ABC/Aitor Santos Moya.- D50, llamada históricamente DSO, cerró sus puertas el pasado sábado después de tres décadas en un edificio diseñado por Antonio Palacios y declarado en 1997 Bien de Interés Cultural.
Jueves de la semana pasada, 13.30 horas, calle Mayor. Un sol que anticipa la primavera y el bullicio propio del corazón capitalino. A dos turistas acaban de birlarles la cartera frente a la esquina del McDonald’s, lo que justifica el reguero de secretas desplegados a su alrededor; también un sin techo grita fuera de sí mientras empuja el carrito de un súper y una pareja se detiene por error al paso por el número 4. El ir y venir de personas en este tramo de la céntrica vía es constante, ajenas todas a lo que allí dentro acontece: «el final de una época», que diría la vieja guardia del llamado Movimiento.
En la segunda planta de la Casa Palazuelo, un edificio declarado Bien de Interés Cultural en 1997, da sus últimos coletazos D50, antes DSO, «la tienda neonazi por antonomasia en Madrid». La cita fue incluida en el libro ‘Diario de un skin: un topo en el movimiento neonazi español’ (Planeta de Libros, 2003), donde el periodista Antonio Salas revelaba -bajo pseudónimo- su experiencia tras una larga infiltración en el inaccesible mundo de la extrema derecha. De vuelta al presente, la portera del espacio confirma el repentino trasiego de clientes: «Está viniendo mucha gente». El motivo no es otro que el adiós del negocio, apenas 48 horas después de la discreta visita.
El sábado 24 de marzo cerraron para siempre una puerta que ha estado abierta durante tres largas décadas. Y lo hicieron tras una liquidación con todos los artículos rebajados a mitad de precio. El día anterior a la clausura, el local, de apenas 50 metros cuadrados, presenta el desorden típico del anunciado desmantelamiento. Dentro, el vestuario de un joven agachado no deja lugar a dudas: adidas de color negro, vaqueros pitillo y abrigo The North Face; tampoco el de uno de los dependientes, ataviado con una camiseta con la bandera de España y las aspas de San Andrés. Simbología y estética adoptadas por los radicales.
La figura de Fernández Perdices está relacionada con la creación de Bases Autónomas, un grupúsculo muy violento que desató una oleada de agresiones de odio sin precedentes
Dos mujeres de avanzada edad se detienen frente a la entrada y observan curiosas, sin saber la gama de productos ofertados. Cazadoras bómber, botas con punta de acero, cruces celtas, discos de música de bandas neonazis como Estirpe Imperial, banderas con la calavera Totenkopf (uno de los símbolos más famosos de las SS de Hitler) o lemas de la División Azul y una ristra de hebillas, chapas y llaveros ‘del palo’, entre otros objetos a la venta. El improvisado rastrillo no deja lugar a dudas.
Viejos conocidos
La distribuidora original (DSO) fue puesta en marcha por el abogado Pedro Fernando Fernández Perdices, quien fuera a su vez uno de los fundadores de las violentísimas Bases Autónomas (BB.AA.), una organización neonazi que protagonizó numerosos altercados en la década de los 80 y la primera mitad de los 90. En el Registro Mercantil aparece aún como administrador único de la empresa, si bien este periódico ha podido comprobar que desde 2014 está detrás la sociedad D. Cincuenta S. L. (como así constaba en el directorio de empresas instalado en el vestíbulo del inmueble), cuyo responsable es Eduardo López.
Se da la circunstancia de que los dos individuos fueron detenidos hace una década, en el marco de una operación desatada tras la celebración de un concierto de música RAC (rock contra el comunismo) en la localidad de Sabadell. Los investigadores constataron que Fernández Perdices y Eduardo López, al frente de DSO y Soportes Sonoros S. L., respectivamente, se dedicaban a la distribución de música neonazi y comercio de ‘merchandising’ con contenido racista, xenófobo y homófobo. Al igual que ahora, con un canal web cerrado el mismo sábado (www.panel555.com), la venta tampoco entonces era solo física. Contaban con tres páginas (www.falangistas.com, www.44×2.com y www.bicefalia.com), con las que llegaron a facturar más de medio millón de euros entre 2007 y 2011.
Cazadoras bómber, cruces célticas, banderas con la calavera Totenkopf o de la División Azul, entre los productos que se ofertaban en la tienda D50
En el juicio, celebrado en 2018, la Audiencia Provincial de Barcelona rebajó las pretensiones de la Fiscalía y el Movimiento contra la Intolerancia (pedían 10 años de cárcel para cada uno) y condenó a los dos acusados a un año de prisión, multa de seis meses (1.800 euros) y el decomiso de los citados portales en internet. El negocio de la calle Mayor, por tanto, se salvó de la quema. En la sentencia, los jueces consideraban acreditado que las conductas realizadas implicaban un «menosprecio» a la dignidad de los inmigrantes latinoamericanos o musulmanes, del pueblo judío, así como a aquellas personas de ideología comunista o socialista.
En manos de uno u otro, lo cierto es que la conocida DSO -cambio de nombre al margen- ha sido uno de los santuarios referencia del movimiento ‘skinhead’ durante los últimos 30 años. En la propia obra ‘Diario de un skin’, el autor reproduce un significativo incidente con miembros de la extrema izquierda: «Mi cráneo recién afeitado ya no dejaba lugar a dudas. Por desgracia. Por esa razón los 10 o 15 ‘punks’, anarquistas y ‘red-skin’ que se encontraban en la plaza de Malasaña lo tuvieron claro nada más verme».
El relato prosigue con la huida despavorida a través de Gran Vía, Montera y la Puerta del Sol. «Atravesé Sol como un cometa hasta alcanzar la calle Mayor y por fin llegué al número 4. Subí las escaleras de tres en tres para refugiarme en DSO, que, gracias a Wotan, no había cerrado todavía… No sé qué ocurrió con los ‘sharp’. Supongo que conocían la tienda nazi por antonomasia en Madrid y decidieron no arriesgarse a encontrar a un grupo de camaradas NS (nacional socialista) dispuestos a protegerme».
Peregrinaje ultra
En aquella época, raro era el mes en el que miembros de grupos ultras enfrentados, como Ultras Sur y el Frente Atlético, no se encontraban en el tránsito al segundo piso. Un espacio dibujado por el arquitecto Antonio Palacios un siglo atrás «y que sigue funcionando tal y como Demetrio Palazuelo lo proyectó: un edificio de carácter exclusivamente comercial que acogiese tiendas, oficinas y despachos». Según recoge la web que lo gestiona (www.casacomercialpalazuelo.com), el inmueble es una de las pocas casas modernistas que ostenta Madrid y su interior está considerado como una joya arquitectónica única.
«Muy al estilo de ‘art déco’ de los años veinte y bebido bajo la influencia de la escuela de Chicago que reordenó la forma de dividir los espacios comerciales y la visión formal de la arquitectura civil», el célebre arquitecto creó el bloque en torno a un patio central con escaleras de caracol con peldaños en mármol blanco y cerámica que dan acceso a las tiendas, despachos y oficinas.
Pese a la detallada información que ofrecen, en la página no hay rastro de DSO o D50, ni antes del cierre ni ahora. Este periódico realizó ayer martes una consulta a través del buzón de contacto de la misma para conocer los motivos de la clausura y si existe explicación al respecto de haber mantenido abierto un local de carácter neonazi. Al cierre de esta edición, la respuesta seguía sin llegar.