Paula, de 11 años, acosada por sus compañeros: «Rata, ojalá te mueras».

| 10 octubre, 2022

El Mundo.- Educación expulsó 15 días a dos niños por bajarle los pantalones en el patio / A los 8 años Sara «recibía cartas con el dibujo del ahorcado»; a los 12 le obligaban a dejar dinero en una papelera del patio. Tiene 13 y ha intentado suicidarse.

Durante el curso pasado, Paula iba y venía con todos los libros del colegio. Estaba en quinto de Primaria y tenía diez años. Cuando su madre le preguntaba por qué la mochila estaba tan llena, no atinaba a dar una respuesta convincente. Por las noches, cuando conseguía conciliar el sueño, gritaba dormida: «¡Yo no he cogido las canicas!». 

Estas dos extrañas situaciones tenían una conexión espeluznante: la de niños con una infancia destrozada por otros niños. «No puedo dejar los libros en clase porque meten mondas de plátano, restos del sacapuntas…», consiguió confesarle a su madre tras la insistencia de esta.

Lo de las canicas ni siquiera fue ella quién le desveló a su progenitora qué sucedía. Fue la directora del colegio la que le informó de que «algunos niños habían confesado que le escondían las canicas en la mochila para después acusarle de robarlas», según relata a este diario una madre que se confiesa «desesperada» y que ha contactado con la Asociación Palentina de Apoyo a Víctimas del Acoso. (Asociación Pavia). Esta entidad le asesora desde el pasado año y ha «recabado actas y testimonios» que constatan que Paula es una víctima de acoso escolar. Tanto es así, que la Inspección Educativa expulsó el pasado enero durante 15 días a dos niños por bajarle los pantalones en el recreo. 

Paula no se llama Paula, pero si se diera a conocer su identidad su situación podría empeorar. La pequeña va a clase en un colegio de Castilla y León con una veintena de alumnos. Ninguno le tiende la mano. Al contrario. «Ambas tienen tanto miedo a represalias que prefieren ver si va pasando», explica Ana, trabajadora social de la Asociación Pavia. 

La propia madre indica que ya no sabe cómo actuar para que su hija vuelva a ser como aquella niña que hace dos años dormía del tirón y no temía ir al colegio. Difícil cuando el acoso sigue en la calle, e incluso delante de ella. «Sólo quiero que la dejen en paz. A ver si este curso está todo más tranquilo, pero no lo parece. Ya unos pocos días antes de empezar las clases estábamos en una terraza del pueblo y algunos de estos niños le llamaron ‘rata’, que es así como le llaman en clase. ‘Rata’. Estornuda y le dicen: ‘Rata, ojalá te mueras’». 

Esta madre asegura que el profesorado le ha «ayudado bastante», pero que «hay acosos continuados a los que no llegan». Cita como ejemplo para exponer el día a día de su hija en el centro escolar que «esta semana cuando le pusieron al lado de una niña, esta separó la mesa y muchos niños se empezaron a reír». «Cuando les mira, le dicen de malas que no lo haga; en el comedor le han puesto con los de Infantil [hasta los seis años] para que no haya problemas y en el recreo está con los pequeños porque no se meten con ella», lamenta. Madre e hija acuden a terapia. «Mi hija no tiene habilidades sociales para relacionarse, pero con esto que está sufriendo es mucho peor, le están amargando la infancia». 

En este proceso, en el que ha intervenido la Inspección Educativa y se ha involucrado el personal docente, hay varios momentos que esta madre describe como «horrorosos». Uno en el que se rompió fue al leer la respuesta de su hija a una de las infinitas preguntas que le hacían en un test: «¿Tienes algún amigo?». Su respuesta fue tan breve como cruel: «No». «Con once años no tiene a quién invitar a su cumpleaños, y no solo la desprecian y se burlan, sino que no dejan que nadie juegue con ella y la aíslan».

Cuando el caso se destapó, el centro puso en marcha el protocolo contra el acoso escolar establecido por la Junta de Castilla y León. Parte fundamental de este procedimiento es la comunicación y la entrevista con los compañeros de los niños y con los supuestos acosadores y sus familias, pasos clave para tratar de atajar el problema y dirimir si se está ante un caso de acoso escolar o no. Sin embargo, este proceso no trajo reflexión y paz al ‘Caso Paula’. Según indican tanto la madre como la trabajadora social de la asociación sucedió todo lo contrario. «Los padres justificaban a sus hijos, negaban todo y decían que mi hija lloraba en clase y no les dejaba atender, que por eso le mandaban callar o no iban con ella», apunta la madre. 

