Rocío de Meer (Vox) ha tuiteado un vídeo con un mensaje propagandístico antinmigrantes de Polonia. El grupo que lo protagoniza es la ONR, tremendamente radical incluso en Polonia
MIGUEL A. GAYO MACÍAS. EL CONFIDENCIAL.- Cuando la diputada de Vox Rocío de Meer retuiteó, comentando fervorosamente, un mensaje propagandístico de la formación polaca ONR, estaba difundiendo y prestando su apoyo a una formación política que, incluso en la conservadora Polonia, dispara todas las alarmas. Junto a un vídeo protagonizado por Justyna Helcyk (inculpada por delitos de odio racial), de Meer promocionaba en su perfil y desde su puesto como diputada un discurso que hunde sus raíces en el antisemitismo, el exterminio de las minorías, el odio racial y el desprecio por la democracia. Aunque la política borró su tuit al día siguiente, las implicaciones de difundir propaganda antisistema en público y de adherirse a mensajes de odio bien merecen ponerse en un contexto que vaya más allá de la bulimia de los ‘hashtags’ y las efímeras redes sociales.
La «Europa fiel a sus raíces, que no se arrodilla ante la dictadura progre» y que rechaza «delirios ideológicos» de la que se queja de Meer en el tuit que acompaña al vídeo, era, en 1934 cuando se fundó la ONR, el escenario en que medraban las ideologías totalitarias que arrastraron al mundo a una guerra mundial. Ese año se fundó la formación ultra nacionalista que alaba la diputada de Vox, el Campo Nacional Radical (Obóz Narodowo-Radykalny, ONR), como una escisión del Partido Nacional (Stronnictwo Narodowe) polaco. El ONR promulgaba la eliminación física de las minorías y la nacionalización de todos los aspectos de la vida polaca, con la excusa de una conspiración judeo-bolchevique.
«El ONR se separó en dos facciones independientes poco después de crearse: el ONR-ABC (lo de ABC es porque su periódico oficial tenía ese nombre) y el ONR-Falanga, que según Stanley George Payne [historiador estadounidense especializado en fascismo], fue el único partido claramente fascistizante de Polonia a finales del decenio de 1930″, detalla el politólogo especializado en estudios europeos Alain Acevedo, que vivió en Polonia varios años.
Su nombre provenía de la Falange de José Antonio y el partido tenía un componente clerical incluso mayor que el del grupo español, según Payne. Sus escuadrones militares, en la segunda mitad de los años 30, implementaron la segregación de los estudiantes judíos durante las clases, lo que luego fue convertido en ley por el Ministerio de Educación: los estudiantes judíos en universidades polacas se redujeron a la mitad entre el curso 1928-1929 y 1936-1937. Algunos de los líderes del ONR-Falanga llegaron a escribir en la prensa oficial del partido, incluso antes de que los nazis planearan el Holocausto, que “el método turco [con los armenios] es el mejor” como solución al problema judío en Polonia.
La agresividad y sed de poder del ONR alcanzó tales cotas que el propio gobierno polaco terminó prohibiéndolos, aunque continuaron con sus actividades de manera más informal y operando con “células de base”. Con una mezcla de populismo católico y nacionalismo tradicionalista, conservaron su apoyo popular incluso durante la época comunista.
Con la llegada de la democracia en 1989, el nacionalismo polaco entró en una fase de dispersión. Se puede decir que el optimismo reinante, apoyado en un fuerte sentimiento nacional –que no nacionalista–, desactivó una de las principales fuentes de alimentación de este tipo de formaciones radicales: el descontento social y el miedo al futuro. Durante décadas, el ONR fue relegado a la irrelevancia y habitó en una habitación acolchada desde donde no podía hacerse oír.
