El 11 % del odio que se trasmite en las redes sociales va dirigido a personas del colectivo LGTB

, , | 28 mayo, 2020

La mayoría de las agresiones al colectivo LGTB que tienen lugar en internet no se denuncian

AURORA CANCELA PÉREZ. CRÓNICA NORTE.– Durante el primer trimestre del año, el tiempo que dedicamos a las redes y a otras aplicaciones móviles ha aumentado un 20 % debido, en gran parte, al confinamiento, según un informe realizado por App Annie. Se trata de un espacio que destinamos sobre todo a socializar y a entretenernos pero que también puede servir para acosar y agredir.

Así lo comprobó la organización estadounidense Anti-Defamation League (ADL) cuando, hace poco más de un año, puso en marcha un estudio para responder a la pregunta de qué lleva a los ciberacosadores a desatar su odio en internet. ¿La conclusión? El 11 % del odio que se trasmite en la red se hace para agredir verbalmente o acosar a personas con sexualidades diferentes a la heterosexual. En algunos países, esos insultos y agresiones en línea son el pan de cada día: el año pasado, la discriminación por orientación sexual fue el primer motivo de denuncia por agresiones en internet en Argentina, según datos del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI), y eso a pesar de que ya han pasado treinta años desde que la OMS eliminara la homosexualidad de su listado de enfermedades mentales.

«Las redes permiten visibilizar determinados colectivos, pero al mismo tiempo el anonimato y el hecho de que no haya una interacción cara a cara está fomentando que también sea el lugar donde se generan mensajes de odio, acoso y demás agresiones», señala Susanna Tesconi, profesora de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC. «El colectivo LGTB es una de las dianas en estos mensajes de odio que se están alimentando. En ese sentido, tengo la sensación de que hemos vuelto atrás», añade.

Ciberhomofobia en España

Lo cierto es que las cifras en España también hablan de ciberhomofobia: el año pasado, el Observatorio Madrileño contra la LGTBfobia presentaba su informe anual destacando que en 2018 se produjeron solo en la Comunidad de Madrid 345 incidentes de odio contra el colectivo LGTB. Y aunque muchas de esas agresiones tuvieron lugar en la calle (el 42,9 %), el segundo escenario en importancia fue internet. Por su parte, el Observatorio contra la Homofobia (OCH) también denunció más de un centenar de agresiones al colectivo LGTB en Cataluña y advirtió de que las producidas en internet y en las redes sociales también eran las segundas en importancia.

Como explica Tesconi, las redes sociales amplifican tendencias y fenómenos que se dan en la sociedad, lo que significa que «si existe una actitud de odio o de no inclusión respecto al colectivo LGTB, en la red eso se ve reflejado y probablemente amplificado por la facilidad de difundir este tipo de contenido». Coincide en su análisis con Begonya Enguix, doctora en Antropología Social y profesora de los Estudios de Artes y Humanidades de la UOC, quien recuerda que socialmente podemos reaccionar ante la diferencia de género, afectiva y sexual otorgándole legitimidad e incluyéndola o rechazando frontalmente las formas de relación que quedan fuera de los patrones heteronormativos, viéndolas como una amenaza al orden establecido —el heteronormativo—.

Según Enguix, el odio y la agresión ante la diferencia pueden obedecer a motivos distintos, pero generalmente «están vinculados a la protección de las relaciones de género (y de sexualidad) tradicionales desde posiciones que consideran que esas relaciones sustentan unos valores tradicionales —familia tradicional, producción y reproducción, entre otros— que son superiores a otros valores». Así, la masculinidad tradicional y hegemónica en general «excluye y castiga todo aquello que puede poner en peligro el «mandato tradicional del género» y el poder y el privilegio masculinos», continúa Enguix, que afirma que la masculinidad hegemónica aún se define más por lo que no es que por lo que realmente es: un hombre «de verdad» no debe ser un niño, ni una mujer ni un afeminado.

Denunciar para poder actuar

Según los expertos, una de las razones de que las redes sociales se hayan convertido en un espacio donde los ciberacosadores se sienten impunes es el hecho de que muchas de las agresiones contra el colectivo LGTB que se producen en ellas no se denuncian. Una investigación publicada en Statista cuyo objetivo era conocer cómo reaccionaban las personas a los ataques homófobos en línea halló que el 44 % ignora esos mensajes de odio y el 24 % bloquea o deja de seguir al acosador, mientras que solo el 17 % responde al comentario enfrentándose al atacante.

El catedrático de Derecho Penal de la UOC Josep Maria Tamarit explica que, aunque las amenazas en línea que puedan considerarse provocación al odio o a la discriminación contra el colectivo son delitos públicos que pueden ser investigados por la policía, y pese a que los fiscales especializados en delitos de odio impulsen algunas investigaciones, la baja tasa de denuncia de los afectados es una dificultad. El profesor Tamarit recuerda que en el ámbito europeo las instituciones han promovido iniciativas para que las plataformas no ofrezcan oportunidades para la incitación al odio a través de internet, lo que evita el riesgo de que se propague de modo viral. Pero de momento parece que esto no es suficiente para acabar con las agresiones homofóbicas en línea.

Ciberbullying contra adolescentes LGTB

Entre las cifras que denuncian la ciberhomofobia se encuentran las que hizo públicas el colectivo Cogam en un informe en el que señalaba que el 15 % del alumnado LGTB madrileño es acosado en las redes sociales. Se trata de una situación que resulta preocupante en opinión de los expertos.

También la profesora Susanna Tesconi cree que la educación es una de las claves. «Más que en el uso correcto de las redes, creo que debe educarse en la empatía, enseñar a no caer en la intolerancia», apunta. «Probablemente lo que debería cambiarse son las relaciones de poder, cómo representamos al otro, cómo nos comunicamos. El lenguaje también es una tecnología y hay que ser conscientes de cuándo se convierte en un arma. En este aspecto sí podríamos reflexionar mucho y actuar en el ámbito educativo», asegura.

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