25/07/2018 El Periódico de Aragón.- –El Movimiento contra la Intolerancia ha presentado este mes el Informe Raxen. ¿Cuál fue el origen y cuál es el propósito de este informe?
–Su origen hay que situarlo en 1995, cuando nuestra asociación quería hacer visibles la realidad de los ataques racistas, xenófobos y neonazis que se habían cobrado varias vidas y provocado cientos de heridos, mientras las instituciones negaban esta realidad. Desde esa fecha venimos evidenciado los delitos de odio a través de este informe, que es único en Europa.
–El año pasado detectaron en España 600 incidentes relacionados con delitos de odio racial o xenófobo. ¿Observan alguna evolución o deriva en los últimos años?
–Siempre insistimos que lo que mostramos en el informe es solo una muestra y este año hemos detectado un 20% más, incluso los derivados del odio ideológico, en especial con la hispanofobia y catalanofobia, que ya ha causado enfrentamientos, incluso una persona muerta en Zaragoza.
–¿Son más los casos estimados que los que realmente se registran?
–Muchos más. La Agencia Europea de Derechos Fundamentales estima que solo se conocen entre un 10 y un 15%, por lo que se debería multiplicar esa cifra por diez. Los inmigrantes sin papeles no denuncian, las personas sin hogar tampoco, muchos otros desconfían de la Policía y la instituciones, otros desconocen la legalidad o dicen que no servirá para nada… En fin, se denuncia muy poco.
–En Aragón fueron 26 los casos detectados. ¿Seguimos las mismas tendencias que en el resto de España?
–Lo que hemos detectado es similar al año anterior. No existe en España un registro científico de hechos y la única monitorización que se realiza es la del Informe Raxen. Estamos muy lejos de tener buenos informes oficiales que permitan políticas de prevención criminológicas y victimológicas.
–¿Quiénes suelen ser las víctimas de estos delitos y quiénes los perpetran?
–El nexo en común es la intolerancia al diferente, lo que conlleva su cosificación y la negación de la dignidad al prójimo. A partir de ahí aparece la violencia racista, xenófoba, el fanatismo ultra en el fútbol, la homofobia, el odio hacia personas sin hogar, el acoso escolar al joven estigmatizado… Cualquier persona a la que se asigne una característica de grupo del que se fomenta su devaluación y cosificación puede ser una persona vulnerable, especialmente dependiendo del contexto. Por ejemplo, una persona católica no es vulnerable en una ciudad europea pero lo puede ser en Nigeria o viceversa con un musulmán. El contexto es determinante, de ahí que la lucha contra el crimen de odio deba de ser universal
–¿A qué achacan en el Movimiento contra la Intolerancia la deriva hacia el odio y la xenofobia que parece haberse instalado en España?
–Vivimos un gran desorden global muy calculado, no avanzamos en una ética cívica compartida que descanse en los derechos humanos, hay guerras, hambre y miseria, los flujos migratorios son descontrolados, hay anemia egoísta… Y renace el victimismo ultranacionalista. España no está al margen, aunque mejor que otros países, pero ya veremos cuánto dura, pues hay nubarrones inquietantes.
–¿Qué nubarrones?
–Nos preocupa que se hable genéricamente mal del catalán o del español, del vasco o del andaluz… Cuando se usa un estigma y se alimenta la intolerancia social, ya estamos en zona de riesgo. Y esta no es solo cuestión de prejuicios y estereotipos, muchas veces se hace a conciencia por fanatismo político o doctrinario. Entonces ya estamos en situación de alerta por peligro de confrontación. Y en esto las autoridades no solo fallan, a veces dicen y escriben cosas que les debería avergonzar.
–¿Cuáles pueden ser las consecuencias de esta deriva extremista?
–Desde una polarización política que se instale en las instituciones, hasta un crecimiento de la intolerancia social en múltiples direcciones, incluida la religiosa, como muestra el aumento de la islamofobia y el antisemitismo. De ahí, vía discurso de odio que se expande por las redes e internet, a la violencia y a la comisión de delitos hacia personas y colectivos por lo que son y no por su hacer, las víctimas son seleccionadas a partir de su estigmatización derivada de una característica.
–Las redes sociales, ¿están alimentando el odio o solo amplificándolo?
–Las redes son un infierno al respecto. Mensajes incendiarios, denigraciones y humillaciones, nada de debate razonado, emergen insultos y amenazas, se lee poco y se comunica dialogando menos. Todo se hace en mensaje corto y 140 caracteres, donde solo caben consignas y propaganda. Y no digamos con los videos espectáculo de violencia que van desde una violación de una mujer o un adolescente en grupo hasta cortarle el cuello a un inmigrante.
–¿Puede convertirse la persecución del odio en las redes en la excusa perfecta para cercenar la libertad de expresión?
–Hay que poner límites y para eso están las leyes. En Europa aprendimos que la propaganda precede a la acción a través del nazismo y el Holocausto. La primera enmienda de la constitución en EEUU es la que marca el neoliberalismo al respecto, y lo permite todo. Y ni esa enmienda, ni la segunda, que se refiere a la posesión de armas, están vigentes por fortuna en Europa. Nosotros insistimos en el mensaje de que libertad de expresión no es libertad e impunidad para la agresión, que es lo que viene a decir el artículo 30 de la Declaración de los Derechos Humanos. Por eso pedimos parar el discurso de odio y sancionarlo mediante la ley de manera proporcionada y efectiva.
–¿Qué debe hacer la sociedad para revertir esta creciente intolerancia?
–Sin un refuerzo ético como primera condición, sin una legislación contra la discriminación y los delitos de odio, sin políticas y planes efectivos, sin personal público y privado preparado a tal efecto y con oenegés débiles porque no se nos apoya, vamos mal. Y la velocidad del problema es alta. Hay que educar en tolerancia, que no se debe confundir con permisividad. Como dice la Unesco, «tolerancia es respetar, aceptar y apreciar la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y maneras distintas de manifestar nuestra condición humana».