«Si no la quieren de amiga, vale, pero que la dejen tranquila»

Comenta que su hija es «menos madura que otras niñas de su edad, más infantil, y que también es muy ingenua», pero insiste en que en ningún caso ni esta ni otras cuestiones justifican lo que sufre. «Si no la quieren de amiga, vale, pero que la dejen tranquila», reclama sin que nadie parezca querer hacerle caso. «Tengo miedo porque el año que viene pasa al instituto y puede ser peor. Este, por lo menos, tras el protocolo contra el acoso escolar me han dicho que a la mínima que vean actuarán. Lo malo es que las cosas pequeñas no las ven y ella las padece». 

Ante los desprecios diarios, la trabajadora social de Pavia indica que «lo peor es que se interiorice que sólo cuentan los hostigamientos físicos, y todo lo que recibe que no es físico se quede en un segundo plano, cuando el aislamiento y las vejaciones también dejan secuelas graves».

Los casos de acoso escolar de Castilla y León de los dos últimos cursos aún no están publicados porque el Observatorio de la Convivencia Escolar debe reunirse para recopilar la información. En su última memoria, correspondiente al curso 2019-2020, cuando irrumpió la pandemia, sus datos revelaban que el 2,33% del alumnado estaba implicado en las incidencias relativas al acoso. También que se confirmaron 40 casos de ciberacoso por parte de la Consejería. El perfil en los acosos cara a cara era mayoritariamente masculino, seis acosadores por cuatro acosadoras. Sin embargo, cuando esto se trasladaba a las redes la proporción de las chicas agresoras subió hasta el 50-50.

Sara recibía cartas con el dibujo del ahorcado

En otra provincia de Castilla y  León, Sara padece su propio calvario por culpa de un puñado de niños. Tiene 13 años y le pregunta a sus padres: «¿Por qué sólo me han castigado a mí? ¿Por qué lo he pagado yo y me he tenido que ir del colegio?». Está en terapia psiquiátrica como resultado de un acoso escolar prolongado. Insultos, vejaciones y coacciones hasta un extremo que pone al límite a una niña con una tortura que pocos adultos podrían soportar. 

Tras años de miedo, un protocolo abierto por la inspección y una denuncia ante la Policía que quedó en «poco más que un toque de atención» por la temprana edad de los agresores, sus padres decidieron sacarla del centro ya empezado el curso pasado. «Le está costando mucho». Le cambiaron cuando descubrieron que, además de los desprecios, cuatro alumnos también la extorsionaban para que les diera dinero bajo amenaza: «Si no, ya sabes lo que te espera».

Y vaya si lo sabía. Llevaba varios cursos soportándolo. Al principio en casa contaba sólo cosas sueltas, después se explayó más, pero, más tarde, cuando la situación empeoró, se cerró en banda. «Nos resistimos a cambiarla porque ella no quería. Tenía una amiguita con la que también se metían y eran ellas solas frente a un montón, pero llegó un punto que era insostenible», comenta una afligida madre que ve cómo su hija se está consumiendo. «Dejó de comer, de dormir, no nos decía nada y sólo lloraba». En una ocasión intentó quitarse la vida. 

Rebobinando al principio de todo, su progenitora expone que «ya en preescolar la aislaban». Pero incide en que «el acoso-acoso empezó en tercero y cuarto de Primaria» (8 y 9 años). «Recibía cartas con el dibujo del ahorcado. Al principio lo ocultaba, cuando llevaba varias recibidas, ella se hacía más chiquitita y terminó contándomelo. En el segundo trimestre, una alumna le obligó a llevarle la mochila todos los días. Yo le decía que se lo contara a la profe, que no era normal, y me hacía caso, pero no se arreglaba nada. Le pegaban en las espinillas, la rodeaban entre varios  y le decían ‘tonta, te meto una hostia que te rompo las gafas’».

En este momento del relato, la madre de Sara –que, como Paula, tampoco se llama Sara– se lamenta porque nadie las escuchara a tiempo: «Si lo hubieran parado al principio, lo cortan de raíz y no llega a esto».

En Sexto, hace dos cursos, «le tiraban jabón por las escaleras para que se cayera y en el descansillo de abajo la esperaban varios chavales para reírse». Ese curso presencial se interrumpió por el confinamiento obligado debido a la pandemia y lo que la mayor parte de la sociedad sufrió, Sara lo vivió aliviada por los meses en los que no tuvo que enfrentarse a sus agresores y acosadores cara a cara. Como tampoco dispone de perfiles en redes sociales ni móvil tuvo un respiro. 

Le obligaban a dejarles dinero en la papelera del patio

Pero hace un año llegó Primero de E.S.O. y todo cambió. A peor. «Sólo lloraba y dejó de contarnos las cosas. Adelgazó demasiado, se mordía los dedos, no conseguía dormir… Sabíamos que las cosas se habrían puesto muy mal, pero no conseguíamos saber cómo de mal».

Hasta que un día su madre cogió la hucha en la que tenían el dinero de las propinas de toda la familia para comprarle un móvil y no había rastro del dinero que debía estar allí. «Se derrumbó y nos contó que le obligaban a llevarlo de poco en poco y le decían cómo tenía que dejarlo en el patio ¡Son como una mafia! Le robaron 600 euros. Le decían con notas que tenía que ponerlo en una papelera envuelto con Albal».

