El Tribunal de la Haya declara culpable al exguerrillero Bosco Ntaganda
XAVIER ALDEKOA. LA VANGUARDIA.- Fue el arquetipo de señor de la guerra congolés. Jefe rebelde despiadado, hábil en la estrategia militar y con una ambición desatada, Bosco Ntaganda lideró varios grupos armados en el este de la República Democrática del Congo que sembraron el caos entre la población durante años.
Su apodo, el Terminator de Congo, apunta la crueldad de sus crímenes: ordenó a sus hombres que violaran, robaran y asesinaran a civiles y usó el terror para sembrar el pánico, provocar desplazamientos masivos, y controlar así lucrativas minas de oro y coltán de la zona. Su poder y riqueza fueron tan gigantescos como su falta de escrúpulos: sus soldados arrasaban aldeas enteras y acababan a golpes con la vida de bebés, violaban en grupo a mujeres y mutilaban a ancianos.
Acostumbrado a la impunidad, Ntaganda, quien llegó a integrarse en el 2009 en el ejército congolés durante un tiempo, tras un acuerdo a la desesperada y muy criticado con el gobierno congolés, regresó luego a la selva para liderar otro movimiento rebelde porque pensaba que su enorme influencia le protegería para siempre. Ayer se confirmó que no será así. La Corte Penal Internacional declaró al exguerrillero Ntaganda culpable de 18 cargos de crímenes de guerra y contra la humanidad, entre ellos los de asesinato, violación, esclavitud sexual y reclutamiento de niños soldado. Las atrocidades fueron cometidas en la región de Ituri en los años 2002-2003, cuando Ntaganda era la mano derecha del general Thomas Lubanga, entonces líder rebelde del grupo Unión de Patriotas Congoleses, y quien fue condenado a 14 años por la Haya en el 2012.
La sentencia que determinará el tiempo que Ntaganda, de 45 años, debe permanecer en prisión será determinada más adelante. La pena máxima en el tribunal de La Haya es de 30 años, aunque puede imponerse la cadena perpetua en casos excepcionales.
Aunque el líder rebelde congolés es la cuarta persona condenada por el TPI desde su creación en el año 2002, la condena de ayer aportó una novedad significativa ya que se aceptaron por primera vez los cargos de esclavitud sexual y abusos sexuales contra hombres, a menudo de su propia milicia. Los tres jueces del tribunal internacional determinaron que Ntaganda y sus hombres, además de secuestrar a menores para obligarlos a luchar, raptaron a varios niños y mujeres a los que usaron como esclavos sexuales durante años. Según el juez presidente del caso, Robert Fremr al menos tres niñas “de menos de 15 años sufrieron violaciones de forma repetida”. Tras escuchar a más de 2.100 víctimas —se formaron varios grupos con representantes legales— los magistrados consideraron probado que el Terminator de Congo mató con sus propias manos a un cura católico.
Ntaganda escuchó ayer las palabras condenatorias del juez con el gesto serio y la mirada fría, consciente de su error de cálculo. En el 2013, fue él mismo quien se entregó en la embajada de Estados Unidos de RD Congo después de haber estado en busca y captura desde que el TPI emitiera una orden de arresto contra él en el 2006. Según varios analistas, su entrega no fue motivada por el arrepentimiento sino porque su vida peligraba tras una lucha de poder dentro del grupo rebelde M-23.
Para la organización de derechos humanos Human Rights Watch, la decisión de La Haya confirma el fin de la impunidad de Ntaganda y manda un mensaje claro a quienes siguen derramando sangre en RD Congo. “El esperado juicio aporta una importante sensación de justicia a las víctimas de Bosco Ntaganda y pondrá en alerta a otros responsables de graves crímenes”, señaló Maria Elena Vignoli, portavoz de HRW. Para las organizaciones de defensa de los derechos humanos congoleses, la decisión de La Haya provocó una ola de esperanza y alegría, pero sin excesos. Queda mucho trabajo por hacer: sólo el pasado mes de junio, la zona donde el Terminator de Congo perpetró sus peores crímenes vivió un resurgimiento de la violencia a mano de varios grupos rebeldes. Más de 300.000 personas se vieron obligadas a huir de sus casas.