Un libro analiza los meses más críticos de la Transición, que estallaron en el golpe de Estado
LAURA L. CARO. ABC.– La voladura calculada de la memoria, esa que hoy permite que el Gobierno de Pedro Sánchez se entienda de tú a tú con lo que queda de ETA ante la indiferencia generalizada -cuando no abiertas complicidades-, hace doblemente imprescindible «1980. El terrorismo contra la Transición» (Editorial Tecnos), un título que documenta hasta qué punto la industria de la violencia política estuvo cerca de hacer naufragar la España constitucional.
«Fue el peor año para la democracia, estuvo al borde del abismo literalmente. Toda la tensión estalló en febrero del 81», resume en referencia al golpe de Estado Gaizka Fernández, coordinador junto a María Jiménez de este libro que ha tenido el apoyo del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. En él, una quincena de firmas, la mitad mujeres, abordan desde ópticas inéditas ese periodo despiadado en el que la realidad se saldaba con un muerto cada 2,7 días.
No solo la saña del nacionalismo asesino etarra, sino la embestida de bandas de extrema izquierda que ansiaban una revolución, de las de ultra derecha o parapoliciales que buscaban una involución, incluso el terrorismo internacional, sacudieron aquella España inmersa en una «crisis brutal» -paro, delincuencia, drogas, Adolfo Suárez en entredicho- que parecía descomponerse entre el silencio y el encogimiento social. No hubo una Transición idílica.
Por eso, la disección de este año insoportable no es solo la de los doce meses en los que el terror hizo correr más sangre que nunca hasta el 11-M (395 atentados, 132 víctimas mortales, 100 heridos y 20 secuestros registrados) sino la de un intervalo sobrecogedor por la cantidad de claves y anticipaciones que acumula. No sólo los uniformados eran el objetivo. La violencia también masacró estructuras sociales y políticas en un afán por limpiar el País Vasco de constitucionalismo cuyas consecuencias llegan hasta hoy.
«Había dos enemigos de la democracia creciendo: el terror y el golpismo, el primero empujó al segundo. En ese momento de la Transición se anticipa ya que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado van a estar superadas y sin medios para acabar con el terrorismo; las víctimas abandonadas, lastradas por la connotación franquista del «algo habrán hecho»… la legislación que les reconoce no llega hasta 2008. Socialmente, desde luego se miró para otro lado, Francia no colaboraba, los crímenes no se investigaban… están muchos sin resolver», enumera el coordinador.
Uno de ellos es el de José Ignacio Ustarán, que se había presentado a las elecciones generales de 1979 en Álava por el partido del Gobierno, la UCD, que quedó como primera fuerza (25,4%), al igual que en 1977 (30,82% de los votos). ETA le torturó y asesinó a tiros un 29 de septiembre, cumpliéndose ahora cuatro décadas. El libro repasa el año de esa ejecución e incide en lo eficaz de ir de lo particular a lo general, en que la comprensión de la historia de una pérdida ayuda a aproximarse a la dimensión cósmica de la tragedia colectiva. «1980» está recorrido por la devastación de víctimas con nombres y apellidos.
Otegui debe saberlo
Y el asesinato de Ustarán condensa mucho de lo que hay que saber sobre ese tiempo de terror. Su familia, que estaba junto a él cuando tres pistoleros irrumpieron en su casa de Vitoria y se lo llevaron encañonado, sigue sin que la justicia haya despejado quién fue el autor. Vieron la cara a los delincuentes, nadie les llamó nunca para una rueda de reconocimiento, y la investigación se archivó en 1983.
ETApm reivindicó el crimen y la viuda de Ustarán -que era concejal, y trató en vano de que se la llevaran a ella en la creencia de que como mujer no la matarían- entiende que Arnaldo Otegui, que entonces militaba en la banda, debe saberlo todo. Nada se ha hecho por averiguarlo.«Fueron minando la moral de la gente, el temor era tremendo… nadie quería presentarse»
La recuperación del sumario hace año y medio -narra su hijo José Ignacio- revela la pobreza de las pesquisas que se realizaron. «Que fueron años complicados, sí… pero no hay excusa», lamenta. En el entierro oyó insultos a su padre. En quince días a él y sus hermanas ya les habían sacado de allí, a Sevilla, donde se fueron a vivir para no volver más. «Pasamos de la oscuridad a luz», resume. El exilio que marcó una era.
Al margen, con la liquidación de Ustarán, el terrorismo firmaba el sexto ataque desde 1977 contra militantes y simpatizantes de la UCD, un peldaño más en la campaña de erosión que terminaría expulsando prácticamente a las opciones de centro derecha no nacionalista del País Vasco y, a la postre, desfigurando la representación política de todas ellas para siempre.
La UCD hegemónica en Álava tuvo tantas dificultades para configurar unas listas en 1982 que hubo de confluir con AP. «Fueron minando la moral de la gente, el temor era tremendo… nadie quería presentarse», rememora el hijo. A la sinrazón de este crimen se atribuye la fractura de ETApm con ETAm, que acabaría disolviéndose en 1982.