La joven militante del Partido Socialista de los Trabajadores fue asesinada por un comando de extrema derecha la noche del 1 de febrero de 1980
ALEJANDRO TORRÚS. PÚBLICO.- Era el 1 febrero de 1980. Franco había muerto cinco años antes, España ya tenía una Constitución y en los libros de Historia dicen que el país ya era entonces una democracia. La joven de 19 años Yolanda González, estudiante de electrónica y militante del Partido Socialista de los Trabajadores, acababa de llegar a casa. De repente, llamaron a la puerta de su casa en Madrid.
– «Soy Luis, ¿Está Yolanda?»
La joven abrió mínimamente una rendija y desde el otro lado entraron con todo. Iban armados. Registraron mínimamente la casa y se llevaron a la joven. Dijeron que eran policías. La metieron en un coche. Gritaban que Yolanda era de la ETA. Pararon en un descampado. La hicieron bajar del coche. Uno de los captores apuntó a su cabeza con su pistola P-38 Walther. Disparó. Otra vez. Ordenó a su acompañante que efectuara un tercer disparo. Los dos eran de Fuerza Nueva. Yolanda cayó al suelo. Estaba muerta.
Este sábado se cumplen 40 años del asesinato de Yolanda González, la que para muchos es la última víctima del franquismo. Sus compañeros de militancia en el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) se han unido para publicar la obra Los amigos de Yolanda (Andavira), un libro en el que vuelcan sus recuerdos, anhelos y retales de una juventud en la que creyeron en la posibilidad de la revolución. El asesinato de Yolanda fue una prueba más de la connivencia entre determinados sectores de la Policía y los grupúsculos terroristas de extrema derecha
«El asesinato de Yolanda me dejó anonadado, asustado, responsabilizado e indignado. Anonadado porque fue un golpe totalmente inesperado, nunca había sucedido algo así desde la Guerra Civil. Asustado porque planeaba la sospecha de que todavía vinieran a por mí. Responsabilizado porque daba vueltas en mi cabeza la pregunta de si yo podía haber hecho algo para evitarlo, y me costó tiempo convencerme de que los únicos responsables eran los asesinos y sus instigadores», escribe en la citada obra Alejandro Arizkun, el novio, en aquel momento de Yolanda.
Pero Arizkun no podía haber hecho nada para evitarlo. El asesinato de Yolanda fue una prueba más de la connivencia entre determinados sectores de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y los grupúsculos terroristas de extrema derecha. El proceso judicial que siguió, de hecho, muestra las carencias de una Transición que permitió a jueces, fiscales, policías y demás construir la impunidad del presente sin tener que rendir cuentas por la represión del pasado.
Emilio Hellín, autor de los dos primeros disparos, fue condenado a 43 años y medio de prisión. Sin embargo, consiguió fugarse de prisión en febrero de 1987 y se instaló en Asunción (Paraguay). Regresaría a España en septiembre de 1990 tras ser detenido por la Interpol. Finalmente, cumplió 14 años en prisión de los 43 años a los que fue condenado. Ignacio Abad, autor del tercer disparo, fue condenado a 28 año, ocho meses y un día.
Los otros dos integrantes del comando ultraderechista, Félix Pérez Ajero y José Ricardo Prieto, fueron sentenciados a seis años. El ex guardia civil en la reserva y responsable de Seguridad de Fuerza Nueva, David Martínez Loza, también fue condenado a seis años por inducción del secuestro de Yolanda.
Pero las penas no reflejan el suplicio que se convirtió el proceso judicial para familiares y amigos. El periodista Carlos Fonseca cuenta en la obra No te olvides de mí (Planeta) cómo el juez denegó los requerimientos de las acusaciones para que investigara si las armas incautadas pertenecían a los Cuerpos de Seguridad y también da cuenta de la desaparición de un ordenador en el lugar de trabajo de Hellín que los abogados sospechaban podía estar conectado con los servicios de información. También se ignoraron las acusaciones que se hicieron contra otros miembros de Fuerza Nueva.
