Esta semana se han conmemorado los 15 años del asesinato de Matthew Shepard en Laramie (Wyoming), un crimen que se ha convertido en símbolo de la violencia contra las personas LGTB y del entramado social de odio que la sustenta.
HANS. DOS MANZANAS.- El 12 de octubre de 1998 Matthew Shepard fue salvajemente asesinado por dos personas que previamente había encontrado en un bar, Aaron McKinney y Russell Henderson. Tras ganarse su confianza, aceptó irse con ellos, que luego lo golpearían brutalmente en un descampado. Después de ensañarse con él, lo dejaron atado a una cerca durante toda la noche. Lo encontraron al día siguiente, aún agonizante, con la cara completamente ensangrentada. Poco pudieron hacer por su vida. La investigación posterior mostró el profundo odio homófobo que alimentaba a sus asesinos, pero también se hizo patente el prejuicio y odio ambientales que hacía que muchos restaran importancia o medio comprendieran el asesinato, o que incluso lo justificaran. Esta homofobia social enseñó su rostro más siniestro en el funeral, cuando un grupo de la iglesia baptista de Westboro se presentó con carteles que decían “Matt Shepard se pudre en el infierno” (las imágenes hablan por sí solas).
El asesinato de Shepard ha sido motivo de numerosos documentales y ha inspirado muchas creaciones artísticas. Entre ellas destaca El proyecto Laramie, obra creada el año 2000 por Moisés Kaufman y estrenada en España en 2011, que profundiza en el contexto social a partir del retrato de diferentes personajes. Desde ahí, saca a la superficie las excusas y pseudo-justificaciones del crimen, así como la lucha contra dichos prejuicios por parte de personas corrientes. La muerte de Shepard ha generado además todo un movimiento en torno a su memoria destinado a combatir los crímenes de odio, en el que destaca la fundación Matthew Shepard. Entre los logros más llamativos de este activismo se encuentra la ley contra los crímenes de odio aprobada por el Congreso de Estados Unidos en 2009, cuyo título es “ley Matthew Shepard y James Bird de prevención de los crímenes de odio“, en memoria del joven de Wyoming y del afroamericano James Bird, asesinado por supremacistas blancos en Texas en 1998.
15 años después, la homofobia sigue viva
Con motivo del 15º aniversario de su asesinato, en un artículo titulado 15 años sin Matt y el camino que queda por delante, la madre de Matthew Shepard ha afirmado que en este tiempo “hemos aprendido que las personas amables y que se preocupan son más que las que odian y están enquistadas en un mundo de intolerancia. Hemos aprendido que la verdad siempre vence, aunque los haya que no puedan asumirlo. Hemos aprendido que hacer lo correcto por el otro ser humano que es como tú es mucho más sanador que el silencio”.
Este aniversario tiene también especial significación, pues no han faltado las lecturas negacionistas de su asesinato. Es el caso del periodista Stephen Jiménez, según el cual Aaron McKinney, uno de los asesinos de Shepard, había tenido relaciones con él y los dos consumían drogas. Pero allá de que el proceso judicial consideró probado el móvil homófobo, las hipótesis de Jimenez son muy endebles en sí mismas. Aunque su asesino fuera homosexual y hubieran tenido relaciones, ello no excluye en modo alguno que este fuera homófobo. Tampoco es sostenible que la presencia de drogas descarte por sí sola el crimen de odio. Lo que sí demuestra su teoría, a nuestro juicio, son los presupuestos infundados de que un homófobo no puede ser homosexual o de que el consumo de drogas hace que una persona no pueda ser considerada víctima del odio.
Estas hipótesis no son nuevas (Jimenez las presentó en 2004, y ya entonces se mostraron sus profundas deficiencias), pero el aniversario ha servido para darles nuevos aires. Lo más grave es que están dando argumentos al discurso LGTBfóbico. En un congreso conservador en Estados Unidos, la locutora Sandy Rios calificó el asesinato de Shepard de “fraude total”. Afirmó que no se trató de un crimen de odio sino de un “asunto de drogas que fue mal” y aseguró que este asesinato ha sido utilizado por los “activistas gays” como parte de un “plan liberal” para la aceptación de los gays. Rios, a la que gustan “los hombres jóvenes y viriles”, llegó a afirmar que “no podemos permitir que los gays sigan destruyendo corazones y haciendo que se pierdan vidas”. Y como era de esperar, estos intentos de reescribir la historia también han encontrado eco en España.
Parece que el asesinato de Matthew Shepard no solo nos recuerda el odio pasado sino que también hace despertar el odio actual. Y es que la LGTBfobia ambiental señalada por su crimen sigue viva. Más de una década después, el joven chileno Daniel Zamudio fue salvajemente asesinado. Aquí al menos no ha habido quien negara el motivo homófobo aunque sí hubo quien quiso señalar que estaba ebrio. También es actual la tendencia a banalizar o atenuar los crímenes de odio, como ocurrió hace pocos días cuando desde la propia Policía se calificó de “gamberrada” la agresión a una pareja gay en Palencia. Igualmente actual es la minusvaloración del respeto a la identidad de las personas trans, visible en que un colegio llegue a poner al mismo nivel el derecho de una niña a vivir conforme a su identidad con el de otros a no verse incomodados por su presencia. Todo ello muestra que los problemas señalados por su asesinato siguen presentes y que el trabajo a favor de la igualdad real sigue siendo necesario, incluso en los países donde supuestamente hay igualdad legal.