Los gestos antisemitas, los agresiones a la policía y el conspiracionismo dañan la imagen del movimiento
MARC BASSETS. EL PAÍS.- Resulta imposible encerrar en una ideología coherente un movimiento tan amplio y diverso como los chalecos amarillos. Pero en los últimos días, a medida que perdían capacidad de convocatoria en la calle, se han hecho visibles sus aspectos más inquietantes.
A la última manifestación en París, el sábado, acudieron unas dos mil de personas. Quedó ensombrecida por gestos considerados antisemitas y por un intento de agresión a la policía. Ni la violencia ni los discursos ultra son nuevos. La diferencia es que ahora adquieren un mayor relieve.
Es como si en los escombros de la revuelta —y cuando las concesiones del Gobierno francés, la proximidad de la Navidad y la fatiga de los activistas han calmado un poco los ánimos— solo siguiese en pie un núcleo duro. Los que hacen llamamientos a la insurrección. Los que han divulgado teorías conspiratorias sobre el atentado yihadista en Estrasburgo del 11 de diciembre. O los que decapitan un muñeco de Emmanuel Macron, como sucedió el viernes por la noche en Angulema, en el oeste del país. La prefectura del departamento Charente denunció los hechos a la fiscalía por «ataque grave tanto a la persona como a la función del presidente de la República».