El alcalde de Zumárraga confiesa que casi nadie recuerda al concejal del PP Manuel Indiano, cuyos dos de sus tres asesinos siguen libres
JOSEAN IZARRA. EL MUNDO.- Ni justicia ni memoria. Veinte años después de tirotear a Manuel Indiano Azaustre (Madrid, 1970-2000) sólo uno de los tres terroristas de ETA que participaron en su asesinato cumple prisión. Indiano, además, sólo es recordado en Zumárraga (Guipúzcoa) por sus compañeros del PP, por el alcalde socialista Mikel Serrano y por el antiguo párroco y hoy obispo de San Sebastián, José María Munilla.
Su familia, aún rota por el dolor, sigue preguntándose por qué este joven madrileño, enamorado de Encarni Carrillo y del País Vasco, decidió dar el paso de significarse como simpatizante del PP cuando los asesinos de ETA y sus cómplices imponían el terror de las pistolas.
Dos terroristas con dos armas -una Star y una HS con munición del calibre 9 mm parabellum- dispararon 14 tiros contra Indiano a las 10 de la mañana del 29 de agosto del año 2000. Era martes y Manuel Indiano preparaba la devolución del pan que no había vendido el día anterior cuando Francisco Javier Makazaga Azurmendi, junto a un etarra no identificado, le asesinaron.
Un tercer terrorista les esperaba en un coche aparcado, próximo a la tienda de chucherías y panadería Kokolo, en la calle Avenida de las Islas Filipinas, en Zumárraga. Makazaga Azurmendi, en documentación que le fue incautada a ETA, reconoció de su propio puño y letra: «Fuimos a la casa de Zumárraga y entre los tres hicimos lo de Indiano».
El informe forense describe en un dato la catadura de los asesinos: seis disparos fueron ejecutados por la espalda de un joven indefenso. El único asesino detenido y juzgado por el crimen cumple 30 años de condena en la cárcel de Pontevedra. Sus compañeros del comando Buruntza siguen libres.
«Yo fiché a Manuel para el PP en el bar Versalles», rememora su compañero Valeriano Martínez, la persona que le tendió la mano unos meses antes, cuando Indiano aún no comprendía por qué se le cerraban las puertas y le daban la espalda en un pueblo idílico.
Martínez, 16 años como concejal del PP en la Guipúzcoa profunda, está a punto de cumplir 82 años y sabe que vive de milagro y gracias a «unos chicos sevillanos» que le escoltaron durante una década. Indiano aceptó la mano tendida de Valeriano y su nombre apareció en el sexto lugar de la lista del PP en las elecciones municipales de 1999.
Según explicó su pareja, Encarni Carrillo, tras el asesinato, Indiano nunca pensó que sería concejal y ni llegó a formalizar su simpatía política con el PP afiliándose. Imaginó que su condición de independiente le distanciaba de las pistolas calientes de la banda jaleada por miles de vascos.
Otros, los menos, como Mikel Serrano (Urretxu, 1972), daban un paso adelante arriesgando su vida por sus ideales. Serrano mantiene fresca la imagen del cordón policial cuando, sin conocer lo que sucedía, pasó junto al Kokolo aquel martes siniestro.
Concejal socialista en Urretxu entonces, Serrano es alcalde de Zumárraga desde 2008, y junto a los compañeros de Indiano del PP le recordará este sábado junto a una pequeña placa situada en el consistorio. Un gesto en medio del olvido general.
«En el pueblo casi nadie sabe cuándo fue ni qué pasó; se ha pasado página desde hace tiempo», lamenta Serrano sobre uno de los crímenes que describió la naturaleza de los terroristas de ETA.
Porque a escasos metros del tiroteo, Encarni Carrillo, su compañera sentimental, se preparaba el desayuno con una extraña sensación de amargura. Embarazada de siete meses, el timbre de la puerta y la presencia de un policía municipal para comunicarle que Manuel Indiano había sufrido un «accidente» fueron el inicio de un sufrimiento agónico.
La familia de Indiano, desplazada desde Madrid, al menos encontró en el párroco de Zumarraga el consuelo que otras víctimas echaron de menos en las iglesias vascas. «Había experimentado en numerosas oportunidades y de diversos modos la inhumanidad de ETA; pero aquel asesinato de Manuel, en su tienda de chuches y dejando una niña en el vientre materno sin conocer a su padre, colmaba el vaso», recuerda 20 años después el obispo Munilla.