Myriam Correa y Miquel Àngel Fa han abandonado su labor en una ONG con refugiados en Grecia por presiones y agresiones de algunos grupos: «La situación era insostenible y las autoridades son cómplices»
RAÚL COSANO. DIARI DE TARRAGONA.- «Desde enero hemos sufrido una escalada de violencia. Ha habido agresiones verbales y físicas, a compañeros les han atacado por la calle con bates de béisbol, les han apalizado, a uno le intentaron cortar el cuello, ha habido persecuciones en coche… La situación era insostenible y hemos tenido que salir», explica Myriam Correa, cooperante de Tarragona en la ONG Better Days que ha visto cómo su proyecto como psicóloga y educadora social ha quedado abortado por el momento, y con pocos visos de continuar. Ella y otros miembros de ONG y entidades humanitarias se han tenido que marchar a toda prisa desde Lesbos, donde ayudaba a refugiados, hasta Atenas, la capital, a resguardarse del peligro, lejos de un entorno intoxicado por una minoría de extrema derecha que se ha ido imponiendo, apoyada por pequeños grupos organizados en milicias que imponen su ley en ese trozo del archipiélago heleno.
«Ha quedado muy poca gente. Prácticamente todas las ONG se han marchado, y allí las necesidades siguen siendo las mismas», cuenta Myriam, testigo en primera persona de lo que sucede en esa gran puerta a Europa de refugiados, un paso de mar menos peligroso que el del estrecho de Gibraltar. Turquía, a solo 16 kilómetros, es el principal acceso. Moria, con 20.000 personas hacinadas, es el campo más grande del continente. Myriam asistía en la zona: «Es primordial que tengan asistencia allí. Estamos hablando de personas que llegan de la guerra y de conflictos armados de Afganistán, Siria, Somalia… todo el mundo ha visto allí la muerte».
Miquel Àngel Fa, músico y profesor, es otro tarraconense expulsado por esa situación extrema. «Yo daba formación, hacía clases de música, que servían para ofrecer un servicio, evitaban que la gente estuviera tirada, en la calle o buscando pelea. Muchos me escriben ahora, y encima me preguntan si estoy bien…cuando los que realmente necesitan ayuda son ellos. Es importante que haya una desescalada de la violencia», cuenta Miquel Àngel, que llevaba un año y medio en Lesbos, como voluntario de Better Days. Ha sido miembro de bandas de Tarragona como Cultrum y el Son de la Chama y ahora se dedica a la docencia en clave humanitaria.
Solo una muestra reciente de la angustiosa situación en una condiciones límite: esta semana dos niñas morían en un incendio en Moria, tras arder varias tiendas de campaña y dos contenedores habitados. «Ha sido otro golpe moral para la comunidad», dice Myriam.
El detonante de esa expulsión llegó hace unas tres semanas. «Todo empezó con la notificación del gobierno griego de que, en un intento de controlar la inmigración, y teniendo en cuenta que Moria está desbordado desde hace un año, expropió unos terrenos en Lesbos para hacer un campo de refugiados más grande», cuenta Miquel Àngel. Aquello supuso un incremento de la tensión. «La noticia no gustó a los grupos de la ultraderecha, porque eso suponía dar cabida a más gente, pero curiosamente tampoco a los ‘pro-refugees’, por la idea que comporta tener a la población recluida en un campo. Para algunos esa misma concepción ya no es adecuada», explica Miquel Àngel.
Así, comenzaron las revueltas, no solo por parte de los colectivos de ultraderecha, muy organizados, que pronto empezaron con cortes de carretera. «Son grupos que también tienen el apoyo de otras personas de la isla. Por otro lado, la policía es cómplice, no hace nada, no ha detenido a nadie. Hay personas que no son de extrema derecha pero que también están en contra de la llegada masiva de refugiados. También ha habido un silencio muy revelador de las autoridades», lamenta Myriam Correa.
Barricadas y ‘checkpoints’
Ellos dos, por fortuna, se han librado de la agresión física directa, pero no de la verbal ni de la violencia de baja intensidad. «Han roto coches de algunos cooperantes y han llegado a entrar en casas para comprobar si había o no voluntarios. Hay barricadas y ‘checkpoints’ en diferentes puntos de la isla y nos obligan a mostrar el pasaporte», cuenta Correa. «Por suerte, yo vivía cerca de mi trabajo, salía de casa y caminaba ocho metros, no sentí mucho la inseguridad, pero otros compañeros sí. Ha habido casos de mucha ansiedad», relata ella.
«Hemos visto las miradas, hemos sentido la hostilidad… Estabas en tu entorno, en tu hogar, y de repente te sientes inseguro yendo por la calle o al supermercado. Para muchos era imposible salir de casa porque ir a trabajar podría significar sufrir una agresión», añade Miquel Àngel. Ambos han visto cómo su trabajo, vital para colectivos tan desesperados, se ha quedado en un inquietante ‘standby’.
«En mi caso, la finalidad es proveer de guitarras y otros instrumentos para que estas personas encuentren en la música una vía de salida o al menos un pasatiempo. No consiste tanto en trabajar específicamente el trauma como en encontrar un punto de reconexión, de socialización», cuenta Miquel Àngel, que daba clases de ukelele o guitarra en los barracones del campo de Moria.
Situaciones críticas
Myriam, por su parte, impulsa un proyecto de escolarización social, y es responsable de desarrollar in situ actividades como la terapia psicomotriz. «Mi trabajo en concreto es hacer grupos terapéuticos y sesiones individuales», relata. En suma, tejer una red de ayuda mental clave en esas situaciones tan críticas. «Procuramos crear espacios en los que los refugiados puedan tener algo de salud mental. Intentamos sacarlos en la medida de lo posible de Moria y que no se pasen todo el día allí, rodeados de violencia».
Cada día que pasa sin regresar de Atenas hasta Lesbos, donde residían, supone agravar el drama de los refugiados, que siguen llegando sin descanso. «La emergencia es grande –tercia Myriam–. A diferencia de años anteriores, en los que la llegada se concentraba entre los meses de mayo y octubre, esta vez no se ha parado, han seguido viniendo y hay cifras de récord».
La situación ha empeorado en los últimos días. «Desde el pasado sábado pasado ya no opera ninguna ONG en Moria, ni siquiera las que reparten la comida. Ahora es un auténtico desastre, es algo catastrófico. Pánico, la gente lanzando las bolsas, enfrentándose por conseguir un bocadillo… Si antes ya lo que comían era terrible, por las colas, esto es peor que animales. Solo quedan los médicos, que han reducido al 25% su actividad, y no descartan irse», cuenta Myriam.
Para agravarlo todo, hace poco ardió One Happy Family, un centro de día de refugiados, cercano a Moria, donde los dos cooperantes de Tarragona desarrollaban parte de su labor. «Pensamos que e incendio tiene que ver con gente de la isla, porque no hay aparatos electrónicos y todo está hecho a mano. No se ha investigado lo sucedido. Era un centro circular al aire libre, con gimnasio, tres aulas, clínica, espacio de actividades recreativas y para repartir comida», explica.
Myriam y Miquel Àngel siguen recluidos en Atenas, impulsando proyectos para recaudar fondos pero sin poder ayudar en Lesbos y atrapados, para más inri, por la crisis sanitaria. «Ahora la situación es más complicada aún. Tampoco podemos volver a casa. Las autoridades están centradas en el coronavirus, que ha empezado a ser más letal. Nos hemos ido, que era lo que querían. Ya no se habla de nosotros. Tampoco podemos volver a casa. Nadie protesta y todos están contentos. Los que pierden son ellos, los refugiados que siguen allí».