FRANCIS MÁRMOL. EL MUNDO.- Fue una heroína anónima dentro y fuera de Auschwitz. Violeta Friedman nació en 1930 y murió hace catorce años en Madrid lo que no ha evitado que el Ayuntamiento de Torremolinos con ganas de hacer justicia a su historia personal le haya dedicado una calle en esa zona de expansión donde se recuerdan en otros letreros de calles a visitantes ilustres como John Lennon o Ava Gadner.
Ayer mismo con motivo del 76 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, el primer gran aldabonazo antisemita de los nazis, su nombre se enseñoreó por primera vez en el callejero de la ciudad donde su hija le sacó hace años al alcalde, Pedro Fernández Montes (PP), la promesa de un recuerdo.
Y es que su historia no es una más de las que sobrevivió a aquella fábrica del horror situada a 43 kilómetros de Cracovia (Polonia) sino la de una mujer que llevó la memoria de aquel genocidio como un mensaje que no debía olvidarse, para por supuesto, nunca repetirse. De hecho nadie la recordaría especialmente tantísimo tiempo después si no fuera por haber ejercido de altavoz del Holocausto incluso ante los tribunales en alegato de uno de los episodios más negros de la historia de la humanidad; el del sacrificio planificado y metódico de seis millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial.
En este sentido, Violeta Friedman no sólo fue la joven que con catorce años llegó en mayo de 1944 a la fábrica del horror del Doctor Mengele y Enrich Himmler, de donde salió con no más de 35 kilos en enero de 1945 cuando la liberaron tropas rusas. No fue sólo la testigo de aquel campo de concentración de trabajos forzados que recibía a sus visitantes bajo el lema de’ El trabajo os hará libres’ en la que constató que poco trabajo le dejaron hacer a su familia cuando gasearon a sus padres, abuelos y bisabuela al poco de llegar. No fue sólo una superviviente a la tarea de cavar zanjas cuando ya su cuerpo no podía ni levantar una azada y el frío acababa con los más fuertes. Fue más que eso.
En los tribunales
Tras escapar de aquella pesadilla, con su familia destrozada para siempre, vivió en Canadá y Venezuela para luego sentar su residencia en Madrid en 1965. Entonces descubriría que el país que había elegido como residencia era encubridor de ex nazis como Leon Degrelle, oficial de la Waffen SS al que condecoró y halagó Hitler. Con este mismo nazi belga se enfrentó en los tribunales desde 1985 por unas declaraciones a la revista Tiempo en las que negaba el Holocausto. Las instancias judiciales inferiores al Tribunal Constitucional no dieron la razón a Friedman si bien la más alta instancia falló a su favor en 1991 al encontrarla lesionada en el honor tras haber sido testigo directo del exterminio judío.
La sentencia no sólo sentó doctrina sino que fue precedente para recoger este tipo de lesiones al honor en el Código Penal Español. Algo demasiado valioso que llega hasta nuestros días. Ayer se producía en Torremolinos, 76 años después de que desatara la persecución de su pueblo otra pequeña revancha pacífica a su favor. Paradójicamente en el mismo pueblo que escondió al prófugo, Leon Degrelle, que llegó a vivir cómodamente por la Costa del Sol con el nombre español de José León Ramírez, se entregaba ahora una calle a la memoria de su contricante, ya eterna.
Su hija, Patricia Weis, residente en este municipio agradeció el gesto en una jornada tan simbólica para la historia universal. «Porque ella ha sido icono contra los que niegan el Holocausto y esta calle con su nombre reconoce su lucha y se convierte en referente para todos los que sufrieron la barbarie nazi», terminó entre representantes de la comunidad sionista del municipio y del país.