La prensa local destaca las protestas en EE.UU., pero también señala las heridas propias, como los menores sin la ciudadanía, el racismo en los estadios o las condiciones de los temporeros
ANNA BUJ. LA VANGUARDIA.- Han pasado más de treinta años desde su muerte, unos años en los que en este país se han sucedido asesinatos con violencia por el color de la piel. A Abdul William Guibre, un joven italiano de 19 años originario de Burkina Faso, lo mataron en el 2008 a golpes acusado de haber robado unas cajas de galletas. Arafet Arfaoui, tunecino de 32 años, murió en enero del 2019 durante una detención policial. Acudió a un centro de transferencias internacionales en Empoli para hacer un envío a su familia, pero terminó discutiendo con el gestor, que sospechaba que uno de los billetes de 20 euros era falso. Cuando llegó la policía se encerró en el baño, los agentes lograron entrar e inmovilizarlo. Al cabo de quince minutos se dieron cuenta de que ya no respiraba. La causa de la muerte fue oficialmente un paro cardíaco, y la investigación sobre el caso está todavía abierta.
Los nombres de Masslo, Guibre o Arfaoui han sido recordados estos días a raíz de las manifestaciones antirracistas que han surgido alrededor del mundo por el homicidio de George Floyd en Minneapolis a manos de un policía blanco. También se han reproducido en las grandes ciudades italianas. Miles de personas se arrodillaron en la Piazza del Popolo de Roma en homenaje a Floyd. En Milán, una concentración multitudinaria recordaba que también en Italia quedan muchos deberes pendientes contra un racismo que ha crecido estos últimos años, aupado por los mensajes xenófobos de algunos grupos políticos ante la llegada de cientos de miles de migrantes desde Libia.
“Los actos de racismo y hostilidad hacia personas inmigrantes y refugiadas, pero también hacia el pueblo gitano, han aumentado de forma notable entre el 2018 y el 2019, durante el tiempo del primer gobierno de Giuseppe Conte y del ministro de Interior, el liguista Matteo Salvini, también gracias a su continua propaganda racista”, asegura la antropóloga Annamaria Rivera, que recuerda que, según los datos recogidos por la asociación Lunaria, sólo en el 2018 hubo 801 delitos de tipo antirracista o xenófobo.
Los menores sin la ciudadanía, el racismo en los estadios o las condiciones de los temporeros
Uno de los crímenes más atroces tuvo lugar poco antes de que Salvini llegara al poder. Luca Traini, un neofascista de Macerata que era candidato de la Liga, disparó con una pistola semiautomática a seis personas negras por su color de piel. El crecimiento de los ataques racistas en los últimos años tiene mucho que ver no sólo con algunos discursos de partidos ultraderechistas como la Liga o Hermanos de Italia, sino también, advierte Rivera, con “otras formaciones de extrema derecha como CasaPound, Forza Nuova o similares, que han desempeñado un rol decisivo en el incremento y en la legitimación del racismo”. La antropóloga en su libro Razzismo. Gli atti, le parole, la propaganda (Dedalo) documenta el hecho de que detrás de todos los episodios de racismo llamado popular “está la instigación o la activa dirección de parte de formaciones neofascistas”.
Las páginas de los periódicos italianos se han llenado de artículos sobre las protestas en Estados Unidos pero también han dado voz a negros italianos que señalan las heridas propias de este país. Aquí se recuerda no sólo los crímenes de los militantes ultraderechistas, sino también el racismo atrincherado en los estadios –uno de los males más visibles de la xenofobia italiana–, el hecho de que más de un millón de jóvenes nacidos y crecidos en Italia deben esperar a tener 18 años para comenzar los trámites para ser reconocidos con la ciudadanía o las condiciones infrahumanas de los temporeros en los campos. Cientos de miles de ellos podrán ser regularizados gracias a un decreto reciente del Gobierno italiano, pero, como denunciaba la activista Lucia Ghebreghiorges en L’Espresso , la regularización “no se cuenta como una condición justa de dignidad humana, sino como brazos que sirven para la agricultura”.
Precisamente otro nombre que es recordado estos días es el de Sekiné Traoré, un refugiado de Mali que murió en 2016 a causa de un disparo policial en el abdomen en las barracas de San Ferdinando, en los campos de Gioia Tauro, donde cientos de migrantes conviven y trabajan en condiciones que rozan la esclavitud. En los campos el racismo es constante. La semana pasada la Guardia de Finanza italiana concluyó una operación con 52 detenciones y 14 compañías agrícolas entre Matera y Cosenza por explotar a cerca de 200 migrantes. En las escuchas telefónicas los capataces les llamaban “monos”.
No sólo las manifestaciones: la polémica sobre las estatuas también ha llegado a Italia con un ataque a la de Indro Montanelli, maestro de periodistas, que reconoció sin ningún arrepentimiento en una entrevista en 1969 que se había “casado” con una niña de doce años durante las campañas coloniales fascistas italianas de los años treinta. Para el historiador Francesco Filippi, el caso de Montanelli es el mejor ejemplo de la lectura que ha hecho Italia de su pasado colonial. Considera que, al contrario de otros países como el Reino Unido o Francia, Italia no rindió cuentas con un colonialismo que comenzó en el siglo XIX, mucho antes de la llegada de Mussolini. “Cuando cayó el fascismo se asoció el colonialismo a una cosa fascista. No fue estudiado, no fue puesto en cuestión. Una particularidad de la actual relación de los italianos con las cuestiones raciales es que parece que han olvidado esa etapa”, analiza Filippi, autor del libro Ma perché siamo ancora fascisti (Bollati Boringhieri).
“Se asoció el colonialismo a una cosa fascista y no fue puesto en cuestión”, avisa un historiador
La escritora italo-ghanesa Djarah Kahn lamentaba que el debate sobre el racismo en Italia se haya americanizado y que sólo haya protestas por los crímenes raciales cuando suceden en EE.UU. Su aviso es tajante: “Sí, Italia necesita dejar de adoptar tragedias que vienen del otro lado del océano para darse una posibilidad a poner fin a sus propias tragedias. Sólo así podrá comprenderse y resolverse el racismo”.