Unas 200.000 personas se manifiestan en Varsovia para celebrar el centenario de la independencia en una marcha del Gobierno a la que se han sumado varios grupos de extrema derecha europeos
MARÍA HERVÁS. EL PAÍS.- “Estamos aquí para apoyar a nuestros hermanos polacos. Hoy es un día grande para ellos”, dice Jan Sunka, un nacionalista de Eslovaquia de 19 años que llegó este domingo hasta Varsovia en coche desde el país vecino acompañado por una treintena de amigos. Ninguno de ellos se quería perder la marcha de la independencia organizada por el Gobierno ultranacionalista polaco con motivo del 100º aniversario de la independencia del país.
Más de 200.000 personas han asistido a la convocatoria del Ejecutivo en la que destacó la participación de los grupos de extrema derecha de Polonia y de otros países como Hungría, Italia o Eslovaquia. Miles de ciudadanos tomaron pacíficamente las calles del centro de la capital para festejar la fecha del 11 de noviembre de 1918, cuando el país, tras el final de la Primera Guerra Mundial, volvió a aparecer en los mapas tras haber pasado 120 años invadido por tres potencias que se repartieron el territorio: Rusia, el Imperio austrohúngaro y Prusia.
La manifestación fue convocada en un primer momento por los grupos ultras, como lo vienen haciendo todos los años por este día desde 2009. En la convocatoria de 2017 llegaron a reunir a más de 60.000 asistentes bajo el lema “Queremos a Dios”, reivindicando así la importancia del catolicismo en la identidad europea. Sin embargo, la alcaldesa saliente de Varsovia, Hanna Gronkiewicz-Waltz, intentó prohibir la celebración de esta convocatoria el pasado miércoles alegando que no podía asegurar el orden público por la violencia de sus participantes.
La regidora, que pertenece al partido de la oposición Plataforma Cívica, declaró: “Varsovia ya ha sufrido bastante en su historia con el nacionalismo agresivo”. Pero un tribunal rechazó esa prohibición. El Gobierno del PiS reaccionó ese mismo día y comunicó que iba a ser el Ejecutivo el que organizara una nueva marcha que representara a todos los polacos. Para ello tuvieron que negociar con las organizaciones radicales del país. Así que se haría una manifestación conjunta.
Pero las autoridades gubernamentales pidieron a los grupos de extrema derecha que abandonaran las proclamas xenófobas si querían participar en el evento. El lema elegido por los neofascistas fue: “Dios, honor y patria”. «La fiesta pierde su carácter festivo. Hoy se han manifestado por motivos políticos», lamenta el historiador de la universidad de Varsovia Jan Kienewicz.
“Una polaca de verdad, y no esa señora [en referencia a la alcaldesa de Varsovia], no hubiera prohibido la marcha”, critica Halina, una jubilada de 74 años que no quiere dar su apellido. Algunos grupos extremistas llaman de manera peyorativa a la alcaldesa Gronkiewicz «judía». La abuela Halina viene todos los años a esta marcha con un grupo de amigas jubiladas. “Estamos aquí porque apoyamos a nuestros gobernantes y queremos que vuelvan los polacos emigrados a esta gran patria. Lo que no queremos son musulmanes”, sentencia con su bandera polaca en una mano mientras intenta hacerse un hueco entre la multitud.
Michal Jonski ha venido con su mujer Marta y sus tres hijos. «Esto no es peligroso. Son los medios de comunicación los que lo magnifican. Somos gente normal. Aquí puede venir todo el que quiera, incluso un negro si quiere», dice este padre de familia de 40 años.
El recorrido de esta marcha tenía tres kilómetros: los que separan la céntrica rotonda Dmowskiego con el estadio nacional de fútbol de Varsovia, al otro lado del río Vístula. Decenas de miembros de Jobbik, el partido político xenófobo y ultraderechista de Hungría, se congregaban cerca de la rotonda antes de que el presidente de la República, Andrzej Duda, que encabeza la marcha junto a otros miembros del Gobierno, tomara la palabra.
“Estos 100 años han sido 100 años de gloria y amistad entre polacos y húngaros”, decía el portavoz de las Juventudes de Jobbik, Szabolcs Szaley, que ha llegado a la capital hoy en avión. Sebastian Cholewa llegó ayer desde Reino Unido. “Soy polaco, pero trabajo en Bradford. No me quería perder esto”, cuenta este camionero de 43 años que dejó su tierra natal en 2004, cuando Polonia entró a la UE y se abrieron las fronteras para miles de polacos. «No estoy muy a favor de lo que hace la UE: quiere imponer a Polonia las normas y eso no lo podemos permitir, el pueblo es soberano», defiende.
Uno de los momentos más tensos de la tarde ha sido cuando los ultras empezaron a insultar y a tirar bengalas a un grupo de 200 personas pertenecientes al movimiento cívico Obywatele RP (Ciudadanos de la República) que han organizado una contramanifestación en uno de los puntos fuera del trayecto. Los contrarrevolucionarios portaban la bandera polaca, la europea y del Orgullo Gay. Estaban fuertemente custodiados por la policía por miedo a que fueran atacados por los ultras. Los extremistas les gritaban: “Dale con la hoz y el martillo a la chusma roja”.
“Defendemos la Constitución, estos radicales no nos van a doblegar”, decía Pawel Kasprzak, su portavoz. Esta escena mostraba la fractura de la sociedad polaca entre los más europeístas y los más nacionalistas. “El Gobierno, muy polarizado, divide a la gente entre los que son patriotas y los que no y eso está provocando una brecha muy profunda”, explica Anne Applebaum, que recibió en 2004 el premio Pulitzer por su libro Gulag: historia de los campos de concentración soviéticos. «No deberíamos olvidar la capacidad de sobreponerse a las dificultades de un país que quedó aniquilado en la Segunda Guerra Mundial y que sufrió la dominación soviética hasta 1989», defiende la analista internacional polaca Beata Wojna.
Por la mañana, horas antes de la marcha, en un acto en la plaza Pilsudski, Donald Tusk, que fue primer ministro polaco entre 2007 y 2014, dejaba flores frente a la estatua del héroe de la independencia, Jozef Pilsudski. El presidente del Consejo Europeo declaró: “A veces discutimos demasiado, perdónanos, Polonia”.
LA ESTATUA DE LA DISCORDIA
El sábado por la tarde, en plena campaña para conmemorar el centenario de la independencia del país, el Gobierno polaco de Ley y Justicia (PiS) inauguró con honores de Estado una estatua con la figura de Lech Kaczynski, el presidente fallecido en un accidente aéreo en 2010 y hermano gemelo de Jaroslaw Kazcynski, líder del PiS. El monumento de bronce, de casi siete metros, está al lado de otra estatua del héroe de la independencia Józef Pilsudski, en la plaza más grande de Varsovia. La estatua ha levantado ampollas entre los contrarios al Ejecutivo, que critican que se equipare al gran líder nacional con el antiguo mandatario.