El debate del domingo de los candidatos a la presidencia de Madrid fue todo un escaparate para las ideas xenófobas de Vox sin que los demás candidatos creyeran necesario contestarlo
ÍÑIGO SAENZ DE UGARTE. ELDIARIO.ES.- Los grandes debates televisados ya han conseguido pasar otro umbral en esta campaña: ofrecernos un discurso racista en horario de máxima audiencia sin que tenga la respuesta que se merece. Tanta discusión en los últimos meses sobre si algunos partidos o medios de comunicación estaban blanqueando el discurso de la ultraderecha para que al final resulte que es uno de los episodios considerados importantes en la llamada ‘fiesta de la democracia’ el que realiza la misma misión de forma mucho más efectiva.
El debate se celebró en la noche del domingo en Telemadrid entre los candidatos a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Entre los protagonistas, estaba la representante de Vox, Rocío Monasterio, que tuvo vía libre para ofrecer su discurso xenófobo con la única limitación de ajustarse al tiempo asignado. Tuvo el mismo impacto entre los demás asistentes al debate que si hubiera hablado de las inversiones en trenes de cercanías.
Monasterio afirmó que la sanidad madrileña está «colando» a inmigrantes sin papeles en atención primaria –ella los llamó ilegales– mientras los españoles se ven obligados a esperar tres meses para ser atendidos por enfermedades mentales. Es una forma de reciclar uno de esos mensajes que circulan con frecuencia por WhatsApp y que desvelan una suerte de conspiración global por la que los más pobres y en situación irregular reciben todo tipo de privilegios.
Los demás candidatos ni se inmutaron. Ni siquiera cuando Monasterio demostró su ignorancia sobre un asunto que todos los demás debían conocer sin necesidad de revisar los papeles. Cuando exigió reciprocidad en el tratamiento de españoles en el extranjero, algo que ya existe, al menos con aquellos países con los que España tiene firmados convenios de asistencia sanitaria mutua.
Ignacio Aguado, de Ciudadanos, sí encontró tiempo para lanzar un ataque contra Vox al atribuirse el mérito de cerrar en esta legislatura el «chiringuito» de la Comunidad de Madrid del que disfrutaba Santiago Abascal. Para un argumento que utiliza contra Vox y resulta que es falso. Abascal abandonó el cargo que le concedió Esperanza Aguirre en diciembre de 2012 –fue cerrado por los recortes– y luego tuvo otro por cortesía del Gobierno de Ignacio González hasta que ese organismo fue clausurado a finales de 2013.
No fue la única falsedad que coló Aguado, que habla tan rápido que es difícil exigirle que todo lo que diga sea cierto. No es mala táctica. Los periodistas suelen conceder la victoria en los debates al candidato que habla con más velocidad y decisión. Acusó a Ángel Gabilondo de haber recortado en un 46% la educación no universitaria cuando era ministro de Educación en el Gobierno de Zapatero. La cifra real de descenso presupuestario fue del 4,6% entre 2009 y 2011.
Hubo una segunda oportunidad para refutar el discurso racista, propiciada por una pregunta de uno de los dos moderadores, que animó a Monasterio a que hablara de los ‘menas’, los menores extranjeros no acompañados que llegan a España. Parecía un poco extraño que ese fuera un tema tan importante en esta campaña electoral en un debate de una hora y 40 minutos en el que cada candidato tuvo tres minutos cada uno para hablar de sanidad y de educación, dos asuntos que afectan a más gente.
La candidata de Vox estuvo encantada de aprovechar la oportunidad para decir que esos menores «atacan y agreden sexualmente a las asistentes de centros y campan a sus anchas por los barrios atemorizando a los mujeres». Algo parecido a cuando Donald Trump llamó «violadores» a los inmigrantes mexicanos. No suscitó ninguna reacción específica de rechazo.
La obsesión habitual en la extrema derecha al relacionar inmigración y delincuencia tuvo un tercer ejemplo en la intervención de Monasterio. En un momento en que los demás hablaban de tráfico y transporte urbano, ella reclamó que haya menos cámaras de tráfico y más cámaras de seguridad, como si fueran alternativas excluyentes, para vigilar a los delincuentes, a los que identificó como «bandas latinas» y «bandas de magrebíes».
Nadie saltó para contestarle. Los demás candidatos prefirieron atenerse a la cartilla que llevaban preparada, cada uno la suya. Ya es bastante arriesgado un debate electoral como para ponerse a improvisar. Cada uno tenía sus prioridades. Impuestos, pobreza, sanidad, empleo, deuda… Refutar las ideas racistas de Vox no estaba en la lista.
Al día siguiente, los tuiteros de izquierdas estaban más interesados en hablar de Amancio Ortega. Parece que los mensajes xenófobos en televisión ya no provocan ninguna alarma especial.
El debate del domingo fue un aperitivo de lo que ocurrirá desde este martes en el Congreso con el inicio de la nueva legislatura. Los resultados electorales de abril decidieron que Vox sólo será un grupo más de la oposición, y no el sostén decisivo de un nuevo Gobierno. Pero formará un grupo de 24 diputados con el derecho a presentar todo tipo de iniciativas parlamentarias.
En Italia, los sondeos de Ipos indicaban en 2014 que sólo el 3% de los ciudadanos creía que la inmigración era un problema grave. Tres años después, esa cifra había subido al 35% por toda una serie de razones, incluida la falta de un discurso político que hiciera frente a las ideas xenófobas. Cuatro años después, Matteo Salvini llegaba al Gobierno. Cinco años después, su partido, la Liga, se prepara para ser el más votado en las elecciones europeas de mayo.