«Con los años he entendido que la asesinaron por ser mujer, joven, luchadora y vasca»
«Había armas del Ejército regular en la oficina de su asesino, Emilio Hellín, la cabeza del comando, que sigue sin arrepentirse. Me dejó anonadado su presentación ante al juez al comienzo de la vista,delante de la familia y de todos nosotros: ‘Señor juez, yo soy hijo del cuerpo’. Nació en casa cuartel de la Guardia Civil, y se consideraba parte del aparato del estado por nacimiento», recuerda Ángel Varón, compañero de militancia de González.
Pero la vergüenza de vivir en un país que no termina de romper con su pasado más oscuro regresó 33 años después. «Como una pesadilla que no acaba, en 2013 descubrimos que su asesino, Emilio Hellín, había trabajado asesorando a fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado», recuerda Marta Cárdaba, compañera del PST de Yolanda González.
El periodista José María Irujo destapó que Hellín había colaborado con el Ministerio del Interior como asesor de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado en investigación criminal durante los años 2006, 2008, 2009, 2010 y 2011. Unos servicios por los que había cobrado 140.000 euros. El entonces ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, se limitó a decir en sede parlamentaria que el asesino trabajó para su departamento cuando gobernaba el PSOE.
Una lucha del presente
Y la familia de Yolanda, natural y política, continuó luchando por mantener viva la memoria de la joven. Por una parte, la familia de González sigue reclamando que Yolanda sea considerada como una víctima del terrorismo, una condición que le ha sido negada a pesar de que su asesinato fue reivindicado por el Batallón Vasco-Español que, en palabras del periodista Carlos Fonseca, «es un poco el precedente de los GAL».
Por otro, se consiguió, tras años de lucha, que en junio de 2015 el Ayuntamiento de Madrid pusiera el nombre de Yolanda a unos jardines de la ciudad y en noviembre de 2018 se instaló gracias a la Junta de Distrito de Latina del Ayuntamiento de Madrid una placa en recuerdo de la joven explicando la lucha de González y el modo en el que fue asesinada.
Sin embargo, la placa ha sido vandalizada hasta en cuatro ocasiones. Una mañana amaneció con una cruz gamada (símbolo nazi); otra, completamente borrada con pintura; mientras que en otras dos ocasiones fue arrancada literalmente. «Día tras día, sus compañeros y vecinos del barrio luchan para que esa canalla fascista, compañeros de viaje de sus asesinos, no ensucien con sus pintadas la placa del parque que lleva su nombre», escribe Jacobo Bermejo en la obra Los amigos de Yolanda.
La tarea de mantener viva la memoria de la joven se agudiza en este cuarenta aniversario de su asesinato. A la publicación de la obra, que se presenta este sábado en Madrid, se une una concentración/homenaje el domingo en Madrid (metro Campamento) a las 11:00 horas y otro homenaje a las 12.30 horas en la ciudad de Alcorcón, que contará con la participación de Asier González, hermano de Yolanda; Marta Córdoba, amiga de la joven; el exalcalde de Madrid Juan Barranco y, entre otros, José María Benítez de Lugo, abogado de la familia.
«Su asesinato creo que nos cambió a todos la estructura en nuestra cabeza; no hacíamos daño a nadie, solo militábamos para cambiar las cosas en las que creíamos, dejándonos la piel en cada huelga, en cada empresa, en cada conflicto, en cada actividad, siempre luchando por un mundo más justo y más igualitario. Los días del asesinato y posteriores los recuerdo cómo una pesadilla ya que no entendía nada. Cómo por ser mujer, joven, luchadora y vasca se podía cometer esa brutalidad; con lo años he entendido que justo por ser todo eso la asesinaron», sentencia Mari Carmen Albasan Martín Camuñas.