Público.- Una de cada tres europeas ha sufrido algún tipo de violencia de género en su vida. Seis Estados miembros continúan sin ratificar la Convención de Estambul. Son las cifras detrás de una lacra que ha empeorado durante la pandemia de la covid
Sedante con inyecciones en la espalda que hacen perder la conciencia. Estupefacientes en las bebidas. Desde Londres a Bruselas pasando por París o Madrid, las conocidas como «drogas de la violación» se están disparando. En los últimos dos meses, la Policía británica ha reportado más de 200 casos de mujeres a las que se les había drogado en zonas de ocio sin darse cuenta.
«Estaba con mis amigas en la puerta de una discoteca. Había buen ambiente. Un chico me invitó a un chupito. Hablamos y bailamos. Diez minutos después de bebérmelo no recuerdo absolutamente nada», cuenta una chica belga en el portal Balance Ton Bar (Denuncia a Tu Bar). Esta iniciativa feminista ha sacado a las calles a centenares de jóvenes belgas, que han lanzado una campaña de boicot a bares y discotecas tras el fuerte repunte de las agresiones sexuales en locales de ocio de Bruselas y Gante.
La lacra de las violaciones a mujeres suma en este contexto el agregado de culpabilizar a las víctimas. Por qué te lo bebiste. Qué llevabas puesto. Ibas borracha. Este hartazgo ha provocado un grito desesperado de miles de jóvenes europeas.
Coincidiendo con el 25 de noviembre, el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, el grupo de la Izquierda Europea en la Eurocámara ha remitido una carta al Gobierno belga que lidera Alexander de Croo pidiéndole que tome acciones contundentes contra los agresores ante un «clima de tolerancia e impunidad». «Sabemos que no son casos aislados y que es un patrón que se repite desde hace años», reza la misiva a la que ha tenido acceso Público.
Algunas de las peticiones de los firmantes, entre los que se encuentran los españoles Miguel Urbán y María Eugenia Rodríguez Palop, son el cierre inmediato de los bares donde se han producido las agresiones hasta que no se investigue lo ocurrido o medidas de prevención que pongan fin a esta «cultura de la violación» y refuercen los compromisos del Convenio de Estambul.
La efeméride del 25N cumple su 28 cumpleaños en un momento de regresión en la UE por políticas de Gobiernos ultraconservadores en Hungría, Polonia o Eslovenia. Además, la situación ha empeorado con la pandemia de la covid-19. En 1993, la ONU fijó esta jornada mundial definiendo la violencia de género como «todo acto de violencia que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o sicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada».
En la UE, una de cada tres mujeres en la ha sufrido algún abuso físico o sexual a lo largo de su vida. Una de cada dos ha padecido acoso. Una de cada diez ha sido víctima de una violación.
Tras las agresiones se encuentra el negacionismo. Uno de cada cinco europeos culpabiliza y responsabiliza a las víctimas. Y el 27% cree que el sexo sin consentimiento puede estar justificado en ciertas ocasiones.
En la mayoría de países europeos, mantener relaciones sexuales sin obtener un ‘sí’ no se considera por ley una violación de forma automática. La mayoría exige otras evidencias como la violencia física. «Hay que dejarlo claro: el sexo sin consentimiento es una violación. Y la violación es un delito y es un trauma», ha señalado recientemente la comisaria de Valores y Transparencia, Vera Jourová, en la exposición ‘¿Qué llevabas puesto ese día?’
«Recuerdo perfectamente qué vestía cuando un hombre borracho me asaltó en una fiesta. No recuerdo demasiado al agresor, pero sí mantengo en mi mente a la gente que miraba alrededor esperando a ver qué iba a pasar. Con indiferencia. Mi mensaje es: no miremos, actuemos», narra la política checa.
Su historia es un espejo de que esta injusticia social no entiende de espacios, nacionalidades o clase. «La violencia contra las mujeres puede ocurrir en cualquier lado. No hay un lugar seguro. Las mujeres continúan siendo la diana en sus casas, lugares de trabajo, universidades o la calle y, cada vez, en el mundo online», advierte Jourová.
