PABLO ORDAZ. EL PAÍS.- El sí de la católica Irlanda al matrimonio homosexual ha sentado como un tiro en el Vaticano. Su más alto funcionario, el secretario de Estado Pietro Parolin, un diplomático con muchos años de experiencia y fama de moderado, se ha referido así al resultado del referéndum: “No solo se puede hablar de una derrota de los principios cristianos, sino de una derrota de la humanidad”.
El cardenal italiano Parolin añadió que se siente “muy triste por el resultado” —un 62% de los votantes apoyaron el matrimonio gay y un 37% apostaron por el no— y animó a la Iglesia a reaccionar. “El arzobispo de Dublín”, añadió el secretario de Estado durante un acto de la fundación Centesimus Annus, “ha dicho que la Iglesia debe tener en cuenta esta realidad, pero a mí me parece que la debe tener en el sentido de reforzar su esfuerzo por evangelizar. La familia tiene que seguir estando en el centro, y debemos defenderla, tutelarla y promoverla. El futuro de la humanidad y de la Iglesia depende de la familia. Golpearla sería como quitar los cimientos del edificio del futuro”.
Las palabras de Pietro Parolin llaman la atención por dos aspectos. En primer lugar, el actual secretario de Estado no suele prodigarse en público, y mucho menos con esa rotundidad. Su labor hasta ahora ha sido la de sostener de forma callada, casi invisible, los esfuerzos del Papa por renovar la Iglesia y, sobre todo, por poner la maquinaria diplomática del Vaticano al servicio de la paz. En segundo lugar, desde que el papa Francisco se refirió a la homosexualidad durante su vuelo de regreso de Brasil —“¿quién soy yo para juzgar a los gais?”—, la Santa Sede ha procurado actualizar los viejos clichés.
Si bien, hasta el momento, solo se ha tratado de una aproximación más respetuosa, si acaso más comprensiva hacia los homosexuales, pero dejando claro –como hace hoy el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, en una entrevista al diario La Repubblica—que la Iglesia se sigue negando a las uniones civiles. «Nosotros creemos», advierte Bagnasco, «en la familia que nace de la unión estable entre un hombre y una mujer, pontencialmente abierta a la vida; esta unión, que constituye un bien esencial para la sociedad, no es equiparable a otras formas de convivencia».
Tal vez las palabras de Pietro Parolin se puedan explicar por el temor de la Iglesia a que el resultado del referéndum irlandés pueda provocar un efecto dominó en el resto de Europa.