Tras la serie de atentados de la red ultraderechista de la NSU, la muerte de Walter Lübcke reabrió el debate sobre las negligencias de los servicios de inteligencia en los asesinatos neonazis
JAVIER PÉREZ DE LA CRUZ. PÚBLICO.- Stephan Ernst era un viejo conocido de las fuerzas de seguridad alemanas por sus ataques violentos y su presencia en círculos neonazis. Eso no impidió que, según la Fiscalía, asesinara a Walter Lübcke, político de la ciudad de Kassel e integrante de las filas conservadoras del partido de la canciller, Angela Merkel. Lo mismo ocurre con el acusado de ser cómplice del crimen, Markus H., a quien, además, se le aprobó una solicitud de licencia de armas.
Neonazis y con acceso a armas: ninguno estaba bajo la mira de los servicios de inteligencia.
¿Cómo es posible que pudieran planear durante años el asesinato, como sostiene la Fiscalía? ¿Por qué la Oficina para la Protección de la Constitución de Hesse (servicio de inteligencia doméstico) dictaminó en 2015 que Stephan Ernst ya no era «muy peligroso»? ¿Qué papel jugó Andreas Temme, un exagente de inteligencia del Estado federado de Hesse, que ya estuvo involucrado en el asesinato de los terroristas de la NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista) en Kassel?
Todas estas preguntas sobrevolarán el Tribunal Superior de Hesse, donde este martes comienza el juicio contra Stephan Ernst y Markus H., bajo medidas de seguridad e higiene para prevenir contagios de coronavirus.
«Hay pocos periodistas y pocas convocatorias. Espero que eso no haga que se cierre pronto. El caso en sí es un escándalo político que merece toda la atención mediática», señala Hajo Funke, profesor de la Universidad Libre de Berlín. Según este experto en movimientos de extrema derecha, la Fiscalía ha construido una acusación «muy fundada» contra los presuntos autor y cómplice del crimen, por lo que espera que durante el proceso también se aborden «los errores cometidos por la Oficina para la Protección de la Constitución de Hesse».
Conmoción por el asesinato
La noche del 2 de junio de 2019, Walter Lübcke, presidente del consejo regional de Kassel, se fumaba un cigarrillo en la terraza de su casa, cuando alguien le disparó. Hasta dos semanas después no se supo que todas las pruebas apuntaban a un conocido neonazi de la zona.
En 2015, Lübcke se había mostrado a favor de la política de puertas abiertas durante la llamada «crisis de los refugiados». Gran parte de la sociedad alemana se movilizó y apoyó la llegada de cientos de miles de refugiados en unos pocos meses, pero la decisión del Gobierno de Merkel también creo tensiones, sobre todo entre los sectores más conservadores.
No obstante, Lübcke se mantuvo firme y, ante las críticas, llegó a asegurar que vivir en Alemania supone defender ciertos valores, «y quien no se siente representado con estos valores, puede irse del país cuando quiera».
Con ello terminó de ganarse el odio de la derecha más radical, que ya lo había incluido en una lista negra de posibles objetivos. Finalmente, su asesinato a sangre fría fue el primero en Alemania de un dirigente político a manos de neonazis desde la Segunda Guerra Mundial. Lo que no quiere decir que la violencia ultraderechista fuera una novedad.
Con este caso, de hecho, volvieron los fantasmas de la célula neonazi de la NSU, que entre 1998 y 2011 mató a diez personas y se movió con total impunidad por todo el país. Tal y como ocurrió entonces, la lupa se vuelve a poner ahora sobre los servicios de inteligencia.
Fallos de los servicios de inteligencia
Según una investigación de la televisión pública alemana, la Oficina para la Protección de la Constitución de Hessen no informó a las autoridades competentes de las actividades neonazis de Markus H., el supuesto cómplice del asesinato, lo que provocó que este pudiera adquirir en 2015 una licencia de armas.
«Lo cierto es que hoy actuaríamos de otra manera, sí que enviaríamos toda nuestra información», respondió a los periodistas encargados de la investigación Robert Schäfer, el presidente de la Oficina para la Protección de la Constitución de Hessen.
Esa no fue la única negligencia. Ante un perfil como el de Stephan Ernst, cuyos antecedentes incluían ataques a extranjeros y a centros de solicitantes de asilo, sorprende que en 2015 se retirara su expediente de los servicios de información internos. La argumentación: el neonazi que, en 2009 aún era «muy peligroso», ahora se había «enfriado».
En este contexto, entre los contactos de Stephan Ernst destaca un nombre también muy familiar: Andreas Temme, cuya presencia en un atentado de la NSU nunca terminó de explicarse del todo. Durante el tiempo que trabajó como confidente de los servicios de inteligencia, Temme estuvo «oficialmente involucrado con Stephan Ernst», según la respuesta del ministro del Interior de Hesse, Peter Beuth, a una pregunta parlamentaria. En el año 2000, según el propio departamento de inteligencia, Temme firmó al menos dos informes sobre las actividades de Stephan Ernst.
En enero de 2016, poco después de que las autoridades dejaran de considerar «muy peligroso» a Ernst, el neonazi, presuntamente, intentó asesinar al refugiado iraquí Ahmed E.. Pero su autoría no se sospechó hasta pasados más de dos años, tras el asesinato de Walter Lübcke. Fue entonces cuando la policía encontró en el trastero de Ernst un cuchillo con restos de ADN del refugiado. El joven iraquí aún no se ha podido recuperar por completo de las lesiones sufridas en el ataque. Este caso también se juzga en el proceso que comienza el martes.
«Espero que, con el juicio, la sociedad alemana, más allá de los círculos antifascistas, finalmente entienda que tenemos un problema con los neonazis que ven la lucha armada como un medio apropiado para atacar al Estado», aseguraba Alexander Hoffmann, abogado de Ahmad E., en declaraciones al diario local HNA.
Tras el asesinato de Walter Lübcke, las autoridades prohibieron al grupúsculo neonazi Combat 18, organización con la que se cree que Stephen Ernst mantuvo contactos. Pero los activistas y los defensores de las víctimas de la violencia neonazi consideran que esa medida apenas va a tener repercusión y que el peligro continúa existiendo.
«No se trata solo de unos cuantos perturbados -añadía Hoffmann-. En el juicio a la NSU, la acusación hablaba aún hablaba de casos aislados con unos pocos colaboradores. Esa imagen ya no se sostiene».