El próximo viernes se estrena El fotógrafo de Mauthausen, basada en la vida de Francesc Boix. El prisionero español lideró una operación para robar a los miembros de las SS las fotografías que probaban los crímenes cometidos en ese campo de concentración. La directora Mar Targarona espera que su obra resulte especialmente útil ahora que en Europa crecen los movimientos xenófobos
CARLOS HERNÁNDEZ. ELDIARIO.ES.- En los últimos setenta años todas las generaciones de españoles hemos crecido contemplando multitud de películas, made in Hollywood, dedicadas a héroes estadounidenses, británicos o franceses de la II Guerra Mundial. Quienes combatían a los nazis o sufrían sus torturas en los campos de exterminio de Hitler siempre habían nacido en Massachusetts, Londres o Varsovia. La muerte de nuestro tirano particular abrió el camino a una amplia, aunque nunca suficiente, serie de buenos largometrajes sobre la sublevación militar liderada por Franco, la guerra y la represión perpetrada durante la dictadura.
Sin embargo, nuestro cine siguió dándole la espalda a los españoles y españolas que lucharon en la Resistencia antinazi en Europa, a quienes participaron en la liberación de París formando parte esencial de la División Lecrerc y a los que sufrieron los mismos tormentos que judíos, gitanos o soviéticos en los campos de concentración.
Teníamos nuestros héroes y les ignorábamos porque sus historias habían sido convenientemente silenciadas por el franquismo y por sus herederos. Silenciadas… hasta ahora. Este viernes, por fin, en las pantallas españolas vamos a poder admirar a algunos de esos héroes que plantaron cara al III Reich, que murieron bajo sus garras y que eran nuestros compatriotas.
El fotógrafo de Mauthausen relata la historia de Francesc Boix, uno de los 9.300 españoles que fue deportado por orden de Franco a los campos de concentración nazis. El personaje, al que da vida de forma muy notable el actor Mario Casas, pasó más de cuatro años encerrado en aquel infierno.
Boix era, no obstante, un prisionero afortunado porque había trabajado en España como reportero gráfico y eso le permitió convertirse en ayudante de los SS que dirigían el laboratorio fotográfico de Mauthausen. Allí fue, involuntariamente, testigo privilegiado del sufrimiento de sus compañeros, ya que una de sus tareas consistía en revelar las fotografías realizadas por su jefe, el SS Paul Ricken, en las que documentaba gráficamente la vida y la muerte en el campo. Por sus manos pasaron cientos de instantáneas de prisioneros esqueléticos, asesinados, electrocutados… y también imágenes en las que se veía a dirigentes alemanes como Himmler visitando Mauthausen.
Boix fue consciente de la importancia de esas fotografías y lideró una operación, realizada por la organización clandestina que formaban los prisioneros españoles, para robarlas y evitar que fueran destruidas por los nazis. Aquellas instantáneas acabarían siendo exhibidas en los históricos juicios de Núremberg contra la cúpula del III Reich, en los que Boix fue el único español que compareció como testigo.
Esta historia de película merecía una película como la que ha dirigido Mar Targarona: «Siempre me había interesado mucho la II Guerra Mundial. Me escandalizaba que hubiera una ideología tan nefasta y repugnante como la nazi, pero no encontraba la forma de hincarle el diente hasta que los guionistas me presentaron la historia de Boix», asegura la directora a eldiario.es.
El robo de las fotografías es el eje del largometraje. Sin embargo, Targarona utiliza al personaje de Boix para adentrar al espectador en aquel Mauthausen en el que perecieron, de las formas más horribles que podamos imaginar, cerca de 5.000 españoles: «El problema es que la mayor parte de nuestra sociedad sigue sin saber que hubo más de 9.000 españoles en los campos nazis. Se ha hablado mucho del Holocausto, pero nunca se ha hablado de los españoles. Es necesario que sepamos lo que pasó y esta película pretende ayudar a ello», afirma Targarona.