La otra pandemia
Los confinamientos y las limitaciones sociales han provocado que los hogares se conviertan en una cárcel para muchas mujeres maltratadas. La ONU se refiere a la violencia de género durante la crisis sanitaria como la «pandemia en la sombra». Las medidas para frenar al coronavirus han hecho la violencia contra las mujeres más invisible y difícil de detectar. En algunos países como Francia o Alemania las denuncias aumentaron durante los periodos de cuarentena y confinamiento.
En España, hubo un aumento del 286% en los contactos de auxilio a través de correo electrónico en comparación con el año anterior y en Dinamarca, las llamadas para pedir un alojamiento de emergencia casi se duplicaron en la semana posterior a que se decretase el confinamiento.
Las tendencias apuntan a una reducción del uso de las líneas telefónicas de ayuda, posiblemente como consecuencia de las dificultades de hablar por teléfono mientras se está encerrado con el maltratador. Pero con la agresión ha llegado la reacción. Durante los últimos años han nacido alternativas para pedir ayuda de forma disimulada como «preguntar por Ángela» en Bélgica o pedir una pizza margaritta en Italia.
Bofetada al Convenio de Estambul
2021 llega no solo sin avances en el Convenio de Estambul, sino también con retrocesos. El primer tratado internacional jurídicamente vinculante para luchar contra la violencia hacia las mujeres continúa sin ratificación en seis Estados miembros (Bulgaria, Chequia, Eslovaquia, Letonia, Lituania y Hungría). El Gobierno polaco liderado por el ultraconservador Partido Ley y Justicia (PiS) –aliado de Vox en el Parlamento Europeo– va más lejos y quiere sacar al país alegando que está «politizado por la izquierda».
«La retirada es una amenaza para avanzar en la lucha contra la violencia de género. Este convenio armoniza el marco regulador para prevenirla, para proteger a las víctimas y para que los agresores rindan cuentas», aseguran a Público desde el Instituto Europeo para la Igualdad de Género (EIGE).
La cruzada del Gobierno de Varsovia no frena ahí. Hace unos días se cumplía el primer año de la entrada en vigor de la ley que prohíbe ‘de facto’ abortar a las mujeres. Ya se ha cobrado su primera víctima mortal, una joven de 30 años. Otros países como Eslovaquia debaten emularla y en países como Malta la interrupción del embarazo es ilegal.
Las leyes por la igualdad son muy dispares en la UE. Mientras países como España se encuentran a la vanguardia del bloque comunitario con medidas pioneras, en la mayoría de países vecinos el tema de la violencia de género continúa siendo un ‘tabú’ que se camufla con la «violencia doméstica». «Hay muchas diferencias entre los países de la UE, pero las cifras siguen siendo muy impactantes», afirma Carlien Scheele, directora del EIGE.
Conciencia y actuación en las instituciones europeas
En la cara amable de esta lacra se encuentra una mayor concienciación social que poco a poco va poniendo voz a la cultura del silencio. El nacimiento de la corriente global el Me Too arropó a muchas víctimas que dejaron de sentirse solas. En la Eurocámara, de forma casi espontánea nació el movimiento Me Too European Parliament, en el que un grupo de chicas compartieron sus experiencias de acoso en los pasillos de la cámara. Los abusos estaban «bastante generalizados». «Dentro del Parlamento se lucha mucho contra la violencia y el acoso, pero nunca habíamos mirado lo que pasa aquí dentro», explica a este periódico Blanca Gatell, una de sus integrantes.
Cuatro años después de su nacimiento, esta ola que ha ayudado a denunciar situaciones como acosos en ascensores o viajes de misión por parte de eurodiputados o del staff está cerca de conseguir que los cursos de formación contra el acoso sexual sean obligatorio para todo el personal de la Eurocámara. Gatell relata que en un mundo tan politizado y tan dependiente del superior no es fácil «contar estas cosas». Los eurodiputados no necesitan dar explicaciones para despedir a uno de sus asistentes. Vale con alegar «falta de confianza», lo que genera más vulnerabilidad para las víctimas.
En la otra institución hermana, la Comisión Europea, los avances también siguen su curso. A ritmo lento, eso sí, como todo lo que se cocina en el Berlaymont. El equipo que lidera Ursula von der Leyen prepara ya la primera directiva sobre violencia de género en base a la triple P: prevención, persecución y protección.