Cuando le preguntaron a Sara cómo es que lo daba, respondió: «Me daba miedo lo que me pudieran hacer». 
Los padres lo denunciaron en comisaría. «Eran menores de 14 años, no les pasó nada. La investigación de Educación terminó reconociendo que la habían acosado en Sexto y Primero. Y recomendaron que uno de los acosadores saliera del colegio, pero se fue antes mi hija».

La pequeña acude a terapia, está  en la Unidad de Trastornos Alimentarios y recibe ayuda de la Asociación Salmantina Contra el Bullying y el Cyberbullying que, sin embargo, es de ámbito nacional y atiende casos de toda Castilla y León y del resto del país. «Ayudan a mi hija porque necesita mucha ayuda. Sólo puedo dar mil gracias porque el resto, nada de nada». 

Esta asociación surgió de la experiencia de tres familias que tuvieron que lidiar con «esta lacra». «Nos fallaron todos los estamentos», explica Carmen Guillén, a los mandos de esta entidad a la que recurrieron los padres de Sara. 
Guillén es, además, perito judicial experta en acoso, bullying y ciberacoso, y cuenta que cuando alguien cruza la puerta o levanta el teléfono de la asociación «llega destrozado». «La familia y el niño. Esto afecta a todo el entorno familiar. Se dan casos en los que los padres se han llegado a divorciar o a irse de la provincia. Tiene consecuencias brutales para cualquier familia».

Guillén lanza un mensaje a quienes padecen esta tortura: que lo hablen y pidan ayuda. Y a los padres, «que observen y escuchen». «Hay estadísticas que dicen que pasan hasta 13 meses en los que no cuentan nada y muchas veces los padres son los últimos en enterarse». 

Pero eso son las cifras, la realidad se ha revelado aún peor. «Hay gente que se acerca ya de adulta y nos dice que no lo había contado nunca y que todavía les afecta. Otros lo identifican ahora que se habla más de ello porque antes estaba más extendido eso de ‘son cosas de críos’; pero cuando uno ya no se ríe esto ya no es una broma», afirma Carmen Guillén. 

Qué es y qué no es acoso

Sobre la incidencia de estos casos, la experiencia de esta asociación es negativa: «Estamos notando un aumento de intentos de autolisis y conductas suicidas, también más autolesiones, cortes, en adolescentes». Pero no solo. «Afecta de muchas maneras, con la alteración de la comida, del sueño, con depresión, ansiedad, soledad, estrés postraumático…»
¿Qué hacer? «Ante todo escucha a tus hijos sin prejuzgarlos, sin condenar todavía a nadie, sin quitarle importancia, que quede patente el apoyo, darle la ayuda médica o psicológica que necesite», indica Guillén. «Hay que solicitar la apertura de un protocolo de acoso escolar; si hay lesiones que la policía lo verifique. Hacerle ver a tu hijo que de esto se puede salir y que no está solo. Que se aprende a vivir con ello», agrega.

«La clave está en cómo afrontas tu vida a partir de ahora porque los demonios vuelven y lo recuerdas, pero cómo te afecta eso es lo que puede cambiar. Saber cómo vivir con ello sin que tu vida siga siendo machacada», señala.
Respecto a los agresores, desde esta entidad contra el bullying apuntan que «muchas veces también necesitan ayuda». «Hay que averiguar por qué están causando ese daño. Y si a un padre le dicen que su hijo es acosador también tiene que escuchar y hacerle ver su rechazo a esas actitudes si se dan». 

Por ello, incide en lo fundamental de que la familia de los acusados también sea informada y que los centros educativos lleguen hasta el final para dirimir si se produce acoso o no. «Hay que verificar si esto es así, y si es así, tomar medidas, y si no, te deberán pedir disculpas. También hay que saber distinguirlo. Que no te inviten de repente a un cumpleaños no es acoso, es que las amistades cambian. Y si acusan a tu hijo y no es culpable tendrán que disculparse, pero en cualquier caso hay que investigar qué sucede. No se pueden normalizar ciertas actitudes». 

Para quienes se preguntan qué es y qué no acoso escolar, Guillén aporta alguna clave, aunque se trata de un asunto complejo: «Tiene que llevar reiteración en el tiempo, implica acoso repetitivo, intención de hacer daño, desequilibrio de fuerza y tiene que haber indefensión».

En estos trazos se refleja la realidad de las pequeñas Paula y Sara. No se conocen de nada, pero comparten más de lo que les gustaría. La madre de Paula trata, sin mucho acierto, de arrancarle algún gesto feliz. «Le propongo hacernos un selfie y ella aprieta los labios, lo intenta, pero ya no sabe sonreír. No le sale». 

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