JUAN JOSÉ DALTON. EL PAÍS.- El hijo de Anita Zelaya partió para Estados Unidos el 2 de mayo de 2002. Tenía la esperanza de lograr un trabajo para ayudar a su familia para salir de la pobreza, gracias a las remesas que enviaría. Anita sabe que atravesó Guatemala y llegó a México, y que ahí desapareció… “Nunca más he sabido de él… desde entonces lo busco, todos los días; no he descansado por buscarlo”, dice la acongojada madre. Como ella, hay cientos de personas que buscan a sus familiares desaparecidos en el trayecto de lograr el “sueño americano”, que para muchos se ha convertido en una trágica pesadilla.
Rafael Alberto Rolin Zelaya tenía 22 años cuando se marchó de El Salvador. “Se fue como se va la mayoría de nuestros jóvenes y ahora hasta menores de edad, van indocumentados. Comenzó desde entonces una búsqueda por mis propios medios. Como madre, he luchado por saber qué pasó con mi hijo y no me doy por vencida. He acudido a las entidades de Gobierno, al Ministerio de Relaciones Exteriores, a la Policía Internacional (Interpol), a los albergues y a las diversas organizaciones de la sociedad civil que trabajan a favor de los migrantes”, narra Anita, quien ya ha recorrido la ruta del migrante (desde Guatemala y México, hasta la frontera sur de Estados Unidos), escudriñando rincón tras rincón para saber de su hijo.
Anita Zelaya, otrora una humilde ama de casa de una familia pobre, en la actualidad es una activa personalidad social que encabeza el Comité de Familiares de Migrantes Fallecidos y Desaparecidos de El Salvador (Cofamide), fundado en 2006 y que se mantiene con donaciones de organizaciones mexicanas y canadienses. “Tenemos algunos fondos para mantener un local en San Salvador, donde recibimos denuncias de desaparecidos”, explica Zelaya, y agrega que llegaron a tener desde la fundación de la organización “unos 350 casos de desaparecidos. Por nuestro trabajo algunos casos se han resuelto. Algunos, muy pocos, se han localizado vivos; otros, se ha comprobado que fallecieron por las pruebas de ADN”.
“Los hallazgos recientes de cadáveres en fosas comunes en la zona fronteriza de Texas, específicamente en Falfurrias, acarreará visitas a nuestra institución, porque los padres, madres y hermanos de los desaparecidos siempre tienen la esperanza de encontrar a sus parientes. Pero valga decir que las fronteras del sur de México y de Estados Unidos son cementerios de migrantes mexicanos, de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños”, apuntó Anita Zelaya.
“Mi hermano podría estar en una cárcel”
Luis Alberto López es el encargado de búsqueda de Cofamide; es cofundador de la organización con Anita Zelaya. Su hermano Juan Carlos desapareció en 2001, cuando tenía 24 años. “Llevo 13 años buscando a mi hermano. La última vez que supimos de él fue cuando el coyote –se le dice así a los traficantes de migrantes— nos llamó por teléfono para decirnos que ya Juan Carlos estaba con él. Después no tuvimos más noticias”, cuenta López.
Los coyotes cobran en la actualidad entre 5.000 y 7.000 dólares por llevar a un migrante hasta la frontera de Estados Unidos. Los negocios son redondos, dado que cobran la mitad en El Salvador y la otra mitad en territorio estadounidense. Se cree que de El Salvador salen diariamente unos 500 migrantes, la mitad de ellos menores de edad y adolecentes, según datos oficiales de las autoridades locales.
“Tenemos versiones de lo que ocurrió con mi hermano: que se peleó con el coyote y que este lo dejó abandonado. Me dicen también que es probable que en la lancha que abordaron llevara drogas y entonces podría estar preso en alguna cárcel mexicana, pero es difícil localizarlo porque estaba sin documentos”, explica López, que afirma que en 2013 se logró entrar a algunas cárceles de Tapachula y de Oaxaca, gracias al Movimiento de Madres Centroamericanas, que organizaron una caravana para buscar a sus hijos desaparecidos. “En Oaxaca localizamos a varios salvadoreños que no tenían ninguna comunicación con sus familiares”, añadió. Pero de su hermano no se tiene rastro.
En la actualidad Cofamide maneja 244 casos en los que los familiares han hecho la denuncia y se les han tomado muestras de ADN. Esos casos se confrontan con los muertos que van apareciendo o los ya localizados en cementerios clandestinos o cementerios legales donde son sepultados como desconocidos.
López aclara otra realidad a la que se enfrentan los migrantes indocumentados; muchos mueren en el fuego cruzado de la guerra entre los narcos. “Incluso, son sepultados en las ahora llamadas narcofosas, sin que sean narcos… Existen muchos testimonios de migrantes que nos cuentan que en el trayecto se topan con los narcotraficantes, en ocasiones hay choques armados y muertos, entre ellos migrantes que terminan en narcofosas… Esta es una realidad adicional que sufrimos”, finaliza el encargado de búsqueda.