La desigualdad económica, la poca experiencia multicultural y la mayor presencia de hombres explican parte del éxito de Alternativa para Alemania
EL PERIÓDICO DE ARAGÓN.- «Ciudadanos de segunda». Así es como se sienten muchos ciudadanos del Este de Alemania que, tras ser golpeados por la decepción de una reunificación que fue menos exitosa de lo prometido, se han lanzado a los brazos de la extrema derecha. La latente desigualdad económica entre los dos bloques que dividen el país abrió la puerta a un malestar que se ha traducido en el terreno político. Así se entiende que en las pasadas elecciones el partido antiinmigración Alternativa para Alemania (AfD) capturase el 21,9% de los votos, más del doble que en el resto del territorio.
Más pobreza, precarización laboral, envejecimiento demográfico y paro. Ese cóctel surgido tras la conmoción provocada por la desaparición de la RDA condenó al Este a depender de la ayuda externa, estigmatizando a sus ciudadanos como subsidiados. Así, el 56% de los ossies –como se conoce a los ciudadanos orientales– reprocha la «arrogancia» de sus vecinos del Oeste, el 38% cree que la relación con ellos no ha mejorado y el 22% incluso que ha empeorado.
Pero si todo se debe a eso, ¿cómo se entiende que AfD obtuviese un 27% de los votos en Sajonia, un land que a pesar de tener uno de los índices de riqueza per cápita más bajos del país también fue el que más creció en el 2016? Aunque hay correlación con la inestabilidad económica, el auge ultraderechista también responde a un complejo abanico de factores históricos, sociales y culturales.
A pesar de que en el Este hay muchos menos migrantes (el 4,2% excluyendo Berlín) y que los niveles de paro se han reducido, AfD ha sabido instrumentalizar la protesta de los ciudadanos contra las consecuencias de la globalización y el miedo a que los extranjeros llegados con la política migratoria de la canciller Angela Merkel les hagan perder lo logrado. La exageración mediática del terrorismo y el islam radical alimentan aún más ese temor. Además, esa estrategia se suma a una mayor tendencia de rechazo al inmigrante en el Este, debido a que la RDA fue más uniforme étnicamente y menos multicultural que el Oeste.
«Parásitos sociales»
Según un estudio del Instituto para la Investigación de la Democracia de Göttingen, el Este vive en un círculo vicioso: los inmigrantes no quieren ir ahí porque hay una mayor percepción de que son «parásitos sociales» pero, a su vez, esa falta de inmigración alimenta esos prejuicios. El documento apunta a que «la cultura política dominada por la CDU ha cultivado la defensa contra lo extranjero», negando el problema neonazi incluso durante los años de sangre del grupo terrorista NSU y normalizando así ese discurso xenófobo.
Palizas con martillos, incendios intencionados contra refugios y pintadas de esvásticas. El año pasado se registraron hasta 2.219 agresiones contra refugiados, lo que supone un lastre especialmente para el Este, pues es en los seis länder de la ex- RDA donde se producen la mayoría de ataques.
La ultraderecha también se reúne y manifiesta mucho más en Estados orientales como Turingia o Sajonia, de donde nace el movimiento islamófobo Pegida. Aunque es un veneno que recorre toda Alemania, la escena neonazi es especialmente fuerte en esta área, donde el declive económico tras la caída del Muro la convirtió en tierra fértil para la exacerbación de las tendencias pardas.
«Las jóvenes mujeres calificadas se van al Oeste y los hombres se suelen quedar, lo que es un fermento para el extremismo de derechas». Durante el año de la reunificación el escritor alemán Günter Grass señaló un factor que 28 años después sigue vigente. En las pasadas elecciones AfD fue el partido más votado por los hombres del Este (26%) mientras que en el antiguo bloque oriental cayó al 13%.