Un atentado suicida mata a una treintena de estudiantes en una academia de Kabul.

, | 30 septiembre, 2022

La Vanguardia.- La mayoría de las víctimas son candidatas a la universidad de la minoría hazara, de confesión chií.

En el Afganistán de los talibanes también hay chicas que preparan los exámenes de selectividad y fuerzas mucho más oscuras empeñadas en impedírselo. Este viernes por la mañana, un atentado suicida en una academia de un barrio chií de Kabul ha provocado treinta y tres muertos y docenas de heridos, según fuentes del Emirato Islámico.

Poco antes, un hospital había dado la cifra de veintitrés fallecidos, mientras que el primer parte policial hablaba de al menos diecinueve muertos y veintisiete heridos. Se trata de víctimas de ambos sexos, en su mayoría de mujeres, con una edad media de dieciocho o diecinueve años.

Todos ellos estaban realizando un examen en la Academia Kaaj cuando un terrorista suicida, de filiación aún no reivindicada pero probablemente del autodenominado Estado Islámico, hizo estallar la carga explosiva que llevaba. «Éramos unos trescientos. Cuando oímos disparos, todo el mundo salió corriendo en distintas direcciones. Luego hubo una enorme explosión dentro del edificio», explica Shafi, un estudiante que ha salido ileso.

Preparación de la selectividad


El terrorista suicida sorprendió a los estudiantes mientras se examinaban


Un vecino de Dasht-e-Barchi, un sufrido barrio del oeste de la capital de mayoría hazara, dijo haber retirado, junto a otros, «unos quince heridos y nueve cadáveres». «Aunque había más», ha precisado Ghulm Sadiq, «bajo las mesas y las sillas del aula».

La academia siniestrada, de preparación para el acceso a la universidad, abrió a las 6.30 para un simulacro de examen. Excepcionalmente, porque los viernes los colegios suelen estar cerrados en Afganistán. Los talibanes ya han condenado el atentado contra un objetivo civil, que según ellos «da prueba de la crueldad e inmoralidad del enemigo».

El oscuro Estado Islámico en Jorasán, formado en gran medida por mercenarios uzbekos y de otras nacionalidades, está detrás de varios de los atentados más sangrientos y particularmente desalmados de los últimos años en Afganistán, tanto antes como después de la caída de Kabul. El año pasado, en el mismo barrio, mataron a veinticuatro estudiantes en octubre, y a más de ochenta alumnas, en mayo.

Además de escuelas, centros de culto y hasta maternidades han sido objetivo de este grupo de obediencia desconocida. Hoy mismo, las fuerzas talibanes han mandado a casa a muchos de los familiares que se arremolinaban en uno de los hospitales, por temor a un segundo atentado. «En este hospital tampoco está», explica a la salida, llorosa, la hermana de una presunta víctima. «La llamamos al móvil y no responde».

Los hazaras, que se contaban entre los más furibundos enemigos de la insurgencia talibán, junto a los tayikos, están ahora condenados a su protección -tal como se vio durante el último Muharram- ante un enemigo mucho más sectario y totalmente incapaz de desafiar al restaurado Emirato Islámico en el campo de batalla, pero que se contenta con despanzurrar civiles para sembrar descontento.

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