La «segunda vida» de la ONR
“Pero en 2010 el nuevo ONR unió fuerzas con los movimientos Juventud de toda Polonia (Młodzież Wszechpolska) y Renacimiento Nacional de Polonia (Narodowe Odrodzenie Polski) para organizar la marcha del Día de la Independencia el 11 de noviembre”, recuerda Acevedo. Y aquel fue el punto de inflexión que sirvió para que los ultras sacaran músculo y se presentaran en sociedad como un movimiento pujante, capaz de enganchar por los ojos a cierto sector de la sociedad que sentía como el progreso de la próspera Polonia les dejaba atrás. Un sentimiento de íntimo descontento, de despecho y de inferioridad que se había instalado entre los jóvenes “incels”, las clases bajas y los antisistema con más convicciones que ideas encontraba, de repente, el tubo de escape que necesitaba. Las escalofriantes manifestaciones de formaciones paramilitares con cientos de rapados encapuchados, vestidos de negro, enarbolando bengalas y pancartas por una “Europa Blanca” le recordaron a Europa que en el espejo de la historia, algunas imágenes del pasado permanecen durante mucho tiempo.
“En 2011, se unieron a la manifestación en Varsovia partidos de extrema derecha europeos como el Jobbik húngaro, Forza Nuova en Italia o los españoles de Democracia Nacional. Además, algunos de los miembros del ONR provocaron disturbios en las calles de Varsovia. El mismo día de 2012 ocurrió lo mismo, y el líder del ONR, Przemysław Holocher, pidió que ahorcaran a los dirigentes polacos. Las marchas han ido creciendo cada vez más”, prosigue Alain Acevedo. “En 2018, año del centenario de la independencia polaca, se produjo una gran polémica porque en la marcha de partidos de ultraderecha también estaban presentes oficialmente miembros del gobierno polaco (el presidente Duda, por ejemplo). Y cada año la manifestación va a más”.
Poco antes de las últimas elecciones europeas, la cúpula de Vox viajó a Varsovia para explorar una eventual alianza trans-nacionalista entre el conservador gobierno polaco y la formación española. El encuentro no dejó más estela que la confirmación de una afinidad mutua, pero también puso de manifiesto que la constelación nacionalista está, por definición, hecha de planetas independientes que difícilmente llegan a formar un sistema.
Por parte del PiS polaco, quedó implícita la promesa de que el acercamiento a Vox sería tan estrecho como buenos los resultados electorales de los españoles. El Vox de hace año y medio acaparaba casi un 20% de intención de voto; hoy se mueven en torno al 11%. Tal vez por ello, la formación ultra conservadora española dirija sus miras a unos socios con menos exigencias, aunque claramente marginales. “Ideológicamente (Vox) se encuentra alejado del extremismo del ONR, pero tienen los suficientes objetivos políticos en común con ellos para que una diputada nacional cuelgue un vídeo de su líder en Twitter”, dice Acevedo.
La afinidad entre Vox y los ultra nacionalistas polacos (teniendo en cuenta, además, que Vox rechaza el término “nacionalismo”), puede tener un alcance limitado, ya que Vox se sitúa en la derecha radical, que, si bien con una beligerancia casi marginal, «acepta la idea de democracia como soberanía popular y gobierno de la mayoría. La derecha radical (o sea, Vox o el PiS –partido en el gobierno polaco) son una radicalización de ‘actitudes y preocupaciones’ de la derecha ‘mainstream’.
Sin embargo, con la extrema derecha (ONR o partidos como Falange) la diferencia sí que es cualitativa: estos partidos no creen en la idea de democracia. Lo que hace que a veces sus intereses converjan en que hay un núcleo ideológico común (nativismo, autoritarismo, rechazo por el diseño de las democracias actualmente insistentes) que acerca sus posturas. Vox no es un partido neonazi, pero sí que comparte con movimiento más radicales ideas como la de una Europa ‘fiel a sus raíces. Que no se arrodilla ante la dictadura progre’, como dice de Meer», concluye el politólogo español.
Las conexiones ultras entre las formaciones políticas europeas encuentran un escaparate privilegiado en el púlpito de las redes sociales, pero su alcance queda matizado por la responsabilidad de quienes contribuyen a difundir su propaganda. Cuando un grupo con responsabilidad parlamentaria le presta visibilidad a un mensaje de naturaleza violenta, se está alineando con aquellos que lo crearon.