecía un camión en la frontera austro-húngara con 50 cadáveres. Pocas horas después, otra embarcación con cientos de personas naufragaba en el Mediterráneo. A éstos últimos se les considera inmigrantes por causas económicas. A los primeros, refugiados por conflictos armados. En ambos casos, murieron tratando de dejar atrás la muerte.
Por el momento no hay avances en una solución concreta, pero el problema ─ya de por sí complicado─ podría empeorar con un cambio de signo político en los países receptores (Alemania, y países escandinavos) y los de tránsito. Un mayor peso de la extrema derecha sí que facilitaría el acuerdo entre ellos. Desde Francia hasta Suecia, todos los partidos xenófobos, que ahora juegan la baza del euroescepticismo, coinciden en un férreo bloqueo a la inmigración, deportaciones, recorte de derechos a quienes que ya están en los países y un aumento de la represión contra los que intentan cruzar.
Los resultados de las últimas elecciones europeas evidenciaron un peligroso auge de los partidos de extrema derecha, y los ataques xenófobos contra los autobuses y centros de acogida de refugiados en el Este de Alemania son sólo una de las múltiples reacciones que pueden llegar. El discurso nacionalista de partidos como el Frente Nacional francés, Amanecer Dorado en Grecia o el FPÖ en Suecia ganan terreno en medio de una crisis económica que ha empobrecido a las clases medias europeas y ha dejado en la extrema pobreza a parte importante de la sociedad.
El peligro de una quiebra del Estado del bienestar, el final de las prestaciones sociales o de los sistemas públicos de salud de estos países se utiliza como arma política contra la población extranjera. Y funciona. A esto se añade la alarma global del terrorismo islamista, que tratan de vincular a una inmigración excesiva por culpa, precisamente, de una UE paralizada.
«Hay que anular Schengen, impedir a los excombatientes extranjeros que vuelvan. Europa nos ha debilitado imponiendo una apertura total de las fronteras», ha llegado a decir Marine Le Pen, líder del Frente Nacional ante el Parlamento Europeo el pasado enero.
Precisamente es Francia el país donde la extrema derecha toca más poder institucional. El regreso de los conservadores con el ex primer ministro, Nicolas Sarkozy, pareció frenar el avance de la ultraderecha francesa, pero las crisis migratorias influyen en la opinión pública. Le Pen encabezaría la primera vuelta de las próximas elecciones presidenciales en caso de que se celebrara ahora y no en 2017, indicaba un reciente sondeo de la revista Paris Match. En cualquier caso, el liderazgo político de Francia se dirimiría entre extrema derecha (26% -27 %) y conservadores (24% para el partido Republicano) dejando fuera a los socialistas y a la izquierda.
Cameron gira más a la derecha con la crisis de Calais
El fantasma del ultraderechismo pareció controlado en Reino Unido tras el susto de las elecciones europeas, cuando el euroescéptico y antiinmigración UKIP logró un 29% de los votos, casi duplicando su resultado anterior. En las generales sólo obtuvo un escaño, pero en realidad hubo cuatro millones de ingleses que les dieron su voto y lo convirtieron en la tercera fuerza política del país en porcentaje.
De ahí la reacción del conservador David Cameron ante la crisis del Canal de la Mancha, ampliando la presencia policial y enviando perros a la zona, además de prohibir el alquiler de pisos a inmigrantes ilegales en el Reino Unido. El giro a la derecha del primer ministro ha sido contundente.
Suecia, uno de los principales destinos de los refugiados sirios y de los subsaharianos que logran atravesar el Mediterráneo, es otro importante foco del avance de los ultraderechistas. El Partido Demócrata Sueco duplicó sus resultado en las elecciones legislativas de 2014.
Se convirtió en la llave de Gobierno con un 13%. Su propuesta era limitar la inmigración en un 90% y a punto estuvo de forzar elecciones anticipadas este marzo al bloquear la aprobación de los Presupuestos suecos. Su idea era convertir la cita con las urnas en “un referéndum a favor o en contra del aumento de la inmigración” que, según arguyen, lastra el bienestar de los suecos menos pudientes, que han aumentado durante la crisis económica.
Con las elecciones regionales a pocos meses de distancia, este partido se coloca con una intención de voto del 25%, por encima de los socialdemócratas (23%) y de los moderados (21%). Ante las 81.000 demandas de asilo que recibió el país nórdico en 2014 ─el número más alto de la UE en relación a la población─ los Demócratas de Suecia se consideran el “único partido de la oposición”, y culpan a la política aperturista de los socialdemócratas de casos como el doble asesinato en una tienda de Ikea, en la que un eritreo apuñaló a dos personas hace dos semanas.
En Austria, paso previo de los refugiados de Oriente Medio para alcanzar Alemania, los ultraderechistas del FPÖ ganaron terreno a los socialdemócratas y a los conservadores en las regionales del pasado junio. Sobre todo en áreas rurales y del Este del país. En la región de Estiria, el FPÖ triplicó sus resultados, y el canciller austríaco tuvo claros los motivos: “Puedes explotar el tema de los refugiados y todas las inseguridades que inflaman a la gente. Eso es lo que el FPÖ decidió hacer”, dijo Wener Faymann. El líder de FPÖ, Heinz-Christian Strache, aspira a convertirse en la primera fuerza en las legislativas, y según los analistas, tiene muchas papeletas.
El caso sueco se reproduce en Finlandia, y el austríaco en Hungría, salvo matices y quizás con una velocidad más moderada. Aunque la crisis de los refugiados y su impacto mediático podría acelerar la tendencia.
La incógnita de Amanecer Dorado
En Grecia, los neonazis de Amanecer Dorado consiguieron ser tercera fuerza política en las últimas elecciones legislativas, empatados con los socialdemócratas de To Potami. Los 17 diputados obtenidos, mientras todos los líderes del partido estaban en prisión por pertenencia a banda criminal, podrían aumentar en las anticipadas para septiembre debido a la desilusión, tras un efímero Gobierno de Tsipras, la ruptura de Syriza y la presión migratoria en el país. Una abstención alta, como muchos esperan, beneficiaría a los ultraderechistas.
La tibia reacción de la UE ante un fenómeno del que no puede eludir su responsabilidad, tanto por acción como por omisión, puede convertirse en una grieta por la que el extremismo, la xenofobia y el racismo se introduzcan y arraiguen en una sociedad europea depauperada y desencantada con los partidos que les han llevado a esta situación.