Para lograrlo, el equipo de El fotógrafo de Mauthausen ha recreado con enorme rigor el aspecto y la sanguinaria rutina de ese campo de concentración. Cualquier espectador que se enfrente por primera vez a esta historia se verá conmovido ante las escenas de los prisioneros españoles subiendo la llamada «escalera de la muerte», las secuencias en las que los cautivos son humillados o asesinados y las imágenes rodadas en el interior de los barracones o del crematorio.
Lo que no suele ser tan habitual en este tipo de producciones es que la misma o más emoción se despierte en aquellos que conocen muy a fondo el tema. A lo largo de la película no dejan de verse pinceladas de hechos que relataron en su día los supervivientes o que pudieron ser constatados por los historiadores: la macabra educación que recibía el hijo del comandante del campo, la curiosidad que despertaba entre los SS un español de raza negra, los trucos que usaban los deportados para comer un poco más, la maravillosa imagen de los prisioneros españoles derribando el águila que presidía una de las entradas del campo y colocando la histórica pancarta en castellano con que dieron la bienvenida a las tropas estadounidenses que les liberaron…
Targarona no ha eludido ni siquiera el espinoso asunto del prostíbulo abierto por los SS para uso, y no sé si disfrute, de sus prisioneros de mayor confianza. Un tema que requeriría decenas de páginas para contextualizarlo se resuelve magníficamente, gracias también a la breve pero conmovedora interpretación de Macarena Gómez.
No se pierdan todos esos pequeños detalles porque enriquecen enormemente el valor de esta obra. Se nota y mucho que detrás hay un gran trabajo de documentación reforzado por el asesoramiento del historiador Benito Bermejo, biógrafo de Boix y máximo experto en la deportación española. Quizás por ello, y es la mayor crítica negativa que se le puede hacer a la película, no se entiende muy bien que, especialmente en el último tercio de la misma, se incluyan tantos elementos de ficción, un tanto peliculeros, que terminan por distorsionar en parte la historia real del robo de las fotografías.
El otro «pero» tiene unos responsables más elevados y responde a lo ajustado del presupuesto destinado a recrear un lugar tan brutal y complejo como era Mauthausen. Quien más lo sufrió, la propia directora, reconoce este hecho, pero extrae aspectos positivos de todo ello: «Siempre vamos escasos de presupuesto, pero eso te obliga a comerte la cabeza y a exprimir lo que tienes al máximo. Me hubiera gustado tener más extras, la verdad, pero el que sea una película sobria… me gusta mucho». Se trata por tanto de un primer e importante paso, pero la historia de los españoles de Mauthausen aún tiene pendiente su gran superproducción, su propia Lista de Schindler.
En cualquier caso Mar Targarona ha logrado con creces su objetivo y ahora desearía que su obra sirviera también para que profesores y estudiantes la utilicen como herramienta didáctica destinada no solo a conocer esta capítulo olvidado de nuestra Historia: «Tenemos que recordar y tener memoria. Otra cosa es que nos pasemos la vida mirando hacia atrás, pero tenemos que tener memoria porque estas cosas han ocurrido y ahora están ocurriendo cosas inquietantes. Tener un ministro en Italia que habla de barcos llenos de carne humana me preocupa mucho. Me preocupa que estas ideologías o estas formas de pensar, que transmiten odio al próximo o al desconocido puedan crecer en Europa».
Si sirve para todo ello, la película también representará la culminación del trabajo que Boix comenzó en 1944 y que se refleja en una de sus mejores escenas. Acontece en el interior de las sucias letrinas de Mauthausen. Mario Casas/Boix, demacrado, con su traje rayado convence a sus compañeros de la necesidad de arriesgar sus vidas para robar las fotografías hechas por los SS. Lo hace con esta frase: «¿De verdad queréis que se olvide lo que está pasando? Nadie lo creerá si no lo ve». Si hoy siguiera con vida, Boix se sentiría feliz porque todos, también en su tierra, verán y creerán lo que pasó en Mauthausen.