Un ataque a un hogar de refugiados supone la última acción de la extrema derecha. Un alcalde tuvo que dimitir en Baviera por amenazas y un periodista fue agredido. El movimiento Pegida demuestra que no está acabado y aumentan sus simpatizantes
ROSALÍA SÁNCHEZ. EL MUNDO.- Un hogar de refugiados de la localidad bávara de Hof, una ciudad de 50.000 habitantes en el sur de Alemania, ha aparecido esta semana pintado con esvásticas y lemas racistas. Los asilados que sobreviven en sus instalaciones están aterrados, no quieren hablar con la prensa. La policía ha llamado a la colaboración ciudadana porque no tiene indicios acerca de quiénes fueron los autores, pero nadie ha visto ni ha oído nada. Lo más seguro es que los hechos queden impunes.
Los esporádicos ataques a albergues de refugiados o a cementerios judíos constituyen un goteo insuficiente para ocupar la primera plana de la agenda política alemana, pero lo suficientemente constante como para reconocer en él un profundo problema. Y esta semana, además, el goteo ha conseguido horadar la sólida piedra de la democracia alemana.
La dimisión del alcalde del pequeño municipio de Tröglitz, en el este del país, ha puesto de manifiesto el poder subterráneo que la extrema derecha mantiene al margen y por encima de las instituciones locales. Markus Nierth, alcalde independiente de este pueblo de 2.700 habitantes en Sajonia-Anhalt, había aceptado la construcción de un albergue con plazas para 40 refugiados en un edificio desocupado del pueblo, para atender la creciente llegada de personas en busca de refugio, especialmente desde Siria. Pero el partido de extrema derecha NPD, sin representación institucional, no estaba dispuesto a consentirlo y ha ejercido tal presión sobre el alcalde que ha terminado forzando la dimisión.
Tras la dimisión hay un rosario de amenazas, a él y a su familia, además de manifestaciones a la puerta de su casa. Nierth había pedido reiteradamente a las autoridades competentes del distrito que impidiesen que la manifestación tuviese lugar ante su casa, pero no obtuvo respuesta. «Me siento desprotegido», ha justificado tras anunciar su renuncia, en un pueblo en el que resulta imposible entrevistar a la población sobre el asunto porque nadie desea hablar. Y si algún periodista insiste en intentarlo, lo paga caro.
En la ciudad de Dortmund la violencia contra la prensa ha alcanzado esta semana una nueva cuota. El reportero Marcus A., de 43 años, fue agredido por encapuchados después de haber cubierto una manifestación contra la extrema derecha en el distrito norte de Derne. Los atacantes lo abordaron a la salida del metro, fue golpeado con piedras en la cabeza y en la espalda y recibió varias contundentes patadas en el estómago y los riñones. Anteriormente había recibido amenazas de muerte, por lo que se había hecho con una pistola eléctrica que llevaba encima, pero que no le sirvió de mucho.
En este caso, el alcalde de Dortmund, el socialdemócrata Ulrich Sierau, ha declarado que «el incidente demuestra cuánto molesta a los nazis la falta de aceptación pública. Carecen de concepto político y plan, se vuelcan en eventos como marchas con antorchas y campañas de intimidación contra periodistas. Su espíritu es violento, se ven a sí mismos en una tradición nazi, en la tradición de los matones de las SA». El presidente de la policía de Dortmund ha puesto protección al periodista agredido y ha destinado 12 agentes más a la investigación, pero igualmente sin obtener por ahora indicios sobre los autores del ataque.
La remontada de Pegida
El líder de Los Verdes, Cem Özdemir, ha advertido que «si en nuestra democracia constitucional un alcalde electo no se siente protegido contra esa turba parda, todas las campanas de alarma deben sonar de forma estridente». Pero lejos de hacer sonar campanas, la sociedad alemana observa entre el asombro y el adormecimiento cómo en Dresde tiene lugar la marcha número 18º del movimiento de extrema derecha y anti extranjeros Pegida. Tras su escisión a principios de febrero, la prensa alemana consideró que había tocado techo e incluso el semanario ‘Der Spiegel’ les dedicó el titular: «Gracias, Pegida, eso ha sido todo». Es cierto que los asistentes a la manifestación de Dresde descendieron desde 20.000 a solo 2.500, pero lentamente sigue remontando la cifra y este lunes reunió a 6.200 personas, demostrando que hay un caldo duradero, una mezcla de indignación antisistema.
Tras la crisis, un grupo de activistas procedentes de toda Alemania redactaron las 19 tesis de Pegida, posteriormente reducidas a 10 y que el fundador del movimiento, Lutz Bachmann, clavó teatralmente y al estilo Lutero en la puerta de la Kreuzkirche de Dresde. En la ciudad se habla abiertamente de una candidatura Pegida en las próximas elecciones del 6 de junio y el corresponsal de ‘Die Zeit’ en Dresde es categórico al afirmar: «Pegida no ha terminado en absoluto».
«La democracia no pude dar un solo paso atrás; no puede retroceder ante estos casos», llama a los ciudadanos desde Deutschlandfunk la ex comisionada del Senado de Berlín para Extranjería, Anetta Kahane, que reconoce el sustrato sobre el que se sostiene la extrema derecha alemana en pie y que exige a las grandes fuerzas políticas «no flaquear»