El porcentaje de alumnos que sufren violencia física es tres veces mayor entre quienes salen del armario que entre quienes siguen dentro
PABLO ZARIQUIEGUI. ASTURIAS 24.- Treno Mancebo sabe de homofobia no solo porque la ha estudiado, sino porque la ha sufrido en sus propias carnes. Comunicó su orientación sexual a sus compañeros de instituto cuando entraba en la adolescencia y estaba a punto de concluir el primer curso de la ESO en Gijón. El reconocimiento de su identidad se saldó con cinco largos años de acoso en las aulas. «Les dije que era gay y se lo tomaron como una declaración de guerra», comenta Mancebo, hoy coordinador de Xente Gai Astur (Xega). «Me insultaban, me perseguían hasta casa, me tiraban cosas, me escupían, me intentaron pegar varias veces», recuerda. ¿Y los profesores? «Miraban hacia otro lado», responde. El actual coordinador de Xega solo se liberó del acoso cuando descubrió que había otro mundo más allá de las paredes del instituto y conoció a los que ahora son sus amigos.
La reciente agresión a un joven en Gijón simplemente por decir que era gay y el suicidio de una adolescente también en Gijón tras ser acosada por su bisexualidad en el colegio han puesto en evidencia que la homofobia, bifobia o transfobia están lejos de ser erradicadas. Todo lo contrario. El colectivo lgtb asegura que queda un largo camino por recorrer y que no está exento de dificultades.
Mancebo señala que en España, a diferencia de otros países, las agresiones físicas por orientación sexual son poco frecuentes. El caso del joven de Gijón es una excepción, peligrosa, pero excepción. Cosa diferente son las agresiones verbales que, según el coordinador de Xega, no solo no desaparecen sino que incluso repuntan. «Términos como maricón o bollera no hacen más que perpetuar la homofobia», señala.
Treno Mancebo considera que la homofobia, el odio por razón de la distinta identidad sexual, se larva ya en la escuela. El coordinador de Xega observa un comportamiento algo diferente entre los chicos y las chicas. Un erróneo sentido de la masculinidad –señala– impone todavía hoy el rol del machote. «El macho hetero rechaza el contacto físico con otros machos heteros y, cuando lo ve, lo ataca», afirma. «Soy tan machote que me da asco tocar a otro hombre», añade.
Xega realiza desde hace años campañas de concienciación en las escuelas. Mancebo da cuenta de un comportamiento nuevo hasta ahora desconocido. «Hemos comprobado que incluso cuando tienen que darse la mano estiran la manga de jersey para evitar tocarse», señala. El coordinador de Xega indica que no se puede decir que los comportamientos homofóbicos hayan aumentado entre varones, pero no es un consuelo. «Son más que suficientes y se han generalizado», concluye.
Peor es el dibujo que de la homofobia hace Xega para las mujeres lesbianas. «Cada vez recibimos más denuncias», señala. Las circunstancias son siempre bastante similares. Dos compañeras de clase que hacen pública su relación. Dos mujeres tomando algo en un bar en actitud más o menos cariñosa. Un hombre o varios se acercan y les sueltan: «Eso se cura con un buen rabo, es que estáis mal folladas». Este comportamiento no es tan infrecuente como, a simple vista, pudiera parecer.
Xente Gai Astur está especialmente preocupada por la situación en la escuela. Mancebo la describe como de círculo vicioso, casi como los pases de un partido de fútbol. Los profesores lanzan la pelota sobre el tejado de la familia o del tutor, el tutor la deriva a orientanción, orientación se la pasa a dirección y así hasta volver a empezar. «Estamos viendo demasiado pasotismo en los colegios e institutos», subraya.
El pasado año el grupo de educación de COGAM elaboró un amplio informe sobre las conductas homofóbicas en las aulas de Madrid. Sus datos, pese a ser autonómicos, son extrapolables a otras regiones. Algunas cifras ayudan a entender mejor el fenómeno. Cinco de cada cien alumnos se definen como gays, bisexuales o lesbianas. Ocho de cada diez estudiantes homo o bisexuales no se atreven a salir del armario por el miedo a ser discriminados. Y entre quienes han dado el paso de salir del closet el porcentaje de alumnos que sufren violencia física es tres veces mayor al que sufren quienes siguen dentro.
El estudio incluye algunas de las perlas de los alumnos de la ESO. Recogemos aquí unas pocas a modo de ejemplo:
«Si a las lesbianas les gustan las chicas, ¿por qué se masturban con penes de silicona?» (Cuarto de la ESO).
«Es pecado, lo respeto pero van al infierno» (Cuarto de la ESO).
«Que los homosexuales son unos enfermos. Yo siempre hetero, así nací» (Tercero de la ESO).
«Yo respeto a todos pero no me gusta verlos» (Cuarto de la Eso).
«Que empiecen a plantearse por qué se lleva más de 2.000 años rechazando este comportamiento que denota un problema mental» (Segundo de la ESO).
Tino Brugos es profesor de Historia en el Instituto de la Ería, en Oviedo y fue coordinador de Xente Gai Astur. Aúna su visión como docente y miembro del colectivo lgtb. Considera que tras el problema de la homofobia en las aulas subyace la falta de una política de prevención. «Con el pretexto de que no es algo especialmente grave o de que es poco frecuente lo cierto es que no existe», señala. Brugos considera que, aun siendo excepcionales, los casos de homofobia tienen mucha relevancia. «El acoso puede culminar en un sucidio», recuerda.
El excoordinador de Xega aboga por poner en marcha políticas de prevención de la homofobia del mismo modo que se ha hecho ya con la violencia de género o la igualdad de sexos. «La prevención no acaba con la homofobia, pero sí la reduce», indica. Además, las políticas de prevención ofrecen a los docentes herramientas para actuar. «Siempre van a aparecer casos de sexismo, machismo u homofobia y siempre que tienes medios son más fáciles de atajar», añade.
Del otro lado del aula, Brugos divide en tres bloques la actitud de los docentes frente a la homofobia: concienciados, pasivos y complacientes. Entre los concienciados, destacan, según el excoordinador de Xega, quienes están más implicados con la igualdad de género. «Dar el salto desde la igualdad a la orientación sexual es fácil», subraya. Entre los pasivos, figuran quienes se limitan a su labor docente y entienden que el resto excede su cometido. «Ser pasivo no deja de ser cómplice», argumenta Brugos. Por último, están los profesores claramente homofóbicos que, sin embargo, callan por la presión del entorno. «Seguro que existen, pero se cortan», concluye.