ERNESTO TENEMBAUM. EL PAÍS.- La escandalosa suspensión del partido de futbol más importante de la historia argentina no fue un accidente, un error policial o la consecuencia del exabrupto de veinte inadaptados. La suspensión se produjo en medio de un caldo de cultivo producto de una seria crisis de autoridad cuyas causas más importantes, incluyen el vínculo obsceno entre el poder político y el delito, últimamente vinculado al narcotráfico. En ese contexto en el que cualquier cosa puede pasar.
Para entenderlo hay que remitirse a varios antecedentes próximos. El martes pasado se jugó un partido de segunda división. La barra brava del local, All Boys, intentó entrar al vestuario de los jugadores visitantes para golpearlos. Los policías que intentaron intervenir debieron huir de una manera vergonzosa: estaba claro quién era la autoridad. Como fue denunciado en múltiples notas periodísticas, la barra brava de All Boys está vinculada directamente a grupos que distribuyen droga en un barrio de la Capital de la Argentina. Nadie los molesta: tienen protección.
Esa misma policía, que debió huir, era la que tenía que garantizar que todo transcurriera correctamente en el Boca-River más importante de la historia. Podía no haber pasado nada, o podía haber sido mucho peor. Era una lotería.
Estas cosas ocurren periódicamente. Veinte días antes del escándalo, otro clásico debía jugarse en Argentina, entre Rosario Central y Newell’s Old Boys, los clubes más populares de Rosario, una de las ciudades más pobladas del país. Se jugó sin espectadores, a cientos de kilómetros de la ciudad, para evitar muertos. Las barras bravas de ambos clubes están dominadas por el poderoso narcotráfico local.
Entre uno y otro episodio hubo tiroteos entre facciones de la hinchada de un club barrial, llamado Deportivo Laferrere: uno de los hinchas fue filmado mientras disparaba con una ametralladora. El líder de la banda había sido detenido un par de semanas antes, por sus obscenos vínculos con la venta de droga y con la política local. Sus sucesores decidieron disputar a tiros su lugar.
Eso pasó solo en un mes. Basta guglear «barras bravas Argentina droga» para comprender la magnitud del fenómeno.
¿Por qué razón ha ocurrido esto? ¿Por qué no sucede como en Europa donde los violentos fueron marginados? Precisamente porque no son marginales: están enquistados en lo más alto del poder.
En Argentina, por ejemplo, es casi imposible adquirir por internet una entrada para estos espectáculos. En el segundo que salen a la venta, desaparecen. ¿Hacia dónde van? Esta semana, el jefe de la barra brava de River Plate fue encontrado con cientos de entradas, que se venden en paralelo, a diez veces el valor oficial. Así es todo.
Para tener una evidencia de lo alto que llega la protección es necesario detenerse en tres personajes. Uno es el presidente actual, Mauricio Macri. Antes de llegar al poder, Macri fue presidente de Boca Juniors. Quien lo sucedió en ese cargo fue Daniel Angelici, un empresario de los juegos de azar. Angelici controla a los funcionarios del área de seguridad de la ciudad de Buenos Aires y a un sector de la Justicia local. Cada vez que la barra brava de Boca tiene un problema, el hombre se los resuelve. La barra de Boca es una federación de grupos que controlan barrios enteros. Allí trabajan para políticos, sindicalistas, y distribuyen droga. Entre sus integrantes hay gente que estuvo presa por homicidio.
El segundo personaje es Cristina Kirchner, la presidenta anterior a Macri. Durante su mandato los barras bravas fueron felicitados por ella misma en un recordado discurso y financiados de manera obscena y abierta. A cambio, garantizaban controles territoriales, levantaban banderas en contra de los enemigos del Gobierno y tenían impunidad garantizada. Los efectos de esos pactos fueron terribles: más muertes en los estadios que nunca, hasta que se suspendió la participación de las hinchadas visitantes. El tercer personaje es Hugo Moyano, el sindicalista más poderoso del país, cuyo yerno es el presidente de la Asociación de Futbol. Moyano preside el Club Independiente, uno de los más grandes de Argentina. El jefe de la barra brava de ese club fue detenido después de haber sido mimado durante años por Moyano y su familia. El guardaespaldas de Moyano era uno de los hombres clave de la barra del club.
Es sobre ese barril de pólvora sobre el que se jugaba el superclásico. Lo sorprendente no es que terminara mal esta vez. Lo sorprendente es que alguna vez las cosas terminen bien.
El método que se aplica para gobernar el fútbol no es muy diferente del que se recurre para gobernar el país. Tal vez en el escándalo del Boca-River haya alguna explicación para el deterioro progresivo de un país. Ojalá hubiera sido, apenas, un hecho aislado.