ÁLVARO CARVAJAL. EL MUNDO.- Cae una lluvia fina en Almería. Siempre bien recibida en una tierra con sed y que no se entiende sin la agricultura ni los invernaderos. Pero hay otra lluvia invisible y más intensa que estos días anda empapando toda la provincia y que ha hecho que todo el país fije sus ojos aquí. Vox tiene serias opciones de lograr en las elecciones andaluzas los primeros escaños para la extrema derecha en Españadesde Fuerza Nueva en 1979. El interrogante es qué provoca que este fenómeno haya permeado de esta manera y alcance su mayor auge en la provincia de Almería, según apuntan la mayoría de las encuestas.
Entre los distintos factores que se enumeran, los interlocutores consultados y una decena de simpatizantes de Vox coinciden en señalar la inmigración como uno de los principales. El discurso de mano de hierro, que las ONG y la izquierda tachan de xenófobo, ha prendido en la provincia española con mayor porcentaje de extranjeros. Son un 19,7%, lo que duplica la media nacional (10,1%) y aún más la andaluza (7,4%). Aquí conviven hasta 110 nacionalidades.
Una mayoría de estos inmigrantes trabaja en invernaderos como los de El Ejido, donde se desataron en el año 2000 los disturbios racistas más graves que ha habido en España. En este mar de plástico formado por los cultivos, la población extranjera ronda el 20%. Un índice que se repite en otros tantos municipios almerienses. La gran mayoría son magrebíes.
Un taxista «que jamás votará a una extrema, sea del color que sea», deja en evidencia con sus palabras hasta qué punto existe un caldo de cultivo en la sociedad. Pese a rechazar a Vox, tampoco es ajeno a interiorizar ciertas afirmaciones. Por un lado, la de vincular la inmigración con la inseguridad y, por otro, denunciar que tienen «preferencia» a la hora de recibir ayudas sociales.
Son, precisamente, dos ideas que Vox explota en sus mítines. En ellos alerta de «una auténtica invasión que pretende sustituirnos» y que está «destruyendo muchos barrios y pueblos». Y se pregunta «por qué hay que ser solidarios con quienes asaltan nuestras fronteras y vienen exigiendo ayudas sociales y viviendas», cuando hay familias españolas que lo están pasando mal. «Nosotros hemos venido para decir que va a haber solidaridad con los españoles».
El término «invasión» fue repetido por lo menos cuatro veces el pasado jueves en un acto en la capital almeriense. Y fue ovacionado por cientos de asistentes. Entre los que aplauden, no busquen sólo a «fachas de brazo en alto» -aunque a algunos se les intuye- ni a «pijos», porque son los menos. La mayoría de la gente que acude es de apariencia sencilla, incluso humilde, que bien podría encontrarse en el supermercado del barrio, aunque casi todos evidencian una mentalidad previa conservadora o de derechas.
En torno a ese perfil, Vox ha articulado un discurso nacional-populista que sobre todo bebe de la indignación por los estragos de la crisis y del hartazgo con los políticos por la falta de soluciones, y que incide en el agravio, la vulnerabilidad de los ciudadanos y el desamparo por parte de las instituciones. Con esta retórica, al estilo de Salvini en Italia o Le Pen en Francia, se dispara contra todo y todos: partidos «inútiles», inmigrantes, Bruselas, independentistas…
Sus votantes dicen sentirse discriminados por los servicios sociales en el acceso de ayudas como las becas o la dependencia. O el acceso a una vivienda o un trabajo. «Hay gente pagando impuestos y sus hijos no tienen libros ni comedores gratuitos pero, en cambio, los inmigrantes tienen derecho a todo. Ves eso y te cansas, porque vas a pedir ayudas y no hay nada para ti», señala una señora de unos 50 años, junto a su marido.
Los más jóvenes, un chico de 30 años y una chica de 32, «defraudados» por el resto de las fuerzas políticas, inciden cada uno por separado en esa misma idea y dicen sentirse atraídos por «un partido diferente» que plantea dar «prioridad» a los españoles en lugar de «privilegiar» o repartir «alegremente el dinero» entre los inmigrantes.
«Somos de extrema necesidad», exclama Vox a modo de eslogan, y arroja un puñado de soluciones populistas, como cerrar las fronteras a los inmigrantes y «levantar un muro en Ceuta y Melilla«. Como suprimir las autonomías. Como la eliminación de los cargos «y las cargas» en la Administración.
El hilo nacional-populista de Vox y la apelación a las necesidades, en una región golpeada por la corrupción y el desempleo, llega al punto de que en sus actos se dirigen al votante desencantado de Podemos, partido que hasta ahora había canalizado el malestar social. Lo dicen así: «Sé que la crisis ha sido muy dura y has votado con indignación, pero ya vemos qué hacen los líderes de Podemos además de comprarse casoplones: entregar el país a la inmigración ilegal» o pactar con «quien rompe España«.
Es apenas preguntar por Vox y los simpatizantes niegan por su propia iniciativa -«para aclarar», dicen- definirse como «ultraderecha». Rehúyen y discrepan de esa etiqueta. Desde el atril usan otro concepto. «¡Os pido que os unáis a la resistencia!». El fervor de los aplausos deja claro que ahí sí se reconocen.
Hay más elementos con los que Vox trata de conectar en Almería. Uno es el agua, imprescindible en la economía local. Promete retomar un plan hidrológico nacional, «abandonado» por el PP, para traer agua a los cultivos desde otros lugares de España. Por otra parte, apela al proteccionismo frente a los productos agrícolas de Marruecos que «hacen caer los precios» con la complicidad de la UE, que trata a Rabat, se lamentan, como si fuera un socio más. Frente al discurso de Vox y desde su trabajo con los inmigrantes, el portavoz de la ONG Andalucía Acoge, José Miguel Morales, denuncia que se está «manipulando» para «enfrentar a la población». En Almería hay gente que se siente «maltratada socialmente», dice. Por ello, alerta de que resulta «tremendamente peligroso», ya que puede crear «confrontación» social. «Tensiones» que dice estar sufriendo ya la ONG.
«España es una referencia en Europa en cuanto a atravesar una crisis sin caer en la lucha ni la pelea de los pobres contra los pobres, y podemos perder esa década de cohesión por un debate electoralista que busca un escaño», lamenta Morales.
El más afectado por la irrupción de Vox es el PP. Su secretario general en Almería, Javier Aureliano García, se desmarca de la retórica contra la inmigración y la tacha de «radical». «Allá ellos, nosotros creemos en la responsabilidad frente a las soluciones fáciles y populistas», dice. «No creen en Europa», asegura incidiendo en sus críticas y en sus diferencias. Y niega un efecto contagio al PP. La culpa, dice, la tiene el PSOE, porque son «máquinas de fabricar populismo».