Una asociación del barrio ha organizado el reparto de 900 kilos de comida y un sistema de bonos para personas sin acceso a ayudas porque trabajaban en la economía sumergida
MARTA MAROTO. ELDIARIO.ES.– El barrio de Lavapiés luce irreconocible, desierto. Ya no hay música, nadie pasea por las plazas ahora precintadas. Con el confinamiento se han ido hasta los turistas, una proeza que años de activismo vecinal contra la gentrificación no habían logrado con tanta rotundidad. Pero recorriendo los portales, a escasa distancia del metro, el número 12 de la calle Tribulete rompe el silencio del confinamiento.
Jorge Bolaños es el presidente del Club Deportivo Dragones de Lavapiés, una asociación de fútbol que utiliza el deporte como unión e integración de niños migrantes y familias en riesgo de exclusión social. Relata que cuando empezó a dibujarse la crisis sanitaria y fueron imponiéndose medidas de aislamiento y paralización de la actividad económica, «me preocupé, aquí en el barrio hay mucha gente que trabaja en la economía sumergida o en pequeños comercios que han tenido que cerrar».
En los escasos metros cuadrados de su local –que con media sonrisa irónica equipara con el tamaño de «un contenedor»– Bolaños lleva semanas almacenando comida y bienes de primera necesidad que después reparte a familias y personas con pocos recursos. Junto a un grupo esporádico de voluntarios, desde la declaración del estado de alarma ya han podido entregar alimentos a cerca de 120 personas. Este jueves se ha hecho la primera gran distribución: 900 kilos de pasta, tomate frito, galletas, aceite, zumos, sopas, leche…
«Mucha gente está en la precariedad absoluta»
Para evitar filas y aglomeraciones en la calle, la mayor parte del reparto se ha hecho puerta a puerta. Aunque también han sido muchos los que se han acercado a llevarse una bolsa: Natalia, que comparte con su hijo la habitación alquilada con su pensión; dos representantes de una asociación de personas de Senegal en el barrio que cada día alimentan a cientos de compatriotas en su local; o Zia, que vive con otros ocho migrantes de Bangladesh que ya no pueden vender latas de bebida en las calles, el que era su medio de vida. Juan vive en frente de la asociación y también se ha pasado a recoger algunos alimentos: «Mucha gente está en la precariedad absoluta», y él lo sabe bien, apunta, porque hasta hace unos meses no tenía un techo propio.
Ana también es vecina de Lavapiés y se ha pasado por la puerta del reparto, no por necesidad, sino a llevar varios kilos de lentejas y a ofrecerse como voluntaria. Explica con rabia lo complicado que es tratar de organizar iniciativas de este tipo por la fuerte presencia policial: «Ponen muchas multas». La mayoría de las familias son de origen migrante, lo que es «es un reflejo del barrio», señala Rabi Alam, propietario de un local de comida para llevar y que también colabora en la iniciativa. Durante las casi tres horas que ha durado la distribución, la Policía se ha mostrado amable y solamente ha recordado a los voluntarios que respetasen la distancia de seguridad.
En uno de los barrios con menor renta del centro de Madrid, Bolaños ha utilizado la red creada a través del club de fútbol y el tejido asociativo del barrio para localizar a las familias y grupos que más estaban sufriendo esta crisis sanitaria. Por ahora, tienen capacidad para llegar a cerca de 30 familias, la mayoría de origen bangladesí, y grupos de personas migrantes en muchos casos sin papeles que han tenido que confinarse –hacinarse– en viviendas muy precarias.
Organizados de manera independiente, Bolaños cuenta que han recibido donaciones del Banco de Alimentos, de Central Lechera Asturiana, de asociaciones vecinales y de particulares, supermercados o restaurantes, y de organizaciones políticas como Unidas Podemos. «Hay que empezar y luego irá creciendo, esperamos poder llegar a más personas», puntualiza. Junto a la distribución de comida, también están entregando bonos de unos 30 euros por unidad familiar que pueden gastar en una frutería, una panadería y una carnicería de Lavapiés.
«Entre las personas tenemos que echarnos una mano», sonríe Md Shah Alam, dueño de la frutería de la plaza de Lavapiés. Además de colaborar en el banco de alimentos solidario, Alam lleva años ayudando a través de su tienda a migrantes como él, pero indocumentados y en una situación mucho más dura. Cuenta que las ventas han caído de manera drástica desde el estallido de la crisis, y que ya apenas salen ancianos por el miedo a contraer el virus.
Este banco de alimentos también atiende a algunas familias en Aluche, Vallecas o Villaverde que han tenido que marcharse del barrio por la subida de los precios de la vivienda. El tejido vecinal y la red de cuidados de Lavapiés resiste pese al hostigamiento de la gentrificación que transforma el centro de Madrid, y su solidaridad hoy reparte 900 kilos de comida a los vecinos más vulnerables.