En Italia se modificó la ley en octubre, pero no se cumple. En Alemania las penas oscilan entre tres y 10 años. En Inglaterra no se deja viajar a los aficionados con antecedentes penales. En Francia hay una policía que se encarga de los ultras.
DAVID PALOMO. EL MUNDO.- El fenómeno ultra y su problemática no se circunscribe sólo a España. Alemania, Inglaterra, Italia y Francia también tienen su pasado oscuro y sus leyes para combatirlo. Las legislaciones entre unos y otros países no distan mucho, sin embargo, sí lo hace el comportamiento de las aficiones y, sobre todo, el cumplimiento de esas normas por parte de los estamentos futbolísticos.
Inglaterra, pionera
En Inglaterra la necesidad de modificar las leyes y regular el fenómeno Hooligan surge como reacción a tres incidentes. El primero de ellos en 1985, en el estadio del Bradford City -Valley Parade-, donde murieron 56 personas a raíz del incendio de una tribuna. Ese mismo año, en la final de la Liga de Campeones en Heysel entre Juventus y Liverpool fallecieron 32 italianos, cuatro belgas, dos franceses y un británico, dejando 600 heridos de toda índole. Con la correspondiente sanción por parte de la UEFA, que no permitió a los clubes ingleses disputar competiciones europeas en las consiguientes cinco temporadas. Y la tercera fue la tragedia de Hillsborough, en la que 96 personas perdieron la vida en 1989 aplastadas contra las vallas del estadio en un avalancha.
Los hechos acaecidos hasta ese momento llevaron al Gobierno de Margaret Tatcher a encargar el llamado Informe Taylor, que se ocupó de modernizar los estadios y perseguir a los violentos. Se obligó a los clubes a eliminar las gradas de pie y las vallas de seguridad alambradas, la prohibición de vender bebidas alcohólicas, la mejora de los accesos, la venta de abonos y la instalación de cámaras. Esa fue la base sobre la que se redactaron otras leyes para evitar comportamientos inadecuados, como la Football Offences Act. de 1991, que tipificaba como delito lanzar petardos y otros objetos, saltar al terreno de juego o proferir cantos racistas.
En la actual Premier League, se siguen infiltrando agentes entre los hooligans para conocer cómo operan y se les prohíbe la entrada a eventos deportivos a todos aquellos con antecedentes penales, así como no salir del país a encuentros internacionales sin antes entregar el pasaporte a las autoridades. Eso fuera de los estadios, dentro, se les vigila mediante un circuito cerrado de cámaras que permite identificarlos rápidamente. Entre las conductas que se consideran delitos: entrar borracho al estadio o con alcohol, revender entradas, mantener un comportamiento racista, permanecer de pie en el área de asientos, fumar y saltar a la zona reservada para la afición contraria -previamente acotada-, etc.
Para no pasar por alto estas conductas, la legislación establece penas de entre tres y diez años -dependiendo de la graveda- para los violentos y la prohibición de entrar en los estadios. ¿Son efectivas estas condenas? En principio, nada invita a pensar lo contrario. La Premier League es actualmente una de las competiciones en las que menos altercados se producen. Eso sí, no todo se cumple. Sólo hace falta encender la televisión para corroborar la existencia de aficionados borrachos en las gradas.
Alemania, ejemplar
Hay una máxima compartida entre los extranjeros que viven en el país: los alemanes cumplen las reglas en casi todos los casos, aunque no se planteen cederle el asiento a una persona mayor por voluntad propia; es decir, acatan las leyes, pero no van más allá. Y en ese sentido, en la Bundesliga hace tiempo que no hay problemas considerados graves con los hooligans dentro de los estadios porque se cumplen las normas. La legislación establece penas de entre tres y 10 años para los que incumplan las normas, así como multas económicas a los clubes. Se prohíbe entrar con barras, bengalas o pirotecnia a los estadios, saltar al campo de forma injustificada, portar banderas o símbolos no relacionados con el fútbol, exhibir proclamas racistas u homófonas… Y se vigilia al fan mediante un circuito cerrado de cámaras.
En base a esas prohibiciones, se premia al aficionado con dos concesiones. La primera de ellas, el compromiso verbal entre las entidades y la Federación por mantener los precios de las entradas bajos para que los clubes no tengan que plegarse ante los ultras para completar el aforo. Y en segundo lugar, no eliminar las gradas de pie. No en todos los campos, pero hay en muchos en los que siguen formando parte del paisaje y del espectáculo. En el Allianz Arena, como ejemplo más representativo, en el fondo dedicado a los seguidores más fieles no hay asientos.
Para perseguir a los ultras conflictivos, desde 1992, se creó un Centro de Información Deportiva que registra a los violentos y no les permite entrar en los estadios hasta que cumplan su condena -la anteriormente citada de tres a 10 años-. Y se clasifica a los aficionados en base a tres categorías que oscilan entre los más peligrosos y los que van a ver el fútbol sin causar problemas.
Con estas medidas se ha mitigado el fenómeno, pero no se ha acabado completamente con él. En los últimos meses, el grupo hooligans contra salafistas ha tomado las calles en Colonia y Hannover, aunque la justicia ha podido evitar algunas manifestaciones alegando que son violentas. Para evitarlo, el Gobierno está pensando en endurecer las leyes, pero desde la Federación no creen que estos grupos tengan que ver con el fútbol: «Era una manifestación de signo político y violento, que ha adoptado como enemigo común el Estado Islámico», afirmó el secretario ejecutivo, Andreas Rettig.
Italia, leyes incumplidas
Italia modificó su reglamento en octubre de este mismo año con el conocido como Decreto de los estadios, puesto en marcha a raíz de los incidentes ocurridos en la última final de la Coppa, en la que murió un seguidor del Nápoles. La nueva normativa pretende garantizar la seguridad tanto dentro como fuera de los campos y endurece la conocida como DASPO, la prohibición de acceso a los eventos deportivos a los aficionados que hayan sido considerados violentos. En virtud a esto, las penas oscilan entre tres y ocho años, dependiendo de si el sujeto es reincidente o no, con la obligación de la persona de presentarse en comisaria durante las horas previas y durante el encuentro, así como -en los casos más graves- ser sometidos a un estricto protocolo de vigilancia destinado a mafiosos y terroristas.
El decreto prohíbe las bengalas y clasifica como violencia los enfrentamientos físicos, las manifestaciones que atenten contra el orden público y la exhibición de banderas, pancartas o proclamas políticas que no tengan que ver con el deporte. Y para su cumplimiento, obliga a los clubes a pagar del 1% al 3% de sus ingresos en taquilla para sufragar los gastos derivados del empleo de agentes extraordinarios y policías que deben acompañar a los Tifosi.
El problema es que el decreto no se cumple: «La negociaciones entre los grupos de radicales y la policía son habituales. De hecho, mucha gente afirma que ‘Genny el carroñero’, el ultra que la lío en la final de la Coppa la pasada temporada, va al estadio del Nápoles sin ningún problema a pesar de que está en la lista de la DASPO. Y lo mismo ocurre con los petardos y botes de humo. Están prohibidos, pero los introducen con facilidad en los estadios», explica Mario Gago, colaborador de Onda cero en Italia. En la Serie A, los Tifosi forman parte de la estructura de los clubes, tienen acceso a los jugadores y hablan con los presidentes. Su influencia es total y la permisividad con que se les trata, delirante.
Francia, prevención
La Ligue 1 planifica a principios de temporada y fija cuáles son los partidos considerados de alto riesgo y, en función de eso, organiza los dispositivos especiales junto con las autoridades encargadas de la movilidad de agentes y seguridad. En ese sentido, como en Inglaterra, Italia y Alemania, no se permite la entrada de banderas ni proclamas que no tengan que ver con el fútbol, ni bengalas y se puede llegar a impedir el viaje de la afición rival en un partido catalogado de riesgo. Para organizarlo todo, se ha creado una policía especial que persigue a los hooligans y los sanciona.
En uno de esos choques de máxima rivalidad, el que enfrenta a París Saint-Germain y Olympique de Marsella, en 2010 murió un aficionado tras una pelea. Y el mes pasado, en el choque entre Niza y Bastia se produjo un enfrentamiento entre ambas